El principal evento deportivo de Cuba, la Serie Nacional, en su 62 edición pasa por graves momentos de soledad. La última subserie esta semana, del 8 al 12 de mayo, entre Industriales (uno de los tradicionales de la pelota cubana) y Granma (actual titular del torneo) fue una muestra de lo poco que importa el «pasatiempo nacional».
El periodista deportivo Aliet Arzola señaló en su perfil de Facebook que en ese choque «a duras penas» había cien personas entre «custodios, vendedores de maní, prensa, comisarios, peloteros inhabilitados para jugar (…) y policías».
«Se enfrenta[ban] el equipo insignia del béisbol cubano y el campeón nacional, pero eso da igual. El cuadro de un deporte considerado Patrimonio de la Nación es lamentable», añadió.
El exreportero del diario estatal Granma no fue el único que expuso el poco interés que despierta actualmente el deporte de la «bola y los strikes» en la isla.
El cineasta y apasionado del béisbol, Ian Padrón, también sentenció que la «soledad» del béisbol cubano era parte «de la continuidad de tanto abandono, la falta de ética, las políticas excluyentes y todo un racimo de barbaridades e indolencias».
Según la web oficial del béisbol cubano, al partido del 10 de mayo en el estadio «Latinoamericano» de La Habana asistieron 300 personas. El otrora Gran Estadio del Cerro tiene una capacidad de 55 mil aficionados. En toda la subserie (más de tres choques entre Industriales y Granma) no se llegó a 3 mil personas.
Pero no es el único estadio de la isla en el que la pelota nacional naufraga en un eterno soliloquio. Desde Holguín, el escritor Ghabriel Pérez reseñó a finales de abril de 2023 que había «nostalgia en el graderío» del «Calixto García», pues ni luego de tres victorias consecutivas de la escuadra local, la mole con capacidad para 30 mil personas se llenaba.
«Ni al triunfo de tres seguidos/ juegos se llena el estadio./ Pocos conectan la radio./ Son tantos, tantos los idos/ que al final de los partidos/ se extraña aquel aguacero/ sabio del pueblo holguinero/ que en amén o viceversa/ le daba al pícher reversa y aplausos al jonronero», describió Pérez en unos versos.
Esta semana, del 8 al 12 de mayo, se jugaron topes muy atractivos en la 62 Serie Nacional y en sedes de las más «tradicionales» del país. En Matanzas, en el «Victoria de Girón», pelearon los Cocodrilos contra los Vegueros de Pinar del Río. Otros tres partidos que no reunieron a 3 mil personas en una instalación diseñada para más de 25 mil aficionados.
Más al centro del país, en el estadio «Sandino» de Santa Clara, los locales recibieron a los Leñadores de Las Tunas, uno de los elencos que en los últimos campeonatos ha discutido puestos en la postemporada. En un estadio para más de 18 mil personas, en tres partidos apenas se sobrepasaron los 3 mil aficionados.
Incluso, los datos oficiales son cuestionables porque muchos de los que asisten forman parte de los equipos o son trabajadores de mantenimiento o de la prensa local. En más de una ocasión asistí a partidos de béisbol en Villa Clara en los cuales se compilaban 400 asistentes y a lo sumo llegaban a 50.
¿Quiénes ven la pelota en Cuba? Los desempleados de siempre, los borrachos que copan los palcos de los jardines para degustar una «caneca de ron» a escondidas de la Policía. Algunos adolescentes que escapan de las escuelas cercanas a los estadios y hacen apuestas ilegales, y los jubilados que cargan sus viejos anhelos frustrados y «matan el tiempo» en las gradas.
Pero no se trata de un panorama novedoso. Los estadios vacíos durante la Serie Nacional son un paisaje habitual desde hace más de un lustro.
No es que la pelota no interese en Cuba, pues cada día miles de aficionados «calientan» las redes sociales con debates sobre determinado equipo, pelotero o jugada polémica.
Pero, un campeonato nacional con partidos entre las 10:00 a. m. y las 2:00 p. m. no le llama la atención a nadie. Si a eso le sumas que dentro de las instalaciones apenas existen ofertas gastronómicas, la crisis del transporte y que la calidad del juego está mermada (entre otros factores por las constantes salidas del país de jóvenes talentos), no hay mucho que hacer.
¿Por qué seguir gastando millones de pesos en un evento que solo trae pérdidas económicas y que no capta la atención de los fanáticos? ¿Por qué no convertir la Serie Nacional en una verdadera lid profesional, con incentivos monetarios e inversores privados? El «circo», como todo, también termina. Pero los decisores continúan embelesados en su propio ombligo.
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