Recibo de compras en tiendas en MLC. Foto: Jessica Dominguez
Rentismo, precios y monopolio
3 / agosto / 2020
Las nuevas tiendas en moneda libremente convertible MLC se han presentado como una salida “práctica” a los problemas de la Economía cubana. En su favor se dice que son necesarias para que el Gobierno sostenga los niveles de divisas que garantizan cierta operatividad y para sostener equilibrios y balances de registros económicos. Sin embargo, puede haber una confusión de la táctica con la estrategia, los equilibrios y liquidez son solo medios y no el fin de la gestión social.
La gestión gubernamental cubana debe lograr la reproducción de las necesidades de los ciudadanos, lo que se traduce en dar a las monedas nacionales un poder adquisitivo que garanticen esto, así como las normas de distribución (salarios y ganancias) que lo hagan valer. Justo contra eso atenta la existencia de las tiendas en MLC.
La escasez no es el problema, sino su expresión. La falla sistémica, que parte del subdesarrollo, pasa por la incapacidad de ser un sistema orgánico y es un mal de base. Ello se expresa en la incapacidad de sostener un ciclo (que no solo es económico, sino social, cultural, incluso político) en armonía y movimiento endógeno. En pocas palabras, la escasez es la manifestación y parte de la incapacidad de generar un funcionamiento sistémico propio de una sociedad próspera. Intentar paliar la escasez de manera mecánica y no ir a sus causas es atacar los síntomas, no la enfermedad. Es buscar soluciones al problema equivocado.
Las tiendas en MLC tampoco atacan la escasez, sino que la reubican, geográfica y socialmente, como mínimo. Solo dan la posibilidad de que quienes compren ciertos bienes sean quienes tenga el dinero necesario, ya no solo en la cantidad, sino en la calidad (MLC). Las tiendas solo vienen a decir quiénes pueden comprar determinados rubros.
En materia económica, funciona como segmentación de mercado: separación de grupos de consumidores y delimitación de la composición de la demanda hecha por el propio oferente (el Gobierno). El resultado será llevar a la propia estructuración del mercado y a la social, las brechas clasistas existentes.
¿Puede ser la medida en alguna manera positiva al bien social? Antes de la apertura de las tiendas en MLC, la relación global entre la cantidad de productos necesarios y los disponibles (en venta), era desfavorable. El aumento de precios inevitable de la relación oferta y demanda se hace un hecho, como dice una vieja máxima de la Economía. ¿Dónde está entonces la solución a la escasez, al menos?
Lo que sí se resolvió fue la entrada de divisas al principal actor económico detrás del sistema de comercio minorista cubano, Gaesa, al reducir parte del problema de la convertibilidad de CUC en divisas (ya que ahora las obtiene directamente), además de condicionar una desvalorización (habrá que ver a qué velocidad ocurrirá) del CUC. Este pierde de su poder de compra, sobre todo si se tiene en cuenta la disponibilidad de productos en MLC y que en CUC no es igual.
Retomando la táctica y la estrategia, ¿puede la medida ser, quizás, un paso para dar respuesta a la crisis en función de las mayorías?
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La escasez actual de productos de primera necesidad como arroz, pollo, cerdo, cárnicos y derivados en general, huevos… sumados a otros como puré de tomate, aceite, pasta dental, champú, es seguida por un aumento (presente e innegable) de sus precios, que se hace sentir en los bolsillos. El resultado del encarecimiento de dichos artículos, viendo la economía como valor total, es que se tenga que destinar, a nivel social, grandes montos a la supervivencia (alimentos y aseo), quedando poco para la renovación del capital y para la ampliación de inversiones, etc.
El condicionamiento de la demanda ciudadana a comprar lo más elemental en condiciones sociales adversas (colas, grandes distancias a recorrer, etc.) provoca que se destine poco al consumo de otros bienes y servicios en peor posición en la jerarquía de necesidades. Con ello, se comprime la demanda potencial de los sectores tradicionales de la industria y los servicios (productos tecnológicos, de transporte, servicios de recreación, etc.). En última instancia, la compresión de un elemento esencial para dinamizar la Economía, la demanda, se trata de la contracción de la Economía y de sus ciclos.
Cualquier solución debe apuntar a reducir los precios, de forma tal que estos ocupen un monto que deje espacio para generar una demanda que estimule, o que le dé vida, a la industria y el comercio.
Si se tuviera que dar una forma al problema, afirmaría que es en la producción. Lo resultante de la matriz productiva y las importaciones (que incluyen ambas los servicios) es lo que va a determinar los cuántos y los cuáles de cada bien y servicio en la economía interna; por tanto, uno de los polos de la relación en la cual se conformarán los precios.
Por ello, la solución ideal sería levantar la producción nacional y que esta se acompañe con determinadas importaciones. Pero siguiendo el discurso oficial, parece imposible lidiar con problemas autóctonos que responden a errores propios como la falta de efectivo, incentivos, mecanismos institucionales, administrativos, modelos de gestión. Parecemos condenados a la importación y ahí entran en escena las tiendas en MLC comercializando “lo importado” y su posible ayuda a la Economía.
Los precios que heredamos de décadas recientes, en las tiendas estatales y militares, tienen márgenes sobre los costos (de dos digitos, en varios casos), lo que deja un alto porciento de ganancia por unidad vendida.
Sería beneficioso si, luego de las primeras recaudaciones de la nueva medida, ese dinero se usara para aumentar las importaciones de alimentos (de primera necesidad, sobre todo) e ir reduciendo los márgenes de ganancia por unidad a la par, de modo que se use todo como mecanismo de aumento de oferta acompañado de reducción de precios (incluso, el aumento de compras puede servir para renegociar precios con los proveedores extranjeros). Pero no hay incentivos a ello.
La tendencia del Gobierno no ha sido a aumentar la importación de alimentos precisamente y, menos, la reducción de precios. Las empresas estatales y militares, como monopolio, con poder, imponen sus condiciones. La existencia de monopolio en contextos en los que la demanda es mayor que la oferta hace que este no tenga incentivos (más en el subdesarrollo) de generar políticas para ir condicionando la reducción de precios; al menos, no es una necesidad para su supervivencia como organismo económico.
El camino tomado es el más sencillo, una suerte de rentismo importador, en el cual el lado de la oferta tiene sus ganancias, y nada la obliga a ofrecer mejores condiciones al lado de la demanda (el pueblo).
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