Mucho se ha debatido en estos días sobre el VII Congreso del PCC y su incidencia en el debate para lograr el desarrollo económico de la nación. Sin embargo, para lograr tan anhelado objetivo, existe un tema imprescindible e insuficientemente tratado: la emigración cubana.
Desde hace varias décadas, distintos grupos políticos han intentado manipular a la emigración cubana encasillando a sus expatriados en diferentes “categorías migratorias“. Algunas veces se habla de oleadas por razones políticas y otras veces de oleadas por índole económica, como si al dividirlas se pudiese establecer una superioridad o mayor legitimidad de una sobre otra.
Los intereses dominantes en Miami utilizan esta clasificación catalogando como “verdaderos patriotas“ aquellos que se oponen activamente al gobierno cubano y/o bloquean cualquier indicio de debate o aproximación entre la nación norteamericana (incluyendo la comunidad cubanoamericana) y Cuba. Lamentablemente, no son pocos los casos donde el odio y el rencor influyen negativamente en este pensamiento político.
En Cuba, otros intereses pretenden establecer también esta categorización como excusa, argumentando que las últimas oleadas de emigrantes cubanos tienen una naturaleza netamente económica. El objetivo es establecer un discurso con un mensaje de que a pesar de la emigración, el Gobierno Revolucionario mantiene un apoyo inquebrantable en el pueblo.
Si bien la mayor parte de la emigración cubana se encuentra en el sur de la Florida por razones familiares, culturales y geográficas, el lugar no es absoluto a la hora de hablar sobre la emigración cubana. Tengo amigos que viven en lugares tan dispares como España, Angola, Canadá y Vietnam y, al igual que muchos de los que vivimos en la Florida, se niegan a ser encasillados en esta especie de clasificación. Me comenta uno de estos amigos que casi siempre la emigración es una muestra de insatisfacción.
La mejor respuesta a estos intentos clasificatorios la escuché de un emigrado en los primeros años de la Revolución: No hay mucha diferencia entre una persona que emigra porque no puede expresarse lo suficiente a otra que emigra porque no puede alimentarse lo suficiente.
A los emigrantes cubanos nos ha tocado llevar la peor parte como ciudadanos, una especie de mutis. No tenemos representación en las decisiones que se toman en la Isla, aun cuando nos afectan directa o indirectamente, y por lo tanto hemos sido excluidos por las instituciones oficiales del debate sobre qué proyecto de país ansiamos. En los viajes que hacen los mandatarios criollos al exterior, pocas veces se organizan debates de estos con los emigrados nacionales, y cuando se hacen, la mayoría de los casos son realizados por invitación y previa pertenencia a alguna asociación de cubanos residentes en el exterior, casi siempre progubernamental.
Hace muchos años que debiéramos haber aprendido ya la lección de que no existe desarrollo económico posible para un país en cisma con su emigración.
Los principales decisores de la Isla han reconocido que uno de los principales retos económicos del país será lidiar con una población envejecida. Se ha señalado que en unas pocas décadas la sociedad cubana estará dentro de las más avejentadas, al menos, del continente. Frente a ello se impone la necesidad de revertir los índices de éxodo y eliminar la noción de divorcio entre Cuba y su emigración que ha imperado políticamente en las últimas décadas.
Es justo reconocer que la Revolución ha hecho un magnífico trabajo elevando los niveles de educación en la masa. Gracias a ello, Cuba cuenta hoy con reconocidos profesionales a nivel mundial, personas que han logrado poner en boca de muchos el nombre de una pequeña Isla. No obstante, ello no debería ser considerado condición suficiente para excluir de la nación muchos otros reconocidos profesionales de ascendencia antillana que estarían dispuestos a utilizar sus conocimientos por el bien de la nación cubana si se les permitiera. Mucho se beneficiaría el país con la afluencia de personas que se identifican como cubanos y al mismo tiempo son versados en lenguas extranjeras, con ideas variadas y conocedores de culturas y sistemas de enseñanza foráneos. Nuestro país posee una ventaja envidiable con una diáspora amplia y diversa.
Las nuevas generaciones tanto dentro de Cuba como en el exterior demandan una mayor y más abierta participación y decisión en la definición del concepto de país que buscamos. Es justo y democrático establecer mecanismos que permitan un mayor rol de intervención en la construcción del país con una sociedad civil robusta sin distinción de cubanos por razón del lugar de nacimiento o residencia. Es hora de honrar al Apóstol José Martí cultivando todos su famosa máxima, Patria es Humanidad.
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Orlando San Jorge Mesa
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