Estamos en mayo de 2023. En Boston, el tiempo es un ganso salvaje que se acicala en la ribera del río Charles; un ganso que vuela y puede irse. En La Habana, el tiempo se duerme en las salas de estar, en las barbacoas de los solares y se cocina a fuego lento. En un oído se instala el sonido de los ventiladores que impide que nos escuchemos a nosotros mismos decir «no podemos más»; en el otro, retumban las nanas de los mosquitos.
Mes cinco y no pasa nada, no ha pasado nada. Cuba está condenada al hundimiento, a la penetración del mar, a los huracanes, derrumbes, incendios y a los apagones.
Mes cinco y las cárceles están llenas de presas y presos políticos. Los gobernantes no han escuchado ni al papa. El tiempo en el Palacio de la Revolución corre tan lento como en los solares y las barbacoas, pero allí no hay ventiladores ni mosquitos.
Cuba no va a ninguna parte. No hay gasolina, pero no hace falta, si el país se queda en el mismo lugar. En política no existe «el mismo lugar». En el desarrollo de la vida humana, tampoco. En Cuba, como en todas partes, las personas fallecen, pero antes parecen haber muerto de tristeza por envejecer sin garantías.
Todo fluye, dijo el viejo Heráclito. Aunque solo recibimos fragmentos de sus versos, es probable que la estrofa siguiera de esta manera: «todo fluye menos en Cuba; allí, sí te bañas dos veces en las aguas del mismo río».
Cuba flota en un estanque. No vamos a la deriva. En realidad, a bordo de nuestra balsa de caña brava chocamos contra las paredes de la palangana de agua estancada en la que nos puso el Gobierno. Nos inventamos una travesía, mas es un naufragio.
La política tampoco fluye. En Cuba, la tensión del arco y la flecha no produce lanzamiento alguno, la contradicción de los contrarios no genera cambios, las saetas vuelan contra los cuerpos de los pobres, la guerra no es más productiva que la paz, no sacamos nada en claro después del combate. La gente quiere vivir, enroscarse en la cama y dormir un rato, aprovechar la brisa que no durará mucho.
A ningún Gobierno foráneo le preocupa el pueblo cubano; sin embargo, existimos. Somos gente. No somos cifras para gráficos académicos en los que el color violeta pastel indica cómo hemos aguantado apenas sin dinero, apenas sin libertad, apenas sin alegría; y en el que el color naranja pálido muestra la resiliencia. Resiliencia en el extranjero es lo que quiere la gente, y está bien, se entiende que es importante. No nos vamos a burlar.
Tampoco le interesamos a la regencia cubana. No sé si algún día entenderé cómo un Gobierno pierde el interés por el pueblo que representa. Ignoro si el Gobierno cubano se interesó alguna vez por nosotros y después se cansó; se concentró en sus cosas, se puso para el poder y se olvidó de las obras sociales, de las inversiones en hospitales y escuelas.
El abandono se siente ahora. Pasamos del paternalismo a tener un padre irresponsable. Antes, el Estado nos trataba como niños y niñas, alieni iuris ante su potestad. Luego nos dijeron que debíamos ser emprendedores. Algunos emprendieron un negocio y fracasaron. Otros se enriquecieron al entender cómo se lucra en un Estado sin derecho.
Algunos creyeron que se podía emprender en política. No vimos esa clase en Universidad para todos y nos embarcamos. Es probable que hubiese un tema titulado: «Emprender no es protestar», pero no fuimos a la escuela ese día y tampoco pedimos los apuntes. Quienes pensaron que emprender podía significar también exigir o clamar por ayuda están presos y presas por sediciosos; han sido expulsados de sus trabajos, vigilados en sus casas, impedidos de viajar al extranjero, exiliados después de ser perseguidos.
El Estado nos abandonó después de obligarnos a depender de él. Se le puede llamar, cariñosamente y apretando los dientes, totalitarismo, autoritarismo, dictadura o como les parezca mejor. A un Estado abusador se le puede llamar de cualquier manera. La golpiza siempre la da él, la cárcel siempre la impone él, el destierro solo puede decretarlo él, la desidia ante el hambre es su decisión. Todos los epítetos le quedan perfectos.
A los abusadores se les combate con inteligencia. Saben que no podemos escaparnos de ellos tan fácil. Saben que aprendimos a tenerles respeto y después miedo, como enseñaba Maquiavelo. Ahora estamos convencidos de que hay que escapar o destronarlos. Tenemos mucho miedo porque no hemos tomado nunca decisiones importantes, todas las tomaron ellos. También sentimos en el pecho la sensación de que es imposible seguir como estamos. Justicia podría llamarse ese impulso.
Miles escapan del abuso estatal. El exilio es resistencia y al fin y al cabo es venganza. Tú nos abandonas, nosotros te abandonamos. Pero con el exilio también nos abandonamos a nosotros mismos y no es una victoria disfrutable. Al menos es un movimiento. Es escapar de la palangana y el agua estancada.
Quienes no se escapan, ¿cómo viven? Es difícil saber. No existe la Coca Cola del olvido, es un mito. Lo que sí existe es una forma distinta de percibir el tiempo en Barcelona, México, Miami, Boston, La Habana, Cárdenas, Santiago de Cuba. En Cuba no sé si estarán en mayo. Tengo dudas. Las largas colas para comprar gasolina, la batalla para resistir el calor de las noches espesas y las extensas caminatas para encontrar algún alimento dilatan el tiempo. De los balcones chorrean relojes. El pobre Dalí se convierte entre nosotros en un pintor de paisajes comunes.
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