Obra presentada en 2008. Foto: Cortesía del entrevistado.
Yomer Montejo: el artista de los rayos X
5 / febrero / 2018
Frente a la pieza (una cadena de peces que dan idea de ola), Bryn Oranrod y Fanny Deroff, dos turistas británicos, se detienen.
Es única —dice Bryan en alta voz antes de comprarla—, sin sospechar que cuando Yomer Montejo entró por primera vez a un cubículo de Imagenología no le pasó por la cabeza la idea de transformar negativos clínicos en arte, ni mucho menos exponerlos en París.
El camagüeyano graduado de la escuela de artesanía Pablo de la Torriente Brau fue uno de los tantos jóvenes cubanos que respondieron a un llamado masivo de la Salud Pública para estudiar durante seis meses especialidades médicas que luego impartirían en Venezuela.
“Comencé a estudiar Imagenología —cuenta Yomer. Era un curso masivo en toda la Isla y la idea era que cuando estuviéramos bien preparados nos mandaran a Venezuela para impartir cursos allá. Empecé a trabajar, realicé mis prácticas y entré a la Universidad para continuar estudios”.
Fue en ese período cuando se le ocurrió combinar lo clínico con lo artístico que había aprendido en la enseñanza media, y se lanzó a hacer un proyecto fotográfico con el soporte de rayos X.
“Como tenía una base artística, en mis tiempos libres me ponía a experimentar con los negativos que se emplean en la especialidad de Imagenología, que son similares a los de la fotografía tradicional. Propuse el proyecto en mi entorno académico durante un Fórum científico a fin de salirme un poco de lo clínico y mostrar nuevas formas de ver en esta manifestación.
“En el 2008, en un evento de arte erótico, presenté mi primera pieza en este soporte, similar a como se ve en un departamento de rayos X: una caja de luz donde se pone el negativo (la radiografía) para dar el diagnóstico. Eran dos humanos besándose. Al año siguiente me presenté en un evento de promoción de arte hecho por jóvenes en la galería Teodoro Ramos; allí exhibí otra obra con las mismas características y obtuve un premio y, en el 2010, participé en el Salón de Arte Digital y me reconocieron con una mención. Así mi idea fue madurando y pensé en realizar una serie, inspirada en amistades y situaciones equis. La nombré Desgastes y, a través de diez imágenes, traté el desgaste del cuerpo humano, con sus virtudes y defectos. Esta serie la presenté por primera vez en una galería en Arroyo Naranjo”, cuenta el artista.
Ha sorteado el dilema ético que supone para un trabajador de la salud operar con materiales clínicos para otros efectos, en este caso artísticos. Luego de un período de trabajo, decidió abandonar el policlínico y dedicarse por completo a este formato artístico que nadie más explora en Cuba.
Aunque ser el único constituye un elemento a su favor, Yomer convive con un inconveniente: debe presentar sus ideas en instituciones clínicas porque es imposible realizar las imágenes en un entorno creativo personal, por falta de recursos tecnológicos.
“Les llevo una idea concreta de lo que quiero y arrancamos con el proceso, clínica y creativamente hablando. Como todo proceso artístico, parte de una idea, realizo bocetos, pero tiene más que ver con lo conceptual: objetos o personas que muestro con lo que me brinda el negativo de rayos x; una imagen poco definida, rayo-opaca mediante la cual se puede discursar.
“Es el mismo proceso de rayos X clínico, con una sensibilidad especial a la luz y resulta similar a la técnica fotográfica desde sus inicios, con rollos, pasados por líquidos para fijar y revelar las imágenes”, dice.
Pero cómo puede un artista cubano, bajo estas circunstancias especiales de trabajo, agenciarse materiales y permisos para el uso de cubículos hospitalarios con fines extraclínicos, en un país donde la salud es gratuita y resulta una prioridad de Estado. Haber sido parte del sistema de salud cubano le abrió las puertas a Yomer, es cierto. No obstante, la sensación de estar al margen de la legalidad, es inevitable, ya que no hay un sitio donde él pueda comprar los materiales necesarios para desplegar su arte y tiene que hacerlo al amparo de la Salud Pública.
“Las imágenes han sido hechas en departamentos destinados para el uso clínico; pero no con pacientes que iban a ´tirarse una placa`, sino con persona(je)s y objetos que yo llevaba después de presentar las propuestas y debatir ideas con ellos, en su mayoría amigos”, dice.
—¿Cómo procediste con piezas complejas como la cadena de peces que simulan el ADN?
—Para eso llevé un pez; esa pieza es del 2013 y habla de procesos de la naturaleza, son peces en cadena que dan la idea de una ola. En general, yo llevo a la persona u objeto al cubículo de rayos X, a partir de la idea que quiero transmitir.
“Muchas de mis imágenes tienen como contenido mi experiencia personal y la de amigos. El proceso es muy artesanal, una herramienta de la cual yo me apropio para transmitir pensamientos míos y ajenos. Mi intención —expresa Yomer— es profundizar, ver por dentro, más allá, por eso me identifico con la radiografía”.
Para profundizar, paradójicamente, su creación ha trascendido esta técnica tan peculiar. En los últimos tiempos se ha oxigenado con la pintura, cuyo motivo central ha sido un personaje que pudiera llamarse “el aborigen del siglo XXI”.
—¿Te has inspirado en algún personaje indígena cubano?
—No. De esta serie, creo, lo más interesante es que se trata de un personaje que se adecua a la contemporaneidad cubana, y a la vez funciona como respuesta a lo que estamos viviendo con respecto a la tecnología. Doy un mensaje irónico; el aborigen está como inocente en medio de todo esto: aviones, cruceros; y a la vez forma parte de ello. No me interesa hacer una obra de carácter lúdico o bello, sino de reflexión. He sentido que la gente se siente identificada con eso.
A este aborigen, así como a sus personajes de rayos X, Yomer los ha llevado a los terrenos del diseño y el mershandising o micromercadotecnia, ventajosa por su presentación activa del producto o servicio utilizando una amplia variedad de mecanismos como la colocación y presentación, que lo hacen más atractivo. De ahí que este artista exponga sus obras en aretes y jabas, lo cual “tiene como objetivo dejar un recuerdo de la obra pero de forma utilitaria, no como un cuadro que lo pones en la pared, sino que lo utilizas y, a la vez, te dice algo”, sostiene con seriedad y, a la vez, con cierta poesía que parece inherente a lo largo del diálogo.
Yomer tiene aspecto desenfadado y lleva siempre una cámara al hombro. Quizás sea la huella que lo identifica como miembro del desaparecido grupo de jóvenes artistas visuales bautizado como F-8. Con este grupo, formado en su mayoría por autodidactas, se presentó en la Bienal de La Habana en el 2012. Ahora, como parte del proyecto cultural José Martí, con sede en Prado y Neptuno, exhibe y vende sus piezas en el local.
Pero el camagüeyano radicado en La Habana no pretende quedarse en una única línea y, dice, quiere trabajar más en lo tridimensional, en la instalación, y mezclar imagen con música. Quién sabe a dónde lo llevará esta idea. Sépase que tras su curso de Imagenología, Yomer jamás fue a Venezuela, pero sí a una meca del arte: Paris.
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