Cuba es uno de los países más envejecidos de América Latina. Un significativo por ciento de adultos mayores viven en condiciones no ideales, debido, sobre todo, a las bajas pensiones y la carestía de la vida.

Foto: Sadiel Mederos intervenida por Janet Aguilar.

Palabra-en-diálogo

1 / marzo / 2021

«En la palabra puede ser dicho lo más puro y lo más oculto, al igual que lo confuso y lo vulgar».

Martin Heidegger. Hölderlin y la esencia de la poesía.

«Nadie sabía lo que se avecinaba; nadie se atrevía a decir qué era un nuevo arte, un hombre nuevo, una nueva moral, o quizá una nueva organización de la sociedad. Por eso, cada uno decía lo que le parecía».

Robert Musil. El hombre sin atributos.

 

La realidad de verdad de los seres humanos es, en su fondo, «poética». No es la poesía adorno de la realidad de verdad, ni transitoria exaltación espiritual, entusiasmo o entretenimiento, no significa una simple manifestación cultural. La esencia de la poesía descansa también en el pensamiento.

El poeta alemán Friedrich Hölderlin (1770-1843) escribió unos versos que merecen la pena recordar en este año complejo que comienza: «desde que somos palabra-en-diálogo/ y podemos los unos oír a los otros».[1]

Al inicio de la pandemia, en marzo de 2020, recuerdo un poema que se divulgó en las redes en el cual se generalizó la idea de que de esta tremenda tragedia —que todavía flagela al mundo— saldríamos mejores personas. Se retomaron los versos del poema de Grace Ramsay «La historia de Iza»: «Y cuando el peligro terminó/ Y las personas se encontraron/ Lloraron por los muertos/ Y tomaron nuevas decisiones…/ Y soñaron con nuevas visiones/ Y crearon nuevas formas de vida./ Y curaron completamente la tierra./ Justo cuando fueron sanados». Asimismo, se hizo viral la canción de 1988 Resistiré, porque significó un canto a la vida y la esperanza en 2020, elegida incluso como himno popular en España por este motivo.

Meses después del trágico acontecimiento, llegaron impresionantes imágenes de la selección natural que se hacía de los enfermos, de los hospitales colapsados, de la muerte en soledad, de la competencia por los ensayos con respecto a la vacuna que pudiera terminar con la peligrosa enfermedad.

Otros pasajes recientes en el plano de la política desbordan ese romanticismo anhelado en los primeros meses de la terrible epidemia. El aferramiento al poder por parte del presidente número 45 de Estados Unidos (EE. UU.), el espectáculo deplorable brindado por sus seguidores al invadir el Congreso donde se encontraban los parlamentarios —instigados por el mismo Donald Trump debido al triunfo electoral del representante del Partido Demócrata Joe Biden—, constituye uno de los días más oscuros en la historia de ese país. El hecho ha sido condenado a nivel mundial. La televisión cubana también ha brindado un análisis crítico de la complicada situación en ese vecino país.

En la República de Cuba el despliegue para enfrentar la COVID-19 fue amplio el pasado año. Una atención planificada y el esfuerzo gigantesco de los integrantes del personal sanitario hicieron posible resultados alentadores, a eso se unió una información detallada de los procedimientos y de la evaluación de la enfermedad de manera cotidiana.

Sin embargo, esta situación preocupante —que en estos primeros días de 2021 se agravó de manera alarmante— se unió a unas circunstancias económicas estremecedoras, reflejo de la crisis estructural que nos afecta desde hace algunas décadas. La escasez generalizada impuso a la población un estado de aglomeraciones mediante las filas, o colas increíbles, por el más mínimo producto alimenticio. El embargo económico aplicado por los Gobiernos norteamericanos de turno no es solo la causa del profundo daño a la vida de la población cubana. La ineficacia en la administración de la Isla durante mucho tiempo ha tocado fondo.

El fortalecimiento de una burocracia estatal improductiva, que establece la lógica del pensamiento ideológico, impide cambios radicales que restablezcan el orden económico, político y social que cualquier sociedad necesita para un óptimo funcionamiento. Durante muchos años se ha aplicado una política de cuadros que asciende a quienes más fidelidad política demuestren y no contempla si son idóneos por su capacidad para ocupar cargos de dirección; lo que ha provocado manifestaciones de doble moral, de oportunismo. El discurso de estas personas resulta vacío e inoperante.

Hay quienes se han especializado en hablar y hablar y, cuando terminan, el resultado es que no han dicho nada sustancial, útil, inteligente. En medio de un campo destinado a cualquier producción agrícola se despliega una comitiva de dirigentes, donde uno, el de más elevado rango político, expresa palabras como estas: «es necesario trabajar, hacer un esfuerzo por elevar la productividad, incrementar la producción». Eso es elemental, si el resultado no fuera tan trágico, dieran deseos de reírse. «Hablan de todo; de todo creen saber y tienen la pretensión de que su opinión es la decisiva».[2]

Por otra parte, las grandes consignas, repetidas una y otra vez, agobian. La palabra es el peligro de los peligros, ella puede crear la posibilidad misma de peligro: «¡con Cuba no te metas!», por ejemplo, se politizó y coartó el uso de la palabra del otro mediante esa frase grosera, altanera, soberbia. Ello inició con los penosos espectáculos de gritos y posturas fuera de lugar en el mundo de la diplomacia autóctona. Se arrojó de esa manera ramplona la fineza cubana cuyo símbolo es la seda de caballo mencionada por Cristóbal Colón en su diario, al asombrarse por la cabellera de las indias cuando arribó a nuestras costas. «Pensar como país», «somos continuidad»… ¡Desconfiad siempre de las grandes palabras y de las actitudes grandes![3]

Cuba: a contravía del republicanismo hispanoamericano

Un Estado paternalista no fomenta a la larga sino la pasividad de sus ciudadanos. Durante mucho tiempo, después de 1959, el poder revolucionario se adueñó de todo, el Estado se convirtió en el dueño absoluto y ahogó la propiedad privada, las pequeñas, medianas y grandes empresas capitalistas existentes en el país. Después de más de sesenta años, esta lucha anticapitalista ha resultado el fracaso más absoluto.

La sociedad civil hace lo suyo. Sé de algunas organizaciones no gubernamentales que financian y ejecutan labores sociales importantes para las comunidades. Ellas saben muy bien que no se trata de querer realizar determinadas acciones, se necesita además de cierta capacitación técnica; pues dicha ayuda no solo debe ser cordial, sino también específica. Y resultados tienen en el escenario cubano en cuanto a la protección del medioambiente, a la introducción de un enfoque de género en el cual brindan apoyos diversos a mujeres en su entorno familiar y social, al desarrollo de una cultura integral. Contribuyen a este impulso las agencias de cooperación internacional.

En este tiempo de COVID-19, la misión caritativa de la Iglesia Católica no se detuvo. Aunque bajo otras maneras, se continuó con el auxilio a personas desamparadas —especialmente a adultos mayores—, con la ayuda a familias muy necesitadas, con la distribución de medicamentos, con la elaboración de nasobucos. Cabe destacar que la labor de voluntarios ha resultado decisiva para hacer llegar estos productos a los beneficiarios. A pesar de las difíciles circunstancias, de la persistencia en todo este período de complejidades que rozan con una inquietud social desbordante, integrantes de la sociedad civil asistieron en sus penurias a los más vulnerables.

No hay ni habrá nunca una «competencia ética», es decir, una regulación acerca de cómo responder a la llamada del dolor, porque siempre vivimos en la provisionalidad, en la revisión. Un ejemplo de la anterior afirmación lo constatamos en el nacimiento del proyecto Karuna, un grupo de tres jóvenes que en enero de 2021 lanzó una convocatoria en las redes sociales para solicitar donativos (juguetes, ropas o cualquier artículo de utilidad) para entregar a los hogares de niños sin amparo familiar en La Habana. Desean extender esta iniciativa en la pospandemia a través de determinadas actividades y el establecimiento de vínculos. Estas acciones, independientemente de sus buenas intenciones, deben ser concebidas de manera tal que no deriven en resonancias políticas, de espectáculo.

Hace unos días pude leer en las redes un análisis del filósofo marxista argentino Néstor Kohan, quien minimizó y se rió de las inquietudes y quejas que le hicieron algunos cubanos conocidos. Respondió, además, a una reflexión sobre la situación actual de Cuba por un grupo de intelectuales nuestros. El conocido ensayista del querido Buenos Aires impugnó el documento, porque ellos, el resto de los latinoamericanos, sí han sido objeto de grandes represiones en sus marchas y protestas contra los regímenes militares de sus países.

Tuve la oportunidad de visitar Argentina en los años noventa del pasado siglo. Recibí mucha solidaridad de este maravilloso país. Conocí de los horrores que cometió la dictadura militar a los prisioneros y de los miles de desaparecidos, sucesos que me conmovieron extraordinariamente; pero me incomoda cuando leo o escucho comentarios de la izquierda que desconocen completamente la situación cubana.

En ese tiempo de viajes pagados por iniciativa de algunos rosarinos, recuerdo que recibí a una montonera en mi casa, una de las veces que me visitó me advirtió: «apoyen esto, porque es esto o el capitalismo salvaje». Ella venía y se alojaba en una casa en Guanabo, disfrutaba de unas agradables vacaciones. Aunque no se lo hice saber, nunca tuve la oportunidad en mi vida de alquilar en mi tierra una cómoda casa para pasar las vacaciones con mi hijo.

En Cuba existe un estatismo burocrático o capitalismo de Estado, y a los marxistas latinoamericanos les recomendaría el experimento de vivir como cubanos alrededor de un año, creo que no aguantarían esta vida ni un par de meses. De paso les pediría que lean y relean el capítulo sobre comunismo grosero o comunismo cuartelario que escribió Carlos Marx en Manuscritos económicos y filosóficos de 1844. El Estado, en nuestro caso, es el gran propietario privado de toda la sociedad y sus ciudadanos no van a la huelga porque no tienen derecho a ella, vivimos en un lugar donde diariamente se fabrica el absurdo.

Dígame, Néstor Kohan, ¿cómo reaccionaría Ud. si necesitara una medicina para un familiar suyo y no existiera en el país? ¿Dígame, señor militante, cómo reaccionaría Ud. si no lo dejaran salir de su casa por tener ideas contrarias al Gobierno? ¿Se mantuviera impasible si observara que le entran a golpes a mujeres vestidas de blanco? ¿Nunca le contaron de los vergonzosos actos de repudio que todavía se realizan? ¿Si se tuviera que levantar de madrugada para «marcar» en una fila donde te pegan un número en el cuerpo y debes permanecer cuatro, cinco, seis horas o más para comprar un paquete de pollo? ¿Si no pudiera hacer de vez en cuando un asado argentino, se reiría también? ¿Estuviera contento en uno de los países más envejecidos del mundo porque millones de ciudadanos han tenido que emigrar? La lista es mucho más larga, pero hay cuestiones inenarrables. Aunque en uno de sus artículos escribió que estudió Historia de Cuba, y tiene fama de ser un gran intelectual, disculpe si para mí está suspenso en este tema. Ud. fue amigo de Fidel, pero nada conoce de la Cuba profunda. ¿Y sobre la vida de José Martí narrada por su compatriota Ezequiel Martínez Estrada? Es posible que sí sepa, pero seguro no captó que su muerte es un símbolo porque no mató a nadie, porque fue a la guerra con un arma que no disparó y porque amó más al enemigo de lo que lo odió. Mientras que para su amigo cubano fallecido —a quien todavía le conservan su silla en el parlamento—, el mundo es un campo de batalla. Para nuestro Apóstol, «patria es humanidad».

La insistencia en el chovinismo cubano me hace asumir con placer la frase de George Steiner: «Ningún lugar es aburrido si me dan una mesa, buen café y unos libros. Eso es una patria».

[1]Heidegger, M. (1968). Hölderlin y la esencia de la poesía. Universidad de Los Andes, Mérida, p. 24.

[2]Nietzsche, F. (1977). Ecce Homo. Edicomunicación S.A., Barcelona, p. 142.

[3]Idem, p. 63.

 

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