La profe Lilian tiene una permanente contradicción en sus clases: ella enseña a sus estudiantes prácticas ecologistas, mientras muchos de los padres y familiares de esos niños las incumplen. Como ella, los alumnos enfrentan una gran disyuntiva.
“En esta comunidad, donde hay pocas fuentes de empleo, muchas personas viven de la caza de las tortugas marinas o la tala ilegal de árboles”, cuenta la Instructora de Arte de la escuelita rural Celso Maragoto Lara.
Guanahacabibes, el escenario de su desafío, es una vasta Reserva de la Biosfera de unos 1060 kilómetros cuadrados, ubicada en el municipio Sandino, provincia Pinar del Río. Es uno de esos lugares donde el tiempo parece que ralentizó su paso. Sus bosques sobresalen por altos niveles de conservación de la flora y la fauna. El paisaje se conserva casi igual a como era cientos de años atrás.
La gente comenzó a habitar estos lugares, con mayor fuerza, desde el siglo XIX, para vivir del carbón, la pesca o la extracción de madera. Ante el peligro de sobreexplotación de los recursos, las autoridades aplican medidas y regulaciones, las cuales colisionan, muchas veces, contra las costumbres de la población y las prácticas ilegales de los traficantes de especies naturales.
Cuando las aves migratorias surcan los cielos de la Península en abundante concentración, los escolares se preparan con maestros y personal del Parque Nacional, quienes, como Lilian Barroso, les enseñan a convivir en equilibrio con su medio. El Festival de Aves Migratorias, único de su tipo en el país, se vive en las pequeñas escuelas rurales en forma de teatro, exposiciones, debates y observaciones con especialistas.
Sus alumnos son habitantes de El Valle, comunidad casi fronteriza entre el entorno agreste de los muchos ecosistemas del área y los pueblos mayores del municipio de Sandino.
“Desde los primeros años de vida deben formarse en valores sobre la importancia del cuidado y la protección del medio ambiente, por eso el trabajo con la familia y la escuela. A esta edad es cuando van formando sus modos de actuación”, explica Lilian.
Ella enfrenta hábitos heredados por la convivencia de ese pueblo con la naturaleza, de la cual han comido y han construido hogares. Pero también, el dinero del tráfico supone un ingreso esencial para los locales.
“La venta de aves es un problema. Por ejemplo, en el mercado negro una cotorra puede costar hasta 100 dólares. Las personas de otras partes las encargan y de aquí, se las llevan hasta en un bolsillo, si hace falta. Está también la pesca como una forma de sustento y la pesca para la venta. Es complicadísimo hacerles entender que no pueden utilizar estos recursos de manera indiscriminada”.
No solo el cielo de Guanahacabibes es rico. El monte y las aguas son igualmente fastuosos: el más reciente inventario de especies señaló la existencia de 16 tipos de anfibios, 35 de reptiles, 193 de aves y 18 de mamíferos. Entre las especies que habitan los fondos marinos, se pueden apreciar 576 tipos de moluscos.Ante semejante escenario, más allá de las medidas punitivas, la estrategia más inteligente es la integración de la población, considera Abel Sosa Prieto, especialista y responsable del programa de educación ambiental y uno de los organizadores del Festival.
“La vinculación se realiza en todos los proyectos de investigación y monitoreo que realizamos. Siempre hay un momento para la participación en talleres, conferencias, festivales o en fechas de valor medioambiental. También participan en actividades prácticas como los saneamientos ambientales, y como voluntarios en el monitoreo de la anidación de tortugas marinas”, cuenta Abel.
A pesar de este trabajo, Lilian sabe que las acciones ilegales no cesarán. “Un niño me dijo que lo mejor que comía era la carne de caguama, de venado, de jutía y que en casa de su abuela, la mascota era una cotorra. Le expliqué la importancia de la conservación y pasaron varios días para que entendiera, pero no quiere decir que dejó de comerlos o soltó la cotorra.”
No obstante, Lilian y Abel detectan el surgimiento —aunque incipiente—, de una conciencia medioambiental en los lugareños.
“Antes del año 2000 se cazaban muchas tortugas marinas, pero comenzó el proyecto de monitoreo con las personas como voluntarias, y el problema ha disminuido. De una forma u otra, todos vamos adquiriendo conocimientos sobre el tema en la medida en que nos vamos organizando”, destaca la joven instructora.
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Jesse Diaz