Foto: Sadiel Mederos.
Abuso de poder simbólico en la religión y violencia de género
20 / diciembre / 2021
Los abusos sexuales en nombre del santo, del muerto, de cualquiera de las entidades espirituales, orishas, mpungos, en cualesquiera de las religiones cubanas de origen africano o afrocubanas: santería, Ifá, palo monte, espiritismo cruzado, regla arará, sociedad secreta abakuá son actos punibles completamente ajenos a los preceptos religiosos y ético-morales. El propio corpus de Ifá, en el odu Ika Fun y sus dieciséis mandamientos, estipula entre ellos: no engañes a tus semejantes; no desorientes a los demás ni los conduzcas por falsos caminos; respeta las leyes morales.
Se trata de religiones que han constituido fortalezas en la vida de millones de hombres y mujeres obreros, intelectuales, estudiantes, músicos, domésticos, científicos, médicos, etcétera; generadoras de identidades, filosofías de vida aplicables a todos los seres humanos sin importar su procedencia. Su membresía no está condicionada por el color de la piel, posición social ni nivel educativo; con una cosmovisión propia. Rinden culto a su divinidad suprema Olodumare mediante rituales con base en la naturaleza y el respeto a la ancestralidad. Son prácticas religiosas descentralizadas, con carácter popular, que buscan solucionar problemas de la cotidianidad, y en las que se han iniciado hombres y mujeres en Cuba y su diáspora religiosa: México, Estados Unidos, Venezuela, Puerto Rico, entre otros. Establecen redes de parentesco ritual que rebasan las barreras geográficas, ideológicas, políticas, culturales, etcétera. En ellas operan también redes de mercantilización de bienes y servicios simbólicos, cuya exacerbación ha provocado resquebrajamiento moral y de la propia praxis.
En la santería, Ifá, espiritismo cruzado y el palo monte, el cuerpo es eje de interpretaciones simbólicas y de diversos rituales que lo sacralizan: rogaciones, despojos, ceremonias iniciáticas, baños purificadores. Para los propios yorubás raíz de la regla de Ocha o santería, el cuerpo es un recipiente contenedor de la pureza de Orí o la conciencia espiritual en constante retorno a la vida material. El cuerpo también ha sido canalizador del trance-posesión para convertirse en un instrumento de la memoria popular; ha sido expresión de agradecimiento, rogativa o medio de pago de deudas divinas reflejadas en las promesas dolorosas al viejo Lázaro/Babalú Ayé que imprimen en sus pieles los peregrinos del Rincón. El cuerpo ha sido fragmentado y divinizado: son sagrados la cabeza, los senos, la lengua, la nuca, el útero, la saliva como contenedora del ashé de la palabra; considerado impuro, contaminante y profano, por los fluidos menstruales o bendecido y sagrado por su fertilidad y, en el caso de las mujeres, su capacidad de procrear.
La menstruación como tabú constituye un mecanismo de control corporal sobre la mujer y de jerarquización sociorreligiosa. También, según Laqueur, es un prisma a través del cual se puede comprender históricamente cómo se ha establecido en la modernidad la diferencia sexual, algo que no es privativo de las religiones afrocubanas. El origen de esta limitación de la mujer en la praxis religiosa está recogido en el corpus literario de Ifá. Mientras menstrúa, el cuerpo de la mujer es considerado profano y contaminante, y en muchas historias o patakíes se visualiza como castigo resultado de la «curiosidad femenina», que no es más que el acceso al conocimiento.
Sin embargo, fuera de este aspecto simbólico, ni la santería ni Ifá ni el palo monte o el espiritismo cruzado normalizan la violencia de género. No es aceptada por ninguna de ellas la interpretación de odus o signos, consultas espirituales u otro tipo de práctica adivinatoria que violente sexualmente (aun «consensuadamente») a la mujer ―sea ahijada, cliente o hermana de religión―. Tampoco se permite ninguna práctica mediante la ejecución del coito, la masturbación o el sexo oral como rituales terapéuticos para controlar/regular la sexualidad femenina, mágico-religiosos para sanación o requisito para iniciación o para «identificar» espíritus. Obtener favores sexuales mediante ritos religiosos es un acto de violencia que atraviesa casi todas las religiones. En él se inscriben, por ejemplo, los escándalos al interior de la Iglesia Católica con las denuncias por pederastia.
La no existencia en Cuba ni su diáspora de políticas de género desde el marco religioso que complementen el marco legal para condenar abusos sexuales perpetrados por seudorreligiosos que lo ejercen en nombre de la fe les otorga a los abusadores cierta impunidad. La hegemonía masculina se aprovecha de la vulnerabilidad y el desconocimiento de algunos creyentes o personas que acuden a la religión de manera circunstancial. Urge la gestión y el compromiso de instituciones como la Asociación Yoruba de Cuba, la Federación de Mujeres Cubanas, organizaciones civiles y religiosas, en el diseño de mecanismos identificativos que distingan y legitimen el ejercicio del verdadero sacerdocio basado en el respeto, la religiosidad, la transparencia; mecanismos para acompañar, asistir y proteger a las víctimas; mecanismos para condenar los abusos sexuales y otras prácticas condenatorias como estafas, sin necesidad de concentrar e institucionalizar las religiones afrocubanas; es decir, con respeto a su diversidad y autonomía. A estas acciones deberían sumarse los linajes religiosos.
Que no tiemble la mano de nuestros mayores religiosos para el cuestionamiento ejemplarizante ante las comunidades que dirigen; y quizá para retomar la selectividad que en el pasado prevaleció para que, por ejemplo, un hombre solo se iniciara en Ifá si cumplía los requisitos de ser buen hijo, buen padre, buen hermano.
«¿Cuántas mujeres tocan por babalawo?». Es un comentario que leí en un grupo religioso en Facebook a propósito de a cuántas amantes tendría «derecho» un sacerdote de Ifá. Esto activó mi foco como investigador y practicante, desde una perspectiva de género. Ejemplos similares podrían encontrarse en el barrio: X es un palero que se jactaba de tener todas las mujeres que quisiera, aun considerándose un hombre feo; pero su muerto, los conjuros que hacía, el hecho en sí de ser tata nganga reconocido, le otorgaban el poder de lograr tenerlas «comiendo de su mano».
Durante el trabajo de campo de mi tesis de maestría «Iború Iboya Ibosheshe. Hombres y mujeres en Ifá. Un estudio de las relaciones de género en la Regla de Ifá cubana», entrevisté a un babalawo mexicano que trabaja la religión junto a su esposa, quien es además su apetebí o cuidadora de Ifá. Ambos compartieron varias historias en el ejercicio conjunto de la adivinación, en las que se advierten algunos imaginarios construidos alrededor de los practicantes de estas creencias. Una es la de una señora que llegó a su casa para una adivinación; una vez que su esposa había preparado la habitación, hicieron pasar a la señora y al quedarse sola, se desnudó. Al entrar Baruch, llamó a gritos a su esposa. Ambos sorprendidos la interpelaron. «¿Acaso no va a consultarme?», preguntó ella.
Las religiones cubanas de origen africano se han establecido, preservado y reproducido sobre un orden masculino productor de discursos de valoración social sobre lo que es ser mujer u hombre. Se han convertido, para algunos varones iniciados en ellas, en espacios de prestigio en los que reafirman su machismo con la adquisición de reconocimiento social y de un poder simbólico mediante ceremonia iniciática, que les permite ejecutar trabajos mágico-religiosos, el acceso a los sistemas adivinatorios o adquirir jerarquía dentro de la amplia comunidad santera. Existen prácticas, roles o especializaciones en las que solo se inician o ejercen varones heterosexuales.
Todo poder supone responsabilidad, y el conocimiento es un poder peligroso si es mal empleado. Se puede envilecer el sentido espiritual con el sentido del poder. El problema se origina cuando ese poder simbólico otorgado al varón religioso es aprovechado para ejercer violencia y esta se normaliza, contra los preceptos ético-morales de estas prácticas y contra la mayoría de sus sacerdotes. Un amigo obá eni oriaté hijo de Obatalá, filósofo además, exponía su preocupación por el comportamiento incorrecto en nuestra cultura religiosa y el incumplimiento de la buena conducta trazada por los signos u odus proyectados y los consejos que los propios orishas brindan. Escribía turbado en su página personal de Facebook que sin una buena conducta, «no podremos orientar, conformar, conductualizar a nuestros hijos y seguidores». Solo nos queda legar valores con el ejemplo diario del ejercicio del sacerdocio, en las historias de vida de nuestros mayores vivos y muertos, para preservar de este modo el prestigio de nuestros orishas, egguns, espíritus, mpungos, y de nuestra ancestralidad.
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Georgina