Diseño de portada: Kyn Torres.
«La peor generación»: nuevas voces sobre/bajo censura
31 / octubre / 2022
Una antología de jóvenes autores, el anuncio de un panel y varios actos de persecución política conforman uno de los episodios más recientes de censura ejercida por el aparato institucional cubano. La peor generación es el título del libro que será publicado en los próximos meses por una editorial independiente. Aunque el cuaderno aún no ha visto la luz, la Seguridad del Estado intentó silenciar, en tres ocasiones, el conversatorio en el que se presentaría el proyecto.
Alejandro Mainegra, fundador de La Tertulia, realizó la selección de textos y autores durante dos años. Un tiempo definido por las dinámicas de represión política, emigración, viaje o exilio de algunos de los antologados. Es por eso que recientemente se convocó a otros artistas jóvenes para que fueran parte del libro.
«El espacio indudablemente iba a tener un discurso relacionado con el género, el activismo LGBTI, el tema trans y el antirracismo a partir de la variedad de intereses, temáticas y géneros que cultiva cada uno de los participantes: crónica, ensayo, narrativa, poesía», dice la periodista y poeta Lisbeth Moya, quien reconoce la diversidad del grupo de artistas convocados. «Le tienen mucho miedo al artivismo aunque muchos de nosotros no nos hemos planteado el artivismo como una forma de activismo social. Ha sido el ejercicio del periodismo independiente lo que más nos ha definido», agrega.
En el cuaderno, editado por la escritora Adriana Normand, confluyen varias voces críticas al Gobierno que han realizado ejercicios contestatarios desde el periodismo y el arte. La peor generación reúne textos de Katherine Bisquet, Julio Llópiz-Casal, Ray Veiro, Mel Herrera, Lisbeth Moya, Mauricio Mendoza, Darcy Borrero, Ricardo Acostarana, Adriana Fonte, Alexander Hall, Jairo Areostegui, Ulises Padrón y Hamed Toledo.
El primer lugar elegido para la presentación del proyecto editorial fue La Madriguera, sede provincial en La Habana de la Asociación Hermanos Saíz (AHS). Raymar Aguado Hernández, quien trabajaba allí como especialista en Artes Visuales, Crítica e Investigación, realizó las coordinaciones para efectuar el panel. Pero el 10 de octubre de 2022, la Presidencia Nacional de la Asociación anunció la cancelación del conversatorio debido a la presencia de «personas no gratas para la institución», explicó Raymar en la renuncia pública que presentó a la AHS poco después.
Al reflexionar sobre lo sucedido, la profesora, editora y ensayista matancera Alina Bárbara López Hernández —prologuista del libro inédito— escribió en sus espacios virtuales: «¿A qué le temen los que toman estas decisiones?».
Mientras tanto, desde la cuenta anónima Barrica de Cuba se calificaba de «gusanos reaccionarios» a los participantes y al evento de «abominación». Ante esas circunstancias, el Observatorio de Libertad Académica denunció «la presión sistemática de la Seguridad del Estado» sobre panelistas y moderadores, además de «una fuerte campaña de descrédito», según la nota publicada en su página oficial.
El evento fue trasladado al espacio Estudio 50 y pocas horas después se dio a conocer la nueva suspensión. Por último, acudieron al Centro Loyola, pero allí tampoco pudo realizarse la presentación.
El 23 de octubre, la periodista y activista Lisbeth Moya manifestó en sus redes sociales: «nuevamente la Seguridad del Estado sintió que cinco o seis escritorcitos sin obra (como se han encargado de recalcar) atentamos contra la estabilidad de un país. Ellos que poseen un ejército, cárceles, ideólogos, organizaciones, instituciones; ellos sienten que nosotros somos un peligro».
Raysmar Aguado también atribuyó la suspensión a «presiones ejercidas por los Órganos de la Seguridad del Estado e instancias superiores del Partido y el Gobierno sobre el Centro Loyola, violentando así la autonomía del espacio y su determinación de abrir las puertas para que se realizara el evento». En la publicación precisa, además, que «Cuba es de todos, no de una minoría que, a través de arbitrariedades, intenta perpetuarse en la élite».
La coerción sobre la institución religiosa ha ido más allá del panel literario. El historiador Leonardo Fernández Otaño denunció que «han sido meses de todo tipo de presiones para que la Compañía [de Jesús] y el [Centro] Loyola expulsen a “los revoltosos”, para que dejen solos a los presos políticos del 11J o no ofrezcan sus locales a la sociedad civil, llegando a pagar su resistencia con la expulsión del superior de la orden».
En declaraciones a elTOQUE, Raysmar Aguado afirmó: «el poder político en Cuba tiene muchas reservas con las voces que puedan llegar a alcanzar un impacto real en las personas (…) nosotros íbamos a tocar temáticas que para la institucionalidad y el Gobierno son sensibles». Aunque el objetivo central, añade, era «debatir sobre los retos de hacer literatura en Cuba y sobre la obra individual de los autores».
Una publicación en redes sociales titulada «La peor generación no existe», firmada por el licenciado en Español-Literatura Austin Llerandi, encendió el debate sobre el proyecto editorial. El texto se presentaba como «un post de teoría literaria (…) que analiza un fenómeno en esencia literario, o que se quiere hacer pasar por literario».
En resumen, Llerandi intenta polemizar en torno a la existencia de una nueva generación de escritores en Cuba. Pregunta entonces: «¿dónde está la obra literaria de tal generación? ¿Dónde están los premios? ¿Dónde está la validación de la academia?» y finaliza: «la política es solo un tema para abordar en la literatura (…) no conviertan la política en el centro de sus vidas ni permitan que nadie los arrastre a ello».
Como respuesta a esta última idea, el periodista Marcos Paz Sablón hizo referencia a una visión de «la literatura como territorio autónomo no politizado, como una burbuja adorable. Aquí cabrían tantas objeciones que solo signo que la historia literaria cubana es de autores políticos, politizados, en toda su extensión».
También el músico y filólogo Ernesto Mederos participa en el debate al alegar: «cuando las academias e instituciones culturales de un país están osificadas por un poder patológico y totalitario, el impulso por autopercibirse es prácticamente la única alternativa. Encuentro valentía en ese impulso altanero. Es más un fenómeno político que literario».
Mederos menciona algunos elementos que pudieran funcionar como tejido conectivo entre los autores antologados: «es la “generación” de Elián González, de las teleclases y los maestros emergentes, de la Mesa Redonda en el horario de los muñequitos; la “generación” de San Isidro, del 11 de julio y del Ordenamiento. Pero sobre todas las cosas, es la “generación” que apenas tiene sobre qué escribir porque el totalitarismo le ha arrebatado el significado a las palabras».
Para Lisbeth Moya, las presiones sobre los jóvenes artistas se relacionan con una experiencia reciente de insubordinación y arte contestatario. «Es la sombra de lo que ocurrió con San Isidro, todo lo que significó para desestabilizar de alguna forma la autoridad del Gobierno, es algo que nos antecede y nos marca. Casi todos nosotros hemos sido acosados, incluso desde antes, por la Seguridad del Estado», especifica.
En ese contexto de persecuciones políticas, la intelectual Alina Bárbara López Hernández fue citada por un oficial de la Contrainteligencia para «conversar» en la Asociación Cubana de Artesanos Artistas de Matanzas. La académica se negó a asistir y denunció el hecho en Facebook, al calificarlo de «una lógica perversa que establece presiones sobre personas a las cuales no hay motivos para encausar y que son amenazadas y coaccionadas por motivos políticos».
Como defensa, Alina Bárbara presentó ante la Fiscalía Provincial de Matanzas «una formal queja y acción de nulidad contra las citaciones oficiales». Finalmente, le comunicaron que la citación había quedado suspendida. «Ningún ciudadano puede ser citado bajo invocación de dicha Ley si no existe un proceso penal abierto en el cual esté siendo convocado como testigo o imputado en la acusación», refirió.
Hasta el momento, La peor generación no ha sido publicado en formato físico. Las escaramuzas supresoras del poder en Cuba han otorgado mayor visibilidad y exposición pública a un producto cultural que no ha visto la luz. Sin embargo, la posibilidad de la enunciación de un discurso disconforme activa los mecanismos de cancelación que han persistido durante décadas.
Algunos de los afectados consideran que los recientes actos de censura intentan demostrar la fortaleza supresora del Estado, el supuesto hermetismo e invulnerabilidad del poder que intenta ocultar, a toda costa, las fracturas provocadas por el disenso.
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