A 30 kilómetros de Caibarién, en la costa norte del centro de Cuba, se ubica el poblado rural Seibabo. En marzo de 2022 una familia de la zona nos dio la oportunidad, a mi cámara y a mí, de pasar un día en su hogar.
Seibabo es un pueblo de campesinos y pescadores donde las casas, salvo raras excepciones, son bohíos. No hay señal de datos móviles y sintonizar un canal de televisión puede tomar varios minutos. Allí se pesca de madrugada, a la luz de la luna, con botas de agua hundidas en el fango y velas a la espera de redes llenas. «A los cangrejos no los matamos», cuenta el hijo mayor de la familia. «Les quitamos las patas y los dejamos libres fuera de la red, para que les puedan salir nuevamente; pero eso no lo puede hacer cualquiera, hay que conocer la técnica».
Entre quehaceres del hogar, juegos de dominó y trotes de caballos transcurre el día. El futuro de los jóvenes es incierto. Muchos se quedan y siguen la tradición de sus padres y abuelos. Otros se marchan a la ciudad a buscar algo parecido a la agitación de esas mareas que tantos peces traen.
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