En 2008, Editorial Gente Nueva reeditó en una adaptación del Dr. Gustavo DuʼBouchet la obra La vida cotidiana en Babilonia y Asiria, de Georges Contenau, que apareció publicada por primera vez en 1958. Su autor fue un importante arqueólogo francés que escribió textos como La diosa desnuda de Babilonia y Treinta tabletas de Capadocia.
En el prólogo a este libro, el profesor cubano —célebre por su participación como panelista en el programa televisivo Escriba y Lea— escribió sobre Contenau y su trabajo:
Aunque hace frecuentes referencias a todo el desarrollo de la vida en el valle de Mesopotamia, desde los tiempos de los sumerios y la fundación del antiguo imperio sumerio-acadio, fija la atención, para el estudio de Asiria, en las tablillas cocidas de la biblioteca desenterrada de Assurbanipal y en las ruinas del palacio de Sargón, en Korsabad (siglos VIII y VII a. n. e.); mientras que, para Babilonia, acude de manera especial al Código de Hammurabi y a las ruinas de los templos del período de Nabucodonosor II». (2008, pp. 5-6)
Ahora, en 2021, es un buen momento para divertirnos al comparar realidades y sociedades tan lejanas como la babilonia —de hace casi tres mil años— y la habanera, de los días que corren.
Sigamos la forma que el investigador francés propuso para su libro y así partamos de sus descripciones literales que mecharemos con nuestra realidad caribeña.
Las clases sociales.
«Se distinguían en Mesopotamia tres clases de individuos: el hombre libre, el esclavo y una clase intermedia…, se trata del mushkinu, voz que en árabe significa “pobre” y de la cual deriva nuestra palabra “mezquino”; es, pues, un hombre insignificante, pero no un objeto como el esclavo» (p. 33).
En La Habana cada día hay más mezquinos, en el sentido mesopotámico y en el que le damos a esta palabra ahora. Muchos son una clase intermedia entre los ricos —de los cuales la mayoría no puede explicar el origen de su riqueza— y los muy pobres —quienes pueden mandar a los hijos a la escuela, pero no le pueden poner una merienda sana en la mochila—. Ahora los mezquinos son más parecidos a los miserables, no por pobres, sino por tener el don de relamerse las heridas de la indignidad como si se tratara de un manjar.
El hombre libre y el matrimonio.
«El matrimonio consistía en la entrega de la mujer a su marido…; si se trataba de individuos libres, el marido cubría a su esposa con un velo ante testigos y declaraba: “Ella es mi mujer”» (p. 35).
En La Habana del tercer milenio de nuestra era, muchos matrimonios consisten, todavía, en lo mismo. Muchas mujeres pierden su libertad cuando se casan. El velo de hoy es invisible, algunos maridos hacen ademanes inconfundibles para demostrar en público que sus esposas les pertenecen, pero el velo existe. El de ahora intenta ocultar el valor de las mujeres frente a la mediocridad, a veces, de sus cónyuges. Trata de ocultar su inteligencia, pericia, fuerza y determinación.
EL MATRIMONIO INFANTIL EN CUBA: DESPROTECCIONES Y VIOLACIÓN DE DERECHOS
La decoración de la casa.
«¿Cómo era la decoración de la casa babilónica? Inexistente en las viviendas pobres. En todo caso, una capa de cal para disimular las asperezas y el color sombrío de la arcilla de la pared. La misma capa de cal recubriría las paredes exteriores» (p. 56).
En las viviendas pobres, de esta, mi ciudad, la decoración es lo de menos. Con suerte se cuelga en la pared un afiche viejo de Alfredito Rodríguez o se colocan de forma ordenada unas cuantas latas vacías de cerveza que alguien habrá bebido alguna vez. El minimalismo de la pobreza es el más exhaustivo, no deja espacio vacío sin un adorno de yeso; lo mismo un jefe de tribu iroqués que un cisne sin lago de color desvaído. Las paredes de las casas, como aquellas asirias, se pintan de cal, marmolina, lechada, lo mismo por dentro que por fuera. Las viviendas no son de adobe, pero el color sombrío de las paredes continúa lavándose de la misma manera.
CONSTRUCCIÓN DE VIVIENDAS: UNA “SERIE” DE SUSPENSE
La industria de la leche.
«Vacas, ovejas y cabras constituían la base de la industria láctea. Los animales pertenecientes a grandes rebaños llevaban la marca de su propietario. Los que eran propiedad de los templos portaban el símbolo de la divinidad a que pertenecían. No hay mucho que decir sobre el cerdo, no fue objeto de cría intensiva» (pp. 91-92).
En Cuba no hay ovejas. Las cabras son ordeñadas de forma secreta, o algo así, y las vacas ofrecen leche en polvo. La mantequilla, el queso y los otros que sirven de alimentos hace miles de años son lujos entre nosotros. Los grandes rebaños son del Estado, aunque no hay grandes rebaños. Los búfalos, fugitivos, se han adueñado de los paisajes pinareños y no podemos servirnos de su carne ni de su leche. Hace mucho tiempo hemos perdido la costumbre de cocinar carne vacuna y de batir la nata de la leche para hacer mantequilla. Parece que el cerdo, aquí, tampoco es objeto de cría intensiva.
EL VASO DE LECHE Y OTRAS TRAGEDIAS
El jabón
«Los babilonios no conocieron el jabón fino, sino una mezcla que fabricaban ellos mismos. Bajo la tercera dinastía de Ur las tabletas mencionan, entre las raciones distribuidas a ciertas personas, un vegetal cuyas cenizas contienen sosa y potasa» (pp. 100-101).
Los habaneros no conocemos el jabón fino, pero sí afilado, porque si no pones cuidado a la hora del baño puedes cortarte el cuello con un jabón, de los que antes llamábamos Nácar, tuvieran el color que tuvieran. Las raciones que nos venden, llamadas feamente «el aseo», nos mantienen limpios algunos días; pero siempre se pueden amasar, un poco de humedad mediante, las finas pastillas de jabón sobrante de un mes, con las del pasado, y el resultado será, al menos, más colorido.
Referencia:
Contenau, G. (2008). La vida cotidiana en Babilonia y Asiria. Editorial Gente Nueva, La Habana.
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Vicente Feliú