—Mientras más intento regurgitar y volver a la masticación de un reportaje que publica Cubadebate, más me doy cuenta de que mi estómago no está dividido, como el de ciertos animales, en cuatro compartimientos. Eso explica que no logre tragarme semejante esperpento.
—¿Te refieres a «Yaguajay: la revolución de las chiveras», el que habla de que «El canto de los gallos aún no rasga el silencio del campo, cuando Leticia Caridad Piedra camina entre las naves donde rumian 320 cabras»?
—El mismo. Cualquiera se encabrona trescientas veinte veces. Al comenzar a leerlo me ericé. Soy de los que piensa que a este país le hace falta urgente otra revolución, pero ese título lleva a preguntarse si, con tanto pasto que hay para hacerla, conviene denominarla con un calificativo que demerita la épica que hemos vivido en tantos siglos de lucha y de victorias.
—Me sucedió algo parecido. Al comienzo hay un pie de foto que me recordó la tanqueta utilizada en la toma de ese poblado al norte de Las Villas en diciembre de 1958: «Estas mujeres han aprendido a inseminar animales y 73 ya llevan su sello genético». El empuje de esas féminas tiene que ser similar al de Dragón I, el artilugio que causó confusión y temor entre los soldados batistianos. Si dichas damas lograron inocularle a los animalitos «su sello genético», temo no ser quién para cuestionar la fuerza con la que realizaron dicha inseminación.
—Puede pensarse que es un reportaje subversivo, pues en el mismo primer párrafo se menciona que «El aire, cargado del aroma a hierba fresca y tierra mojada, lleva también un eco de libertad».
—La libertad de expresión del periodista está sobrecargada.
—Todo se aclara cuando inmediatamente después publica una confesión de la «campesina de manos curtidas que dirige la finca del Centro de Desarrollo Caprino»: «Aquí no solo ordeñamos chivas; ordeñamos futuro».
—La frase me recuerda la cantidad de años que llevamos chupando la teta de lo «próspero y sostenible» que se nos viene encima.
—Con un «vaso de leche para todos». Me chiva que no sea de vaca, pero a estas alturas me da lo mismo que nos llegue proveniente de ese mamífero artiodáctilo de la subfamilia Caprinae.
—Para eso Leticia, «junto a otras cinco mujeres, teje una epopeya silenciosa: convertir establos en trincheras de empoderamiento femenino».
—Sor Juana Inés de la Cruz hubiera llegado más lejos en su lirismo si en vez de ingresar a la vida monástica se deja empoderar al frente de esa granja, que «se ha transformado en un santuario laboral para mujeres rurales», una «finca donde el balido de las cabras se mezcla con risas femeninas». «Dos estructuras ya funcionan, una tercera se levanta con bloques y sudor, una cuarta se diseña en papeles pintados de esperanza». «La rutina es un ritual de resistencia».
—Hay que ser muy resistente para leer eso, pero es innegable que aquello funciona mejor que un convento: «La armonía entre el trabajo y el hogar es una coreografía colectiva. Esposos que cocinan, hijos que cuidan animales domésticos, vecinas que apoyan en tiempos de crisis. “Nos compartimos las tareas como hermanas de sangre”».
—«Al caer la tarde, mientras las cabras regresan a sus corrales, ella [no se refiere a Sor Juana, sino a Leticia] contempla el horizonte. Sabe que su lucha no es solo por pomos de yogur o bloques de queso, sino por demostrar que en el campo las mujeres escriben su propia historia».
—«En una revolución de las chiveras se triunfa o se muere, si es verdadera», podía haber agregado.
—El reportero devenido instructor de arte declama algo más hermoso: «Entre balidos y risas, estas seis mujeres han descubierto la fórmula más antigua y poderosa: la libertad se cultiva con manos que ordeñan, mentes que innovan y corazones que no piden permiso para cambiar el mundo».
—¿Querrá decir que sin permiso están a expensas de los inspectores?
—Sería muy cruel ponerles una multa cuando solo ganan algo más de 7 000 CUP por «transformar leche en yogur con precisión de bioquímicas» y trabajar «desde que amanece hasta que oscurece». El periodista no aclara cómo a esa mujer «el salario le permitió hacer algunos arreglitos en casa».
—Debe ser que se busca algo extra con el arte de crear fragancias. No sé si llegaste a esta oración imprescindible, casi una declaración de principios: «El olor a heno fermentado que impregna sus ropas es el perfume de una revolución».
—Sigo pensando que es un artículo subversivo.
—No entiendo por qué.
—¿No querrá decirnos que en este país lo que se sobra son chivas?
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Dennis Santy Simons