Le dicen Maiky y está ahí, nervioso, parado en firme frente a la bandera con las mangas cuadradas de la camisa anchándose en sus brazos por culpa de la plancha, y tenis nuevos —negros, limpios— que despuntan debajo del pantalón. Saluda la bandera. Y mientras canta el himno el sudor le camina desde el cuello y le empapa la camisetica blanca, porque Maiky fue lo suficientemente astuto como para ponérsela, y que no se le manche la camisa con el sudor.
Ya tiene 12 años. Acaba de empezar séptimo grado y quiere ser deportista. Pero ya ha sido fregador de autos, limpiador de piscinas, mensajero, chapeador de patios…
—Yo me iba pa’ una playa que había ahí, y trabajaba con los cocheros. O les echaba el cloro a las piscinas y las limpiaba y me dejaban bañarme de gratis. O me iba pa’ las playas y me ponía a trabajar con los caballos. Cogía los caballos y los alquilaba.
—¿Qué caballos?
—Los de un amigo mío que tenía una finca. Yo les ponía el coche y me iba pa’ la entrada de la playa. Él y yo. Algunas veces él me lo daba y yo manejaba.
“Y también con el dinero que me daban… a mí, no nos gustaba comer siempre en la casa y comíamos pizza en la calle, yo y mis hermanas, y nos comprábamos ropa. Y de ese dinero, la mitad, se lo daba a mi mamá”.
—¿Y la escuela?
—Eso (el trabajo) era los sábados y los domingos. Y algunas veces que yo me iba de la escuela.
—¿Y tus hermanas?
—La más chiquita estaba en la misma escuela que yo. Y la otra estaba en una beca cerca de la casa. Y la más grande estaba en la casa, con mi mamá.
Cuando conocí al Maiky estaba sentado con un Play Station en la sala de la Casita donde vive. Le extendí la mano y me ofreció el codo con tal de no despegarse del mando y me dijo que jugaba al Need for Speed. Me ganó dos carreras. Después salimos al patio y conversamos.
—¿Cómo te sientes aquí?
—Bien.
—¿Por qué?
—Me siento bien porque aquí participo en muchas actividades. Eh… También me siento bien porque aprobé todas las pruebas pa’ séptimo. Eh… Estoy contento porque la directora… nos compraron bastante ropa pa’ salir. Eh… No tengo más palabras.
—¿Desde cuándo estás en la Casita?
—Hace como tres o cuatro… cinco o seis semanas. Semanas no. ¿Cómo se llama esto? Meses. Cinco o seis meses.
—¿Cómo fue que llegaste?
—Yo salí de la beca, y ahí… Porque mi mamá estaba circulada. Y ya. La “detenieron” pa’ hacerle juicio. Después me vinieron a buscar, y fuimos a la policía pa’ yo ver a mi mamá.
“Entonces fuimos a la policía, hicimos una visita, y después me trajeron pa’ acá. Llegamos aquí a las doce de la noche”.
—Ya él había estado aquí anteriormente —dijo la profe.
—Un año —dijo él.
—¿Por qué? —dije.
—Por problemas de vivienda. Pero después Vivienda le dio una casa a mi mamá, y ahí estuve como ocho o nueve meses.
“Llegué aquí, y había que comer, pero yo no quise comer y me tranqué en el cuarto y me acosté a dormir. Y ya al otro día me mandaron pa’ una escuela nueva, y me puse en natación.
“Yo antes practicaba natación, y después fútbol. Pero ya no estoy ya. Lo último que hice fue baloncesto”.
—Pero a él no le gusta estudiar —dijo la profe—. ¿Cuáles son los artículos de la Enmienda Platt que te iban a la prueba?
—Ya, profe, ¡ño!
Reímos.
—A mí no me gusta nada que haya que escribir. Matemática sí. Y Educación Física. Y más ninguna.
Mientras conversábamos, el Maiky hacía figuras con un trozo de plastilina roja. A veces me miraba seriamente y a veces no. A veces miraba al suelo. O se escurría los ojos con las manos.
—Yo quiero ser deportista. Y si no, el de la torre de control del aeropuerto.
—¿No te gusta ser maestro?
—No, profe, no. Los maestros tienen que… que aguantar las pesadeces de los muchachos
—Qué diremos nosotros, ja, ja, ja…
—Ah, bueno. ¿Quién te mandó a ser maestra?
La madre del Maiky no hacía nada. Ni el padre. Y Maiky trabajaba mucho para dar de comer a sus (cinco) hermanas. A la larga, las hermanas, y Maiky, llegaron otra vez a la Casita: un lugar –como otros– donde el Estado protege a niños sin amparo familiar.
—Él aquí nos ayuda mucho, porque él sabe que tiene que aprender un oficio, y echar para alante a su familia —dijo la profe—. Él siempre está dispuesto a trabajar. Él no es un niño de estar en la calle cometiendo delitos…
—A mi mamá la última vez que la vi fue cuando… un viernes. La última vez que la vi estaba en la unidad. Y después, el viernes, cuando terminamos la visita me mandaron pa’ acá. Y a mí me gusta mucho estar aquí.
—Nosotros lo dejamos que haga actividades de niños grandes. Él se lo ha ganado. Él busca el pan, bota la basura… Y hasta ahora nunca nos ha fallado. Él es el hombrecito del hogar —dijo la profe.
Y ahora Maiky está allí, parado en firme frente a la bandera, en su primer día en séptimo grado. Y yo, porque la profe me pidió que escribiera sobre Maiky; sobre un niño del que se esperaría una desdicha que, en verdad, no es.
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