Sandro Castro y el Estado «cristach»: memes, poder y vulgaridad

Fotos: tomadas del perfil de Sandro Castro en Instagram.

Fotos: tomadas del perfil de Sandro Castro en Instagram.

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La primera ley de la estupidez humana, según Carlo Cipolla, establece que siempre e inevitablemente subestimamos el número de individuos estúpidos en circulación. Por eso hay gente que le da un like a cualquier porquería. Incluso a Sandro Castro. 

Ahora que mis neuronas intentan dilucidar hasta dónde llegará la marea del «cristach», me viene a la cabeza una tarde a finales de los noventa en Cienfuegos. Abrimos la puerta para salir cuando se nos metió en casa un tipo a la velocidad del que huye de algo muy grande. Cinco segundos después aparecieron dos mulatos con cara de segurosos. El que huía era un hijo de Fidel intentando escapar de sus guardaespaldas.

―Sí que huye de algo muy grande ―pensé.

A principios de año, Sandro Castro posteó una foto en la que aparecía junto a dos de sus guardaespaldas. En esa ocasión, nadie huía de nadie. Nadie necesitaba nada que no fuera exactamente lo que se nos estaba mostrando, un ejemplo más de la desvergüenza del abuso del poder en la Cuba de Díaz-Canel y de la burbuja en la que vive su elite «revolucionaria».

La foto resume el arte poética del «nietísimo»: infantilización de la imagen del gansta en tiempos de TikTok con base de trap; mucho ego, nulo sentido común y falta absoluta de empatía.

Viniendo del «universo Sandro» podía haber sido peor. Imagínense una coreografía en la que los guardaespaldas avanzan haciendo un catwalk disfrazados de vampiros. Pues pudo haber pasado.  

Detrás de la historia de este personaje ―al que algunos consideran influencer― hay una molotera de obviedades fáciles de menospreciar. No es que el juicio de valor de los cubanos tenga la piel muy fina, es que estamos hablando del nieto del Fifo. Lo de la superioridad moral no está bien, pero tampoco te bajes con tanta inferioridad, el mío.

En otro lugar del mundo, el «vampirach» podría entenderse como un simple engendro publicitario para vender lager. La sombra del meme, sin embargo, no es más alargada que la de su apellido. No puedes ser el nieto de Fidel Castro y reivindicar tus meteduras de pata desde la Cuba de hoy como si no fuera importante.

Sandro ―que empezó calentando motores con videos sobre los parys en su Bar Efe― ha degenerado a medida que crecía su personaje. Reel a reel, su vanidad fue pidiendo pista como un streamer con solitaria. Nadie discute que el combustible para triunfar en redes se basa en cierta personalidad narcisista; lo terrible es que, en Sandro Castro, esta personalidad va siempre acompañada de un más que cuestionable cinismo.

Porque a él no le gusta vivir en el búnker que se creó su abuelo para pasar desapercibido. Él se graba en su Mercedes ―ese juguete que a veces hay que sacar a pasear―; celebra su cumpleaños como un simple joven revolucionario; intenta poner de moda términos como el «hidropene», el «falpismo», el «avidismo» ―vulgaridades de un glosario de índole sexual en el que las mujeres son tarántulas y los hombres, vampiros―; mezcla los zapaticos de rosa con los memes más paradigmáticos del brainrot; dinamita, incluso, el imaginario socialista para demostrar que es un cínico sin fronteras:

«Yo creía que éramos igualdad, pero somos desigualdad».

Lo jodido es que cuando se burla de la consigna, se está burlando de todos los cubanos.

Hijos y nietos de dictadores. La déscendance y la décadence

Por regla general, las aficiones y los delirios de grandeza de los vástagos de los dictadores hay que cogerlos con pinzas. Más allá del bon vivant que se les presume, sus modos de vida suelen leerse como síntomas de decadencia. Son talentos discutidos, pero casi siempre intentan relacionarse con el arte o con la política (Jacob Jugashvili, nieto de Stalin, se labró una carrera como pintor; Alessandra Mussolini dedicó parte de su vida al modelaje y a la actuación antes de lanzarse a la política; entre otros ejemplos).

En el caso de Sandro Castro, la validación va de la mano de la banalización.

Su decadencia es tan imperial que, si hubiera vivido bajo el manto de los Este en Ferrara, habría convertido el Orlando Furioso y el Orlando Enamorado en stickers.

La crisis de valores que afecta a la juventud cubana encuentra un remanso de dopamina tropical en sus mensajes porque en ellos lo único que importa es la fiesta, la hipersexualización, la vulgaridad y la ostentación, en un país que vive la mayor crisis política, económica y social de su historia. 

―¿Por qué es Hitler? ―se preguntó alguien en Trampa 22.

―¿Por qué es Castro? ―nos preguntamos los cubanos cada vez que a Sandro se le ocurre asomar la cabeza.

El idiota contemporáneo

En un pódcast que escuché sobre Stefan Zweig, el escritor se quejaba de la escabechina cultural que estaba dejando la radio en Austria a principios del siglo XX. Los «radioten», les llamaba, como si lo importante de la denuncia de este juego de palabras fuera crear un precedente para que, en el futuro ―o sea, ahora― hiciéramos una comparación concomitante con las redes sociales de la actualidad.

Algo tendrá la tecnología que cuando se democratiza en nombre del entretenimiento termina idiotizando. Incluso a los cubanos que llegamos de últimos a Internet.

Nosotros, que hemos visto morir una Pentium 3 sin haber navegao, nosotros, que nunca tenemos corriente, tenemos influencers, no me preguntes más.

Con sus videos verticales, el lenguaje y el humor preadolescente de esa galaxia tan bonita de TikTok e Instagram, Sandro Castro hace un ejercicio de estulta posmodernidad para que venza el idiota contemporáneo. Afortunadamente, muchas de las personas que lo siguen no se ríen de sus cosas, sino que se burlan de él.

Sus followers, esa multitud con la cabeza desenroscada de los hombros, alelados como un groupie que piensa que es justo apoyar la pacotilla de sus gurús, termina sosteniéndolo porque Cuba es poco menos que una república bananera.

En ese escenario, al que cuesta añadir el apelativo de «político», si algo se ha demostrado a lo largo de estos casi 70 años es que hay espacio más que suficiente para los bufones, y Sandro, ―el «vampirach» que se autopercibe intocable―, es probablemente el mayor de todos.

Y a los bufones, recordarlo siempre, no hay que tomárselos en serio. 


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JM

LOL
JM

LUIS

CIERTA JUVENTUD LE DA LIKE....ESA MISMA JUVENTUD QUE LLEGO' A USA DEVIDO A LA DESASTROSA POLITICA MIGRATORIA DE BIDEN....GRACIAS A DIOS QUE TRUMP Y SUS NUEVOS DECRETOS MIGRATORIOS ESTA IMPIDIENDO QUE LLEGUEN MAS Y A LOS QUE TENGAN LA I-220A SE LES NIEGUE TODA POSIBILIDAD A LA LEY DE AJUSTE.....ELIMINEN YA LA LEY DE AJUSTE
LUIS

Yemly

Por favor, me explicas que es la " cristach"?
Yemly

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