Gaesa (Grupo de Administración Empresarial, S. A.), descapitaliza la banca estatal cubana. Así lo demostró con el más reciente episodio de «dolarización forzada» en la isla: la apertura en 3ra y 70 de una tienda de alimentos y artículos de primera necesidad que solo acepta pagos en monedas extranjeras, no admite tarjetas en moneda libremente convertible (MLC).
El amor en los tiempos de las tarjetas
Las tarjetas de MLC las emite Fincimex, una empresa de Gaesa registrada en Panamá que ofrece servicios de red de pagos. Es el único intermediario financiero cubano autorizado a producir tarjetas en el país. Dicho en pocas palabras, es como el Visa o Mastercard cubano.
Además, Fincimex tiene permitido gestionar y administrar remesas, así como realizar inversiones (es la empresa inversionista de Cimex, otra offshore de Gaesa registrada en Panamá) y exportaciones de divisas. Es decir, Fincimex hace las tarjetas a las que van las remesas, administra dichas remesas y luego puede invertirlas. Todo con una misma entidad, para que les sea más fácil a los militares.
Pero Fincimex no es un banco en Cuba, así que no puede guardar las divisas por sí misma. Por eso necesita un banco para «almacenar» el dinero.
Ahí es donde entra en escena la banca comercial cubana con sus instituciones adscritas al Banco Central de Cuba (BCC): Banco de Crédito y Comercio (Bandec), Banco Metropolitano (Banmet) y Banco Popular de Ahorro (BPA). Fincimex produce una tarjeta de MLC para cada una de esas entidades.
Como resultado, cuando se envían remesas a las tarjetas MLC, el dinero va a Fincimex, y la banca estatal se lo guarda.
En ese circuito de las remesas también entran las tiendas en MLC pertenecientes a Gaesa, que no son más que el incentivo para que se envíe dinero desde el exterior. Aunque es válido recordar que, antes de que el cubano compre con su tarjeta de MLC, ya el dinero está en manos de Fincimex.
Tarjeta y perjuicio
Gaesa no existe sola en la economía cubana. Y es que, mientras la producción estatal se cae a pedazos y el Estado cubano no puede pagar sus cuentas con proveedores extranjeros, otros sectores del oficialismo, con poder y alguna influencia, ven como sí existen en la banca estatal las divisas provenientes de las remesas, pero que son para que los militares sigan sus inversiones hoteleras.
Además, Gaesa habita dentro del ecosistema de la economía centralmente «planificada», lo que significa que tiene obligaciones tributarias y de aporte al presupuesto central del Estado.
Siendo este conglomerado un ente no auditable por la Contraloría, máximo órgano de fiscalización nacional, sus cuentas en la banca estatal son el único mecanismo de la administración central del Estado para conocer los ingresos de los militares, sobre los que deducir tributos y aportes, incluso ejercer cierta presión. De ahí que tener su dinero en la banca estatal no sea lo óptimo para los militares empresarios.
En consecuencia, si el dinero de Fincimex no se guarda en la banca cubana, el emporio militar tiene los mecanismos para operar con opacidad total de cara al Estado y de espaldas a necesidades urgentes del país, declarar los ingresos que desee para saltar grandes pagos de tributos y contribuciones al presupuesto y, además, deja la administración central estatal sin poder alguno sobre los ingresos del emporio de las FAR. Eso sí sería un óptimo deseable para los empresarios militares.
Gaesa necesita otros bancos.
¿Por quién doblan las tarjetas?
Fincimex ha sacado y relanzado nuevas tarjetas, AIS, un producto que cuenta con varios años de existencia, aunque sin mucha popularidad, y Clásica. Aunque no se saben con certeza los bancos en los que Gaesa guarda el dinero de esas tarjetas, sí se puede afirmar que no es en la banca comercial cubana.
Esto podría ser una señal de que Fincimex ha evolucionado a alguna variante de neobanco, que opera como intermediario de alguna institución bancaria extranjera (ya que no lo hace con la banca estatal local). Algo perfectamente posible, dada la variedad de bancos que han afianzado su presencia en Cuba en los últimos años.
En pocas palabras, cuando se envían remesas a AIS y Clásica, las recibe Fincimex, pero ni siquiera entran a Cuba (a la banca cubana). Esas eran las tarjetas que necesitaba Gaesa para terminar de modernizar su sistema de extracción de remesas y seguir el ejemplo de las empresas dedicadas al envío de combos a Cuba, las cuales mueven el dinero sin pasar por la isla.
Tarjeta y castigo
Gaesa no puede simplemente dejar con remesas cero a la «economía de guerra» estatal. Debe proveerla de algo de divisas para garantizar mínimos indispensables de gobernabilidad. Por eso, al igual que hizo con la dolarización de la venta de combustibles, para la nueva tienda de 3ra y 70 los militares le permitieron a la economía estatal una tarjeta: la prepago de Bandec.
Un suceso aislado que vale mencionar: solo en la Isla de la Juventud las tarjetas Clásicas se cargan desde el Banco Popular de Ahorro, siendo esta una excepción posible para el destino de las divisas en dicha tarjeta. El resto de los más de 200 puntos comerciales para adquirirla o recargarla están ubicados en hoteles o Cadecas, ninguno en bancos estatales. Visto de otro modo: del dinero de las remesas, solo el que vaya a la tarjeta prepago Bandec irá para el Estado cubano.
El reparto de «mercados» es una tarjeta para el Estado y dos para Gaesa. Nada parejo. Sin embargo, la «competencia» es más desigual aún: Fincimex ha publicitado descuentos permanentes de 5 y hasta 10 % en las compras con su tarjeta Clásica, mientras la prepago saca solo descuentos temporales de corta duración. En la medida en que remesados y remesadores conozcan de esos descuentos, la prepago quedará en un segundo plano (si es que no lo está ya).
Es por eso que, en la práctica, la tarjeta de Bandec es solo una formalidad de los militares para no aumentar el descontento de la economía estatal, y las remesas irán preferentemente a la Clásica. Al menos a eso responde el diseño de los nuevos medios de pago electrónicos.
En todo caso, la de Bandec será usada, en el mejor escenario posible, mayormente por actores económicos privados, dígase pymes, los cuales podrían preferir depositar su dinero en la banca estatal antes que en las tarjetas de los militares. Lo cual no impide que desde el banco implicado se lleven a cabo acciones para aumentar el uso de su producto.
Crónica de una tarjeta anunciada
El resto de las tarjetas que funcionan en el nuevo supermercado de 3ra y 70 son las habituales que operan en el resto del mundo y algunos productos específicos para Cuba, como la MIR (rusa) y UnionPay (china), diseñados para que los turistas de dichos países consuman en la isla y, a la vez, el dinero se quede dentro del sistema bancario de esas naciones. A lo que podría agregarse que las cifras de turistas provenientes de esas naciones no tienen un impacto significativo en términos del volumen de divisas que generan. En el caso de China, ni siquiera figura entre los principales emisores de turismo hacia Cuba. Las tarjetas rusas y chinas representan negocios secundarios para Gaesa.
Por su parte, la MLC ya no tiene razón de ser económica: nació para sustituir al CUC como instrumento recaudador de divisas y ya existe otro más avanzado: Clásica. Además, desde el punto de vista del remesador y el remesado, si de trámite y operación se trata, es indiferente mandar o recibir en la tarjeta de MLC o Clásica. Es solo una cuestión de en qué moneda decida Gaesa vender los bienes de primera necesidad, y su capacidad para expandir su decisión.
Por eso lo determinante en el destino de la MLC y la proliferación de las Clásicas no será un criterio convencional de diseño de política económica con herramientas habituales, sino la correlación de fuerzas y el vector resultante entre la economía estatal y la militar, como reflejo de los procesos políticos a lo interno de las filas en la continuidad del poder, en los cuales se ve la lucha de los militares por apropiarse de todas las divisas y a un sector estatal, a veces combinado con los privados, intentando no ser asfixiados.
Como decíamos, el futuro de la MLC y la expansión de la tarjeta Clásica no dependerá de un criterio convencional de diseño de política económica con herramientas tradicionales. En cambio, estará determinado por la correlación de fuerzas y el equilibrio entre la economía estatal y la militar, como reflejo de los procesos políticos internos dentro del poder, donde las élites cubanas, aun en su unidad, se disputan las divisas.
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