Mientras un grupo de dirigentes se reunían en un entorno climatizado y con luz eléctrica para realizar el balance del Ministerio de Trabajo y Seguridad Social, una anciana recorría las calles de Guantánamo en busca de algún alimento. Para Griselda, cada vez es más difícil encontrar comida con una jubilación que no supera los 1500 CUP. Su suerte depende de la solidaridad y el bolsillo de otros; de lo que puedan darle o lo que pueda encontrar. Dinero, un pan, restos de lo que alguien no quiso. La palabra mendigo no le gusta, aunque ahora eso es lo de menos. Su suerte no se celebra, se rumia.
De vuelta al salón de reuniones —vitrina predilecta de la burocracia— el primer ministro cubano Marrero Cruz, gesticula y mueve la cabeza para transmitir emotividad en lo que dice. Tiene una camisa azul, impoluta, perfectamente planchada, que no adquirió con una pensión mínima o con un salario medio, porque quienes se ubican en los bordes de la supervivencia saben que la comida está primero y que no es mucho lo que se puede comprar con 5 000 CUP, o menos, al mes.
Un momento de vehemencia revolucionaria quedó registrado en la televisión estatal: «Nuestra Revolución está sustentada en cimientos de políticas sociales y nosotros las hemos ido enriqueciendo [ …] ahora hablamos de integrarlas todas; pero no, la población no las percibe porque no hemos logrado consolidar sus verdaderos impactos», dice Marrero con un tono tranquilo delante de otros dirigentes sentados como él, mientras disfrutan de la brisilla artificial y constante del aire acondicionado.
Griselda no sabe que ellos se reúnen y hablan sobre «lo que debería ser». Pero lo que sí es, pesa cada día en su estómago. ¿Para esto trabajó durante más de 40 años? Una vez se hizo esa pregunta, ya no. Le duele pensar. Según cuenta la jubilada a el TOQUE, además del problema con la comida, padece una enfermedad crónica, por lo que cada mes debe comprar varios medicamentos que no puede pagar con sus ingresos. Por ejemplo, un blíster de 10 pastillas de una de sus medicinas esenciales, cuesta 600 pesos en el mercado informal.
Griselda no tiene vicios. No es alcohólica ni tiene enfermedades psiquiátricas: dos estigmas asociados al fenómeno de la mendicidad en Cuba.
¿«Revolución» invisible o ausente?
La palabra Revolución ha vuelto a repetirse recientemente en dos contextos diferentes. Por un lado, el primer ministro Manuel Marrero la usó para hablar de políticas sociales que no se ven. Por otro, el término se hizo presente en la arenga desesperada de Mayelín Carrasco, la madre de Río Cauto, Granma, que denunció el hambre antes de ser detenida de modo violento.
El caso de Mayelín desató una jornada de protestas en Granma. La versión «oficial» intentó presentar la manifestación como un simple «intercambio de insatisfacciones». Sin embargo, los videos ciudadanos desmintieron esa narrativa y mostraron el malestar de la comunidad que salió a protestar tras su arresto.
Mientras el Gobierno impone el silenciamiento y la mordaza como única respuesta al disenso, la realidad de la isla es revelada por imágenes y testimonios que recorren Internet. La pobreza en Cuba se ha convertido en un fenómeno innegable, y lo que antes era una queja en voz baja, ahora se grita en las calles.
El pueblo que salió a defender a Mayelín lo hizo porque compartía su dolor. Como dijo otra madre que participó en la protesta del 7 de marzo: «Tener hambre no es delito». Pero, ¿qué hace el Estado? En lugar de resolver la crisis, despliega fuerzas de seguridad para controlar el descontento, como se pudo ver en un video donde aparecen numerosas patrullas rumbo al poblado de Guamo Viejo.
¿La mendicidad como delito?
A inicios de marzo de 2025, el diario Granma publicó un artículo titulado «La mendicidad no es compatible con el proyecto social cubano». Según el texto, la presencia de personas pidiendo dinero en las calles puede considerarse una violación de la ley, en lugar de ser un reflejo del fracaso del modelo económico.
El artículo menciona que se ha constatado la presencia de niños, ancianos y personas con discapacidad mendigando en espacios públicos. Sin embargo, en vez de abordar las causas de este fenómeno, el texto se centra en lanzar advertencias penales y criminalizar a quienes se ven obligados a pedir ayuda.
En el texto, la magistrada del Tribunal Supremo, Isabel Acosta Sánchez, afirmó: «la mendicidad, que a simple vista puede verse como una actividad tolerada, es una práctica que puede insertarse en diferentes tipos penales».
En un hilo de X, el economista Pedro Monreal advirtió que el Estado no ha reconocido las causas de ese empobrecimiento generalizado y el fracaso de las instituciones que debían atender de modo efectivo los casos más críticos. También alertó: «la mendicidad es una vertiente específica de la normalización del empobrecimiento masivo que impulsó el programa del Ordenamiento, y el tratamiento del problema no debe consistir en un enfoque reduccionista para castigar legalmente aristas de la mendicidad».
Otra idea esencial que comparte el economista es que, si bien es cierto que deben controlarse actividades ilegales asociadas a la mendicidad como la corrupción de menores y la trata de personas, «es inapropiado vender la idea de que la mendicidad es resultado de la maldad de personas inescrupulosas».
La mendicidad en Cuba ha crecido como resultado de la pobreza masiva y sistemática de la población. Sin embargo, en lugar de reconocer esta realidad, el Estado insiste en desplazar la responsabilidad a las familias, atenuando su propio papel.
Los jubilados, las madres solteras y los niños sin apoyo familiar son quienes más sufren esta crisis. ¿Ellos también son delincuentes por pedir ayuda? ¿No es responsabilidad del Estado garantizar una vida digna para todos sus ciudadanos?
Salarios que no alcanzan: ¿la dignidad pospuesta?
La narrativa estatal insiste en que hay que crear oportunidades de trabajo digno para todos. ¿Pero es posible hablar de empleo digno en la isla? Marrero lo repitió en la intervención del 5 de marzo: «Tenemos que generar más empleo en las comunidades, porque si tenemos tantas personas en situaciones de vulnerabilidad, tenemos tantas personas que no pueden estar saliendo ya por la avanzada edad, tenemos tantos problemas de transporte. ¿Por qué nosotros no generamos más empleo en las propias comunidades?».
Marrero insiste en el tema como si los salarios estatales fueran suficientes para cubrir las necesidades básicas de la población. En un análisis anterior, mostramos cómo los ingresos de un trabajador promedio en Cuba no alcanzan para comprar una canasta básica de alimentos. Y en otro video, explicamos la relación entre los salarios, las pensiones y la pobreza en el país.
El economista Pedro Monreal señaló que el empobrecimiento masivo de la isla no es casualidad. Es el resultado de políticas económicas fallidas, como la Tarea Ordenamiento que, lejos de mejorar las condiciones de vida, aceleró el poder adquisitivo de los cubanos.
La crisis no solo afecta a quienes trabajan. También ha golpeado duramente a los jubilados, cuyos ingresos son insuficientes para cubrir los gastos de una semana del mes. Mientras tanto, el Gobierno insiste en que la economía avanza, pero la realidad en las calles dice lo contrario.
El incremento de las personas en situación de calle es resultado de esa crisis, según el monitoreo del Observatorio de Envejecimiento, Cuidados y Derechos, Cuido 60. El problema ha sido reconocido, de modo tardío, por la prensa estatal. Por ejemplo, un reporte de Cubadebate refiere que desde 2014 hasta septiembre de 2023, en Cuba se habían identificado 3 690 personas que practicaban «una conducta deambulante».
Elaine Acosta, directora ejecutiva de Cuido 60 dijo a el TOQUE: «La vejez en situación de calle, es ahí donde efectivamente ha fallado todo. Situación de calle que el Estado no reconoce como tal. ¿Qué hace el Estado cubano? Habla de conductas deambulantes; por lo tanto, deposita o devuelve al individuo la responsabilidad por estar en esa situación».
En un texto de Cubadebate publicado en abril de 2024, se afirmó que «el fenómeno de la conducta deambulante nunca fue erradicado tras el triunfo de la Revolución en 1959, sino que disminuyó y posteriormente aumentó en la década de los 80, al igual que ocurrió con otros fenómenos sociales».
También menciona «la ausencia de propuestas para abordar los casos de personas que deambulan y practican la mendicidad sin tener asociada una discapacidad intelectual, así como la posibilidad de explorar alternativas a los centros de protección social, como albergues que puedan brindar un amparo a largo plazo».
Cuba tiene nueve centros para atender a las personas en situación de calle en Pinar del Río, La Habana, Matanzas, Villa Clara, Ciego de Ávila, Camagüey, Holguín, Granma y Santiago de Cuba. Sin embargo, no son centros de estancia. Funcionan como lugares transitorios de clasificación y evaluación de esas personas.
¿Niños que trabajan en Cuba?
El trabajo infantil en Cuba es una realidad cada vez más frecuente; al menos, hay una mayor visibilidad del problema en las redes sociales y los medios de prensa. Un reportaje del periódico estatal Sierra Maestra presentó la historia de Luis, un niño de sexto grado que vende pan en las mañanas para ayudar a su madre. En ese mismo artículo se mencionan otros menores que realizan trabajos informales, desde jardinería hasta venta ambulante.
El reportaje asegura que algunos menores llegan tarde o se ausentan de las escuelas para ayudar a sus familias. Aunque el texto intenta atenuar la realidad diciendo que son excepciones propias «de la complejidad del contexto», la idea de que en Cuba eso no pasaba —un mensaje reiterado de la propaganda estatal durante muchos años— cada vez se hace menos sostenible.
Es cierto que el empleo infantil puede ser penalizado en Cuba. Pero el Código del Trabajo permite, bajo ciertas condiciones, que adolescentes de 15 y 16 años trabajen con autorización de sus padres. Sin embargo, la mayoría de los niños que hoy laboran en las calles de Cuba no tienen permisos legales ni protección alguna.
Los testimonios de menores de edad que venden alimentos, piden dinero o recogen latas en las calles de la isla, reflejan el nivel de precariedad en el que viven muchas familias. «Tengo que lucharla en la calle para ayudar a mi mamá», aseguró a Diario de Cuba un niño de 12 años que vende alimentos y útiles del hogar en los portales de la calle Ejido, en La Habana. No es el único.
«Dónde está la Revolución», preguntó Mayelín minutos antes de que dos hombres la detuvieran violentamente en la plaza de Río Cauto. ¿Qué pasó después para que apareciera en una extraña foto junto a dos funcionarias del Gobierno y el Partido en Granma? ¿Qué le dijeron durante los días de su detención?
Marrero tiene un tono similar en todos sus discursos. Uno entre la parquedad militar y la parsimonia que le otorga el poder. Quienes se sientan a su alrededor mientras se desarma el futuro del país, insisten en que ellos son la Revolución. Los que quedan fuera de esa nomenclatura, ¿qué son?
Revolución, esa palabra.
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Aaron