Si me encuentro con el pececito dorado y este, con voz de pececito, me dice que tengo tres deseos para pedir, debo estar preparado. Se me ocurre que los deseos no sean para mi beneficio porque todo el mundo sabe que quienes piden para ellos mismos son castigados de alguna manera al final del trayecto.
Debería pedir para Cuba, para los cubanos, y tal vez así el pececito o su primo, el camaroncito duro, me saque del apuro.
También puede ser que me encuentre la lámpara de Aladino. Tengo suerte para encontrarme tarecos interesantes. Si el genio llegara a preguntarme qué pedir, tendré que saber qué decir. En los noventa, había un chiste popular que contaba que un hombre, de regreso a casa de una agotadora jornada de trabajo, pateaba descuidado un artefacto antiguo, lo levantaba del suelo, le quitaba el polvo y entonces un genio, recién salido humeante de la lámpara ―porque el objeto resultó ser la lámpara maravillosa, abandonada en plena Habana―, le concedía un deseo al peatón. El hombre primero protestó y reclamó sus otros dos deseos, pero el genio le «aclaró su mente» y le explicó que él solo otorgaba uno y que se apurara, que no tenía tiempo. El hombre desesperado pensó un poco y le dijo con una mueca que le resolviera un apartamento, que tenía problemas de vivienda. En el clímax de la historia, el genio, muy encabronado, le grita al transeúnte que si él creía que de tener un apartamento para ofrecer iba a escoger vivir en una lámpara.
Por eso me preocupa este tema. Me he pasado la vida entera pensando en eso de los tres deseos. Hasta jugábamos con esa posibilidad, en casa, cuando yo era niño. Nos preguntábamos qué pediríamos si se nos daba esa situación. Una vez se me ocurrió gastar el primer deseo preguntándole al genio cuáles eran los mejores dos deseos que se pudieran pedir, los más importantes y justos. Su respuesta me gastaría la primera oportunidad, pero me aseguraría acertar en los dos siguientes pedidos. Ahora me doy cuenta de que yo lo que quería era coger al genio de chat GPT. Tal vez se me ocurrió en ese momento la idea de la inteligencia artificial y no me di cuenta.
Otro cuento de relajo, en este caso soviético, narraba la historia de un pescador que trataba de atrapar algún pez con su pequeño jamo en la desembocadura de un río. Resulta que en la vieja red quedó, dando saltos, un pequeño pececillo hablador que le concedió tres deseos al pobre hombre a cambio de que lo regresara al agua. El hombre, muy agitado, probó al fantástico animal con un primer pedido. «¡Que todos los ríos del mundo se conviertan en vodka!», exclamó el pescador. «¡Concedido!», dijo el pez y el hombre hundió un jarro en el agua y al beber quedó sin palabras. Era el mejor vodka que había tomado en su vida. Emocionado, el hombre gritó su segundo deseo. «¡Que todos los mares del mundo se conviertan en vodka!». Cuando escuchó que también ese encargo estaba cumplido, corrió a donde el río chocaba con el mar y al probar el agua su alegría fue mayor porque el vodka resultó más fino todavía que el anterior. El pececito, entonces, le recordó que ya no tenía más tiempo, que le quedaba un deseo. El hombre corrió desesperado de un lado al otro del pequeño espigón donde estaba y ya resignado dijo: «está bien, entonces ponme una botella de vodka ahí».
En Cuba, en la actualidad, el único genio que se puede encontrar es el que es sinónimo de decente «encabronamiento». ¡Qué genio me da cuando dejas la cama destendida! ¡Qué genio me da cuando la gente fuma en la guagua! ¡Qué genio tengo con el presidente de la república!, etcétera. Es ―disculpen la palabra, pero no me queda más remedio― como un dulce «empingue» rebajado con educación formal.
Nadie concede deseos en Cuba, ni en Navidad ni en año nuevo ni en el día del campesino. En todo caso, la Virgen de la Caridad, la de Regla, Santa Bárbara o San Lázaro, pero ese es otro nivel de espiritualidad. Estoy hablando de una clase de entes sobrenaturales.
Entonces voy a aprovechar para pedir tres deseos para Cuba y los cubanos. Por si acaso, por si tengo suerte y me encuentro con la lámpara, el pez dorado o lo que sea.
Quisiera que en 2025 no se fuera la luz. Que no se vaya la de las lámparas, refrigeradores y bombillos y tampoco la de las almas ni las esperanzas ni los sueños pendientes.
Quisiera que en 2025 no se acallen las voces. Que no se deje de decir a la madre, al padre, a la pareja, a las amistades, a los vecinos, a los compatriotas, al Gobierno, a los dirigentes, a los represores lo que sentimos, lo que somos, lo que creemos, lo que nos llena y lo que nos hunde.
Quisiera que en 2025 solo haya inundaciones de placer, incendios en mejillas, derrumbes de malas intenciones, penetraciones que no sean de mar ni de piratas. Que tiemblen las camas matrimoniales y se desborden las alacenas familiares.
comentarios
En este sitio moderamos los comentarios. Si quiere conocer más detalles, lea nuestra Política de Privacidad.
Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *
EL BOBO DE LA YUCA
P timbales
Maritza La Cubana
Uno
Ulises González Rodríguez
Lourdes Escalante
Evelinda Urra vidal