Él me mira desde la esquina del cuarto mientras enciendo la laptop con el firme propósito de trabajar. Tengo todo listo: el café, los cigarros (perdónenme los vicios), el bolígrafo y el papel. Todas mis pequeñas manías en el centro de la mesa. No me falta nada, incluso –cosa rara- reina un silencio sepulcral en toda la casa. La familia anda de viaje.
La pantalla me muestra una página en blanco y, durante la primera media hora, las manos se niegan a pulsar una sola tecla. No me concentro. No sale nada. Mientras él me mire tengo la certeza que ni una palabra interesante puede brotar de mis manos. Todas se las lleva él. Cada historia por contar se convierte, en menos de un segundo, en una lámina borrosa en la que aparece su cara. Escribir no me resulta atractivo a no ser que escriba de él. Pero eso, obviamente, no podría publicarlo.
Tras mucho esfuerzo consigo acordarme de un texto de Leila Guerriero en donde ella termina diciendo: “Si yo fuera menos mentirosa diría que leo poesía para que me haga daño: para que me despierte”. Se lo leo. Sonríe y, como queriendo probar una teoría, me recita un poema de Borges. A mí no me duele.
¿Qué es poesía?, dices mientras clavas en mi pupila tu pupila azul. ¿Qué es poesía? ¿Y tú me lo preguntas?
Poesía… eres tú
G.A.Bécquer
La poesía conmigo tiene el efecto contrario. Sobre todo cuando viene de su boca. Me alegra escucharlo soltar esos versos. Con qué podría retenerte es el dardo que elige, pero falla. Ese no es mi veneno. Se me ocurren cien palabras para refutarlo. Me escudo con dos poemas del Wichy y le muestro, a modo de contrataque, una línea de la Loynaz. Si me quieres, quiéreme entera. Y mientras una hilera de dientes blancos asoma entre sus labios secos, le beso. Aprovecho su desconcierto para tragarme su voz y me como de una a una sus palabras.
Cero versos, le aconsejo al separarnos. Soy inmune a ellos. Si quieres sacudirme el cuerpo aprende a disparar canciones. Con la música sucede lo contrario a la poesía. La ponen en todas partes. Cuando uno va por la calle puede aparecer, en cualquier esquina, un tema que te recuerde a alguien. Sin embargo… ¿quién ha visto poemas públicos?
Los poemas son historias de otros tiempos. Recuerdos de fantasmas que se pierden y aparecen entre las letras. No me afectan. Los imagino vivos recorriendo los paisajes, levantando el sombrero para saludarse entre ellos. Los autores son dioses que al tocar la tinta engendran hombres de papel, hacen magia. Y jamás un milagro ha sido motivo de tristeza.
Él no me cree. Menea su cabeza de un lado a otro mientras me clava en el cuello sus ojos negros. Intuyo que busca mi aorta, como un vampiro sediento de sangre o uno de esos pitbulls que pelean entre los cercos. Como un perro que huele el miedo se acerca a mi cuerpo susurrando palabras que yo no entiendo. Me habla en otra lengua, más primitiva, más cercana a la tierra. Mientras me palpa la espalda me va contando un secreto. Un hombre y una mujer, en la cama solos, tienen su propia manera de generar poesía.
Después de un rato lo voy entendiendo.
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