La frecuencia de los apagones en Cuba ha ido in crescendo desde inicios de 2022; con ellos, el descontento ciudadano. Sin embargo, no se trata de una —otra— coyuntura especial, sino de una profunda crisis agravada por erróneos manejos de la Administración del país.
Una descarga eléctrica provocó que la Central «Antonio Guiteras», de Matanzas, se desconectara de manera abrupta del sistema eléctrico nacional en la tarde del 24 de mayo de 2022. El accidente empeora la delicada situación energética.
Entre junio de 2021 y abril de 2022, la Unión Eléctrica (UNE) reportó más de 300 afectaciones en las unidades térmicas del país —a lo que se suma la crisis de combustible—. Los incidentes estuvieron relacionados, en su mayoría, con unidades fuera de servicio por mantenimiento o averías.
Ante esas situaciones, las empresas provinciales programan los cortes eléctricos por zonas y horarios y los informan a través de las redes sociales. La interrupción puede durar desde tres hasta 12 horas en un día.
La alta dependencia de las centrales termoeléctricas para la generación de esta energía, la obsolescencia tecnológica y la poca diversificación de la matriz energética constituyen alguno de los puntos débiles del sistema eléctrico cubano. La solución no parece ser viable.
El sistema electroenergético en el archipiélago cuenta con ocho centrales térmicas, las cuales poseen un promedio de 35 años de explotación; la tecnología de la mitad de las instalaciones es aún de origen soviético.
Tras 16 años de una revolución energética, el país está lejos de alcanzar la eficiencia.
Cuba no tiene —ni parece que tendrá en el corto plazo— capacidad de generación suficiente para cubrir la demanda.
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