Tengo, desde hace unos meses, la ligera impresión de que o se está grabando la novena parte de Harry Potter en Cuba, o se están importando los almendrones mágicos de la película. Porque no puede ser que un taxi viaje del Paradero de Playa hasta la Habana Vieja sin pasar por el Vedado, a no ser que vuele.
Con todo el trastorno causado por las subidas de precio de los pasajes, pareciera que los taxistas se unieron en aquelarre para que los tramos que antes costaban 10 pesos ahora cuesten el doble. Ya saben ustedes, por las invisibles subidas de precio en los Cupet, o el tráfico ilegal/real del mercado negro.
El domingo pasado, tratando de parar un carro en la avenida de 19, estuve una hora bajo una farola intermitente que copiaba a la perfección mi estado de ánimo. Los que no venían llenos y paraban, seguían su carrera inmediatamente después de escuchar ¿23 y G? Pareciera que con mis palabras estuviera ofendiendo a sus familiares cercanos, ni una respuesta me daban. Prendían el motor y se alejaban chillando gomas.
Lo que sucede realmente es que, según sus propias palabras, no les conviene dar un viaje “tan largo” pudiendo montar a dos personas en ese tramo. Y sí, damas y caballeros, si antes no lo sabían, ahora lo saben. Hay una especie de acuerdo tácito entre los taxistas. Ahora el trayecto que antes iba del Paradero al Vedado por 10 pesos cubanos lo han dividido en tres partes. Ojo, ¡en tres partes! No en dos, no en una y media… en tres. Del Paradero a 19 cobran 10 pesos, si vas un poco más lejos no te montan o te quieren apaciguar diciendo que no van para allá (por eso mi teoría de los almendrones voladores), no obstante, si más tarde logras ocupar un asiento en uno de esos pocos taxis que mantienen los precios originales, te pasan por el lado con todo el descaro del mundo.
De 19, en cambio, sólo hay cabida en los coches cuando el destino no pasa de 12 y 23. ¿Quién sabe? quizás los choferes quieren motivarnos a visitar el cine Chaplin y así aumentar nuestro nivel cultural; aunque mi madre afirme categóricamente que lo único que aumentan son sus bolsillos, yo soy de las que prefiere creer en el mejoramiento humano.
El caso es que, después de mucha meditación y análisis del tema –una hora esperando en la calle da tiempo hasta para pensar un libro- cierta idea me empezó a taladrar la cabeza.
Me paré firme, agarré mi cartera y después de estirar el brazo, cuando el primer chofer se acercó la acera, esperé a que partiera, luego de decirme como tantos otros después de escuchar mi destino que no llegaba, y le disparé a la cara, cerca de la ventanilla: ¿20 pesos?
Magia, magia pura, encontré la madre de los Abracadabra. El taxista frenó su carrera y con la mayor sonrisa del mundo me abrió la puerta. Mi satisfacción fue tal que, al acercarme a la manija le sonreí de vuelta y con la mayor fuerza que tengo, le cerré la puerta (ellos odian que se la tiren) y mirándolo coquetamente le solté: Pues puede creer que no.
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