Estimado Tapia:
Es un honor escribirle, lo sigo en todos los recorridos que realiza al interior del país (nunca me invita, pero los periodistas no fallan en televisarlo). No dejo de estremecerme con sus intervenciones en las reuniones de chequeo, en las que deja claro que los ciudadanos somos una partida de ineptos que no sabemos interpretar las sabias orientaciones que usted y sus compañeros huéspedes de casas de visita dejan una y otra vez en los territorios. Hasta mi pequeño hijo de cinco años se sienta a verlo —obligado por sus padres— y luego no concibe el sueño por el trauma que le dejan los gritos que le mete el compañero Tapia a los imbéciles en provincia.
Escuché atento su informe sobre la implementación de la Ley de Soberanía Alimentaria. Aprovecho para preguntarle si dicho documento no contiene sanciones a quienes la incumplan. Si nos atenemos a la situación con la jama, hace rato que algunos dirigentes debieran ser encarcelados (usted no, con defenestrarlo basta).
Su idea de criar peces en casa no está mal, llevo tiempo sin comer nada que se mueva bajo el agua. Mi falta de fósforo me permite entrar a cualquier incendio y salir solo con la ropa chamuscada. Pero le ruego se comunique con Gerardo, el de los Comités de Defensa de la Recolección, para que se pongan de acuerdo, ya es un relajo lo que tienen. Ese tipo, al frente de la organización de masas que contradictoriamente aúna gente puro hueso, pasó por la circunscripción repartiendo regaderas. La nuestra la instalamos de anexo al antiguo tanque de amoníaco que pusimos en el patio y nos alivia el un día sí y cuatro no del hache-dos-ó. La orientación de que sembráramos el pedacito la cogimos tan seriamente que mi marido y yo somos referencia del Movimiento de la Agricultura Urbana. La condición la obtuvimos a costa de no pocos sacrificios. Al sembrar habichuelas en los closets, hubo que tirar la ropa en el estante debajo de la meseta de la cocina, hasta que retoñen los cebollinos que allí despuntan con fuerza.
A mi abuelita la colocamos en el hueco de la escalera que va a la azotea, un tanto encogida, pero feliz de cooperar para que en su cuarto se obtenga una cosecha récord de una variedad de yuca de Burundi que mi hijo trajo al regresar de su misión médica. No le cuento de la crisis en mi matrimonio: mi marido se niega a aceptar que haya virado el bastidor de la cama para construir un vivero de semillas de sorgo originales de Buyumbura, capital de ese país africano que está donde Valdés Mesa o Bruno dieron las tres voces.
En la azotea no puedo ni tender ropa. A mi hermana se le ocurrió un plan experimental de cultivo de arándano negro (no lo importó mi hijo), dice que es bueno como aperitivo o para endulzar. Lo hizo en secreto, para que no se enterara la Oficoda y nos suprimiera la libra de azúcar que dan por la libreta. Total, pasó Frei Betto, alabó el proyecto y le regaló un paquetico de cáscaras de papa que se la echamos al puerco que hay en la sala, detrás del televisor.
El teólogo brasileño no tuvo piedad con Canelito —así se llama el niño, nació el día en que asumió el presidente—. ¿A quién se le ocurre soltar a una criatura que no ha pasado de primer grado la «necesidad de enseñar con cuidado a los infantes la utilidad de cada órgano y líquidos en el proceso de ingestión y digestión»? El chamaco quedó boquiabierto, y como nadie le argumentó que el fraile se refería a seres humanos, ayer, tras oír el discurso de Jorge Luis Tapia, o sea, de usted, en la Asamblea Nacional sobre la implementación de la Ley de Soberanía Alimentaria, les embuchó a dos colisables sendas gragueas de unas vitaminas que nos envió una tía desde Ratnapura, Sri Lanka, a donde emigró hace un año. Le sugerí a mi vástago les echara del sancocho que se le da al marrano, pero el sermón de Betto fue demasiado fuerte para el pobre muchacho.
A lo mío, compañero Tapia: no tengo espacio para un estanque de cuatro por cuatro, pero si habla con el ministro de la Construcción y se nos facilitan treinta bloques, podemos tapiar (perdone el verbo) la poceta de la ducha y echar allí los alevines de rana toro que recogimos de una presa en Cauto Cristo. Ya rabiarán los vecinos cuando nos vean en el balcón —único espacio virgen del apartamento— tirándonos jarritos de agua y medio encueros.
Le reitero la admiración por su sapiencia —nada que ver con los sapos que tendremos pronto sobre la mesa—, su preocupación por alimentar a semejantes nada semejantes.
Se despide de usted, toda branquias:
Mandufia del Ictio
Las obras de humor gráfico están inspiradas en el siguiente hecho reciente:
El viceprimer ministro de Cuba, Jorge Luis Tapia Fonseca, propuso ante la Asamblea Nacional del Poder Popular fomentar la «acuicultura familiar»; que los cubanos críen peces en estanques y retomen las experiencias del Período Especial.
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Otmara Consuelo Hernández Hernández
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