niños jugando

Foto: Rachel Pereda

Entre juegos y aburrimiento: estrategias para el cuidado y la educación en casa

31 / marzo / 2023

Cuando le decimos a Daniel que es la hora del baño, él comienza con una de esas rabietas frecuentes desde que cumplió tres años, y corre por toda la casa más rápido que Usain Bolt. Si es día de lavado de cabeza mejor no contar, los vecinos pensarán que lo estamos maltratando debido a los gritos con altavoces.

Pero si le cambiamos la perspectiva y le decimos que vamos a jugar con agua y le llenamos la bañadera de juguetes, entonces la hora del baño se convierte en un espacio divertido y se suaviza la resistencia.

Así sucede a lo largo del día con mucho de lo que hacemos. A la hora de hacer las tareas, de aprender, de realizar alguna actividad, el juego es nuestra plataforma para lograr que los días fluyan de una manera menos caótica y que él vaya aprendiendo según su edad y sus necesidades cognitivas.

A esta guardería en casa se sumó Emma hace casi un año. Ahora que está dando sus primeros pasos y corre detrás del hermano, el juego se torna indispensable para que los dos se entretengan.

Por eso, hemos creado entornos que favorezcan la exploración y el aprendizaje práctico, aunque no siempre se logra lo que planificamos. De forma inconsciente, sin esfuerzo, divirtiéndose y disfrutando mientras construyen sus propias experiencias, Daniel y Emma crecen felices.

Aprender jugando

Daniel, como es habitual en los niños, se aburre rápido de todo. Mantenerlo entretenido ha sido un reto tremendo. A la vez, ayudarlo en sus aprendizajes, acompañarlo, enseñarlo, mientras también Emma tiene sus propias necesidades cognitivas, parece a veces demasiado.

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La mezcla de bicarbonato de sodio con vinagre (o limón) en un recipiente produce una reacción química que genera dióxido de carbono (CO2), lo cual provoca una especie de erupción que recuerda a la de los volcanes. Podemos echarle colorante al bicarbonato para que la erupción tenga un color específico y sea más llamativo. Es una manera entretenida y diferente de experimentar, aprender y jugar desde casa.

He intentado sumarme al mundo que ellos van construyendo poco a poco con sus propias herramientas. Mi tarea es ayudarlos a encontrar los recursos y acompañarlos en todo el proceso, respetando su autonomía.

Aunque participo como otra niña más, ellos son los protagonistas. Los guío, los apoyo, los ayudo, pero disfruto muchísimo ver cómo van creando sus propios juegos, a la vez que desarrollan las capacidades para pensar por sí mismos.

Cada día intento construir una rutina, distribuir el tiempo por horarios para organizarnos y llevar todo a la vez. Pero, lo más importante es estar abiertos a improvisar por el camino y ser flexibles. Porque no siempre las actividades salen como las planeamos y, con dos niños pequeños, la vida es cualquier cosa menos rutinaria.

Hace poco hice con ellos un experimento con bicarbonato y vinagre, elementos que al mezclarse provocan una reacción química; así construimos nuestro volcán para verlo erupcionar. También hicimos árboles con rollos viejos de papel sanitario y papel de colores, y terminamos disfrazando al Travieso de Albert Einstein. De este modo, construimos un espacio donde mezclamos ciencia, manualidades y diversión.

Fue difícil porque Emma quería agarrar el volcán hecho con un pomo y los árboles de rollos de papel sanitario terminaron llenos de vinagre, pero nos reímos muchísimo. Un rato después, Daniel me dijo que quería otro volcán y me pidió que fuera azul como el mar. Me contó con detalles todo lo que habíamos hecho en el día y a sus tres años me habló de la fuerza de gravedad. Me sentí feliz y orgullosa de nuestro experimento en casa.

No todo es color de rosa, al contrario. Es una responsabilidad muy grande educarlos desde casa, prepararlos, crear las condiciones necesarias para que desarrollen sus habilidades y aprendan. A veces llega a ser frustrante y extremadamente agotador. No hay manual que enseñe a lidiar con el día a día y que ayude a establecer una rutina perfecta.

El tiempo muchas veces parece que no alcanza y la culpa es algo que pesa constantemente porque no sabes si lo estás haciendo bien. No siempre la paciencia te acompaña y hay días en que se unen tantas cosas que solo deseas que llegue la noche con la esperanza de que ellos duerman.

En mi caso, he tenido que incorporar nuevas herramientas y desarrollar habilidades para ayudarlos en su crecimiento. No solo ellos aprenden, constantemente yo también recibo lecciones y descubro algo nuevo en este universo increíble y difícil que es la «mapaternidad»

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Una simple caja de cartón puede convertirse en el juguete preferido de los niños porque le da posibilidades ilimitadas de entretenimiento desde la creatividad. Puede convertirse en un avioncito, un tractor, una alfombra voladora o un microscopio. Y a volar con la imaginación…

Hay días en los que ellos no tienen ganas de hacer nada y yo tampoco tengo ánimo para jugar. Es bastante agotador mantener la rutina diaria como si todo fuera un juego, mientras las responsabilidades de adultos también son una carga. Pero cuando nos convertimos en mamá y papá, es necesario fluir y vivir un día a la vez. 

Esos días medio grises solamente quiero tomarme el café caliente y dejar que ellos jueguen solos, aunque eso es difícil que pase. Otras veces les he inventado un escenario con tela para hacer algún viaje imaginario a la luna o a Egipto, o les he hecho un arcoíris gigante para repasar los colores y una nube lluviosa para aprender a lidiar con las emociones de los días de tempestad, pero no les llama mucho la atención y eso también está bien.

En algunos momentos todo les despierta curiosidad y se entretienen con las propuestas que vamos creando juntos, se siente la motivación y el entusiasmo. Pero eso puede cambiar en un instante y no querer más actividades ni prestar atención a las ideas y cuentos de mamá.

Entonces doy paso al aburrimiento para que ellos busquen lo que en realidad quieren hacer. Se calmen, nos calmemos. A veces nos permitimos no hacer nada, que también es necesario. 

El aburrimiento como fuente de creatividad…

Vivimos en un mundo que va tan deprisa, en una sociedad tan «hiperproductiva», que «no hacer nada» está mal visto. Por eso también es necesario, al menos es mi experiencia, enseñar a los niños a que pueden descansar. No siempre tienen que hacer mil actividades a la vez y estar entretenidos. 

Entonces, intento no sobreestimularlos con muchas actividades y dejo que gestionen el tiempo libre a su manera, que construyan sus propias fantasías. Ellos buscan el modo de entretenerse, porque del aburrimiento los niños sacan ideas geniales y crean escenarios sorprendentes. A veces me quedo impresionada cuando los veo jugando solos un rato; en especial, Daniel que es el más grande y va construyendo sus espacios. 

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Con un guante, un vaso, un absorbente y mucha imaginación, podemos hacer una gallina que eleve las plumas cuando soplemos. De este modo podemos hablar a los niños del aire, los pulmones y hasta aprender los colores si entre todos dibujamos las plumas.

Luego de repetir mil veces que está aburrido o dar algún berrinche, él comienza a buscar por sí mismo la manera de divertirse. Crea sus propias historias desde una imaginación que crece por día.

De pronto convierte la tapa de un pomo en un celular y conversa con alguien sobre una misión secreta, o me dice que tiene que rescatar al monstruo marino que está solo y necesita un abrazo. Así se convierte en bombero, en pirata, en piloto, en astronauta; y yo soy feliz de ver cuánto va creciendo.

Rescata dinosaurios en la Luna, forma parte de la patrulla canina de los Paw Patrol o convierte una caja de cartón en una alfombra voladora y viaja por el mundo repartiendo regalos para todos los niños como si fuera Papá Noel. 

Los más pequeños tienen que experimentar con su tiempo libre y gestionar el aburrimiento, sin instrucciones de los adultos. Del mismo modo que debo enfrentarme a esta hoja en blanco para escribir, permito que ellos busquen sus propias maneras de divertirse y así descubran cosas que les gustan. Emma todavía es muy pequeña y le cuesta más trabajo pasar tiempo sola. Aun así, a veces la descubro en el piso con un cubito en la cabeza como si fuera un sombrero, o recogiendo los juguetes y echándolos luego en ese cubo. Sé que ella también va desarrollando su propia imaginación y me sorprendo con sus ocurrencias.

Jugar no solo se trata de juguetes

Como es el mayor, Daniel es quien me pide lo que quiere hacer en el día y sumamos a Tata. Aunque Emma va mostrando también cuáles son sus actividades preferidas y el amor que le tiene a jugar con colores llamativos. 

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En casa hemos comenzado una exposición con los dos pequeños artistas que van dibujando sus primeros trazos. Con las palmas de las manos hacemos un leoncito o una jirafa y con los dedos podemos dibujar toda una constelación acompañada también de pinceles. Las paredes decoradas con sus dibujos es una manera de fomentar su creatividad y su autoestima, además de la alegría que transmiten.

Le pregunto al Travieso y él me va diciendo todo lo que le gustaría hacer, aunque luego no podamos desarrollar ni la mitad de las actividades porque el tiempo no alcanza. Juntos vamos creando nuestra burbuja lo más parecida a ellos que se pueda. Hace poco me pidió un tractor e hicimos uno con una caja de culeros. Él pintó las ruedas y me ayudó a recortar el papel para forrarlo. No quedó perfecto, pero nos divertimos.

En algo tan simple no solo invertimos un día completo, sino que realizamos múltiples actividades a la vez, que le permitieron desarrollar habilidades. 

Luego salimos y recogimos florecitas y hojas secas. Ese acercamiento con la naturaleza siempre ha sido para nosotros indispensable. Cuando Daniel nació, en plena pandemia de la COVID-19, nuestra única salida era a la finca de mis tíos (el refugio, como le llamaba yo), alejados de todo y disfrutando del aire libre.

El Travieso se tiraba en los campos de lechuga, jugaba con el agua de las regaderas, con el lodo. Corría feliz y sucio por aquel campo abierto. Eso es tan necesario para los niños. Quizá por eso me pide un tractor de cartón, porque el recuerdo de esos tiempos es algo que marcó sus primeros años.

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A veces no se trata solo de incorporarles alimentos saludables, sino de crearles un mundo divertido para que se sientan más motivados a comer. Experimentar con la comida, tocarla, conocer sus texturas les permite desarrollar todos los sentidos: el gusto, el tacto, el olfato, la vista; mientras establecen un vínculo sano con los alimentos. En la foto, playa de gelatina y migas de galleta.

Ahora que tenemos la playa cerca también la utilizamos como una especie de refugio que nos libera de los días más pesados y ahí, en la arena, hacemos ejercicios sensoriales, corremos, recogemos conchas y alimentamos a las gaviotas. 

El juego estimula el desarrollo motor, cognitivo, social y emocional de los niños: el paquete completo. De esta forma aprenden de una manera práctica, que es en realidad su modo de aprender incluso los conceptos más abstractos.

En casa jugamos mucho, aprendemos y nos reímos a carcajadas de las aventuras que vamos viviendo. En los días más grises, sacamos nuestro arcoíris gigante y respiramos. Sabemos que luego de la tormenta siempre sale el sol.

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Tania

Espectacular esa historia de como enseñar jugando, me encantó tus ideas y deseo q las compartas siempre.
Tania

Caridad Cruz Pimentel

Es increíble como logras mantener ese mundo de magia y fantasía alrededor de tus preciosos hijos, es muy lindo leerlos y acompañarlos en cada aventura.
Caridad Cruz Pimentel

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