Familiares de Andy García exigen su liberación / Foto: Cortesía de la familia
Presos políticos en Cuba: retrato de una familia que espera
24 / diciembre / 2021
Andy Dunier García Lorenzo tiene 23 años y está preso en Cuba desde el pasado 11 de julio. Recientemente le retiraron por dos meses la comunicación telefónica y lo amenazan con añadir un cargo más a su expediente si continúa colaborando con la iniciativa de su familia de ayudar a otros detenidos con jabas de comida.
A Andy también le han privado de su correspondencia. Lo chantajean constantemente con encarcelar a su hermana y tomar represalias contra el resto de sus familiares.
El día del arresto, Andy estaba inquieto desde temprano. Así lo recuerda Tayrí, su madre. Quería jugar dominó, invitar a unos amigos a casa, pero ella se negó. Unas horas más tarde, salió a la calle curioso por los rumores de unas manifestaciones que estaban sucediendo en todo el país. Hasta el día de hoy no ha regresado.
Lo que ocurrió luego de la salida de Andy se conoce por lo que él mismo ha relatado en las visitas a prisión, historias de terceros y varios videos tomados con celulares. La Policía lo detuvo junto a otros manifestantes, frente a la Audiencia de Santa Clara. Los agentes le dieron una paliza luego de esposarlo. Cinco meses después se encuentra a la espera de un juicio con una petición fiscal de 7 años por los delitos de desorden público, atentado y desacato a la autoridad.
Sus familiares no han cesado en el empeño de exigir su libertad. «Yo sé que esos juicios están hechos, lo que está en nuestras manos es hacerlo más difícil», explica Roxana, la hermana de Andy.
Contar la historia de los presos políticos en Cuba es contar la historia de sus familias. Esta es una de ellas.
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La vivienda de Andy queda justo al lado del consultorio médico. «Esto es una casa de locos», dice la hermana al abrirme la puerta. Es domingo y pusieron el agua, lo que solo ocurre una vez a la semana, así que se pasaron el día lavando. A esta hora, casi las tres de la tarde, están almorzando. El día anterior finalmente lograron ver a Andy luego de tres días desaparecido. Lo habían trasladado a la prisión de máxima seguridad Guamajal, en Santa Clara, sin notificarle a la familia.
«Lo hicieron en represalia por la iniciativa que tenemos para llevarle comida a los presos políticos. Me llamó el lunes y me dio una lista de nombres con las personas más necesitadas y el martes se lo llevaron», relata Roxana.
En el domicilio viven Nedel y Tayrí, padres de Andy, y su hermano Alberto de 17 años. Roxana, un poco nómada, va y viene junto a su esposo Jonatan.
Conectados por un patio común viven los abuelos maternos Nely y Wilfredo, ambos discapacitados y partidarios de la «Revolución». Para los septuagenarios resulta casi imposible entender la magnitud de los sucesos. «Ellos creen que todo se va a solucionar, que existen leyes que respaldan a Andy, porque él no hizo nada», refiere Roxana.
Desde hace 20 años Tayrí es cristiana, así que el Evangelio late en el corazón del hogar. En las cartas a su hijo comparte fragmentos de la Biblia para ayudarlo a reflexionar y mantenerse firme. Esas son las únicas que le han entregado en la cárcel. Como tesorera de la Cuarta Iglesia Bautista, misionera y líder de jóvenes, sus hermanos, su pastor y su fe han ayudado a que mantenga su fortaleza. Su cordura no tanto.
«Imagínate que yo llevé al niño menor a ver a una amiga psiquiatra porque lo notaba alterado con toda esta situación y quien terminó con tratamiento fui yo», cuenta.
Como madre ha vivido el proceso de la manera más cruel. Por una parte, sabiendo a su primogénito encerrado a la espera de un juicio ejemplarizante. Por otra, viendo a su única hija siendo asediada y amenazada por la Seguridad del Estado (SE).
Nedel es custodio en la iglesia y pescador. Salir en su bote es su válvula de escape. También ver fútbol y dar gritos locos tras cada gol. Roxana trabajaba como manicuri en un salón local, pero el pico pandémico le puso un alto. Ahora tiene miedo regresar y causarle algún problema a la dueña del local. Además, su activismo a favor de la libertad de su hermano y demás presos políticos consume casi todo su tiempo.
Los primeros días luego de la detención de Andy mantuvieron un perfil bajo. Nunca se habían visto envueltos en asuntos políticos más allá de las charlas domésticas sobre la situación del país.
«A Andy lo detienen el 11 de julio y nosotros no dijimos nada en las redes hasta el 11 de agosto, luego de que nos negaran el segundo cambio de medida. Mi mamá lo vio a la semana y fue que supo que lo habían golpeado. Pero nosotros creíamos que era ilógico que lo dejaran detenido. Nos decíamos: “él no dio golpes, él no agredió a ningún policía; al contrario, salió en varios videos pidiendo que no tocaran a los policías porque era desacato, evitó todo el tiempo la violencia”», explica Roxana.
Tayrí se presentó personalmente en Fiscalía y le dijeron que no existía evidencia de que su hijo estuviera lanzando piedras, pero que sí se involucraba en los hechos. Ella, por su parte, tenía videos de Andy defendiendo al presidente de su CDR del acoso de los manifestantes. Decidió contactar con el hombre para que presentara testimonio a favor.
«Primero me dijo que esos videos estaban manipulados por el enemigo. Luego que él no defendía delincuentes. Lo otro que me dijo no lo logro recordar. Yo soy cristiana, pero me transformé. Le dije horrores. Que era una rata de alcantarilla. Mi papá fue luego y le dijo que yo me había quedado corta, que en todos los años que él fue presidente del CDR jamás hundió a ningún joven», relata.
Roxana, y el resto de la familia, estuvo vigilada por la SE a partir del 10 de octubre. Andy le había pedido días antes que contactara con Guillermo «Coco» Fariñas, uno de los opositores más conocidos en Santa Clara, en busca de asesoramiento para su situación. El miércoles 13 la detuvieron junto a Jonatan cerca de la casa. Solo le dio tiempo a llamar a su mamá entre gritos antes de que la obligaran a apagar el celular.
Tayrí estaba en la iglesia. Salió corriendo junto al pastor hasta el lugar donde la tenían detenida. «Empecé a gritar que dónde estaba mi hija. Me puse mal. Me hicieron pasar y me buscaron un médico. Yo nunca había caído en un ataque de pánico».
«A mí y a Jonatan nos trasladaron para Instrucción. Me interrogaron cuatro agentes y los nervios me dieron por reírme y tirarlo todo a bonche. Me trataron con una amabilidad que paʼ qué. Ofreciéndome ayuda en todo. Luego entró un agente que se hace llamar “El Muro” y me chantajeó con las cartas que le envié a Andy, diciendo que eran ilegales. Afuera empezaron a llegar personas preocupadas por nosotros y creo que por esa presión nos dejaron ir luego de siete horas de interrogatorio».
Al conocer de la detención, Andy comenzó una huelga de hambre. A los tres días empezó a orinar sangre. La Seguridad del Estado contactó a Tayrí para que hablara con él y lo convenciera de abandonarla.
«Los utilicé como mismo ellos me utilizan a mí. Les pedí verlo y ellos aceptaron. Cuando llegué le dije: “yo no estoy aquí para que abandones la huelga. Yo no quiero que mi hijo sea un héroe, yo no quiero que mi hijo sea un mártir. Yo quiero un hijo vivo. Pero la decisión es tuya”».
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El 15 de noviembre las imágenes de la familia recorrieron el mundo entero. Desde las siete de la mañana pusieron un cartel en la fachada de la casa exigiendo libertad para Andy. Sin apenas tener consciencia de ello, dieron una clase de fortaleza y unidad familiar.
Roxana lo había hecho la noche anterior. «¡Mira qué lindo!», presume Tayrí, «lo hicimos aquí mismo en la sala y dejamos el piso embarrado de pintura durante días por si acusaban a alguien más de ayudarnos».
La paranoia también se ha convertido en parte de su día a día. Los han obligado a ello. A cada rato se asoman por la ventana con el susto de que nuevamente los estén vigilando. Bajan las voces de vez en vez. Cierran la puerta cuando presienten algún movimiento extraño.
«Nosotros estábamos esperando el acto de repudio porque el día anterior se lo hicieron a Pedro», explica Roxana.
Pedro es su suegro. Tornero de profesión y oficio. Durante los días más oscuros de la pandemia, se dedicó a dar mantenimiento gratuito a los reguladores de los hospitales. Su innovación para repartir oxígeno a dos pacientes utilizando el mismo balón salvó más de una vida. De poco le sirvió cuando lo detuvieron el 15.
Con esa noticia, y vestidos de blanco, recibieron el primer acto de repudio frente a su puerta. Eran aproximadamente 20. Roxana lo transmitió todo en directo por Facebook.
«A mí lo que me hacía falta era un altoparlante paʼ que me oyeran gritando “Patria y Vida”», dice Nedel.
No se dejaron amedrentar. Pusieron música. Hicieron una conga. Rieron y bailaron. Cantaron el himno nacional.
«Uno nos reclamó por cantarlo y yo le grité que el himno es de todos los cubanos, no de ellos», relata Nedel.
Esos primeros se fueron y llegaron más, incluido un periodista de la televisión. La cuadra estaba rodeada por policías y agentes de la SE. Fue así hasta después de las seis de la tarde.
Desde el frente de la casa los acusaron de tergiversar la realidad. Hordas de personas desconocidas les gritaron consignas, les leyeron comunicados, los ofendieron. «Me dijeron puta y jinetera. Dime tú, yo no sabía que había jineteado alguna vez», relata Tayrí.
«Nos sacaron por el noticiero. Andy estaba viendo el televisor en la pendiente. Al principio no nos reconoció. Vio el cartel de “Libertad para Andy” y se quedó pensando. Entonces cayó y empezó a gritar como loco», rememora Nedel.
El 16 no los dejaron salir tampoco de la casa. Ni siquiera a Alberto para ir a la escuela. Dos oficiales de la SE, casi niños, les cortaron el paso a la salida. Luego todo se calmó, aparentemente, aunque la vigilancia ha continuado, de manera más solapada.
Quince días después crearon el grupo de Facebook «Ayuda a los valientes del 11J» para apoyar a otras familias en situaciones similares con recursos económicos y materiales.
Hasta el momento han recaudado aproximadamente 90 mil pesos y han extendido su ayuda a 12 reclusos con comida, aseo, además de recargas telefónicas y transportación para sus familiares.
Han sabido transformar su espera y su lucha personal en una causa común. Gracias a su constancia, el caso de Andy ha trascendido las fronteras nacionales. No pierden la fe en que algún día se haga justicia.
Esta no es una historia aislada. Luego de las masivas manifestaciones del 11 de julio en Cuba fueron reportados 1 332 arrestos, según datos recopilados por la organización Cubalex. Todavía hay 710 personas en la cárcel, 14 con 18 años o menos. Son cientos de familias que, como la de Andy, continúan a la espera.
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