Querido Curbelo:
Te cuento, rápidamente, lo que me ocurrió ayer.
Llevo una semana un tanto alterada debido a las nuevas regulaciones que el Gobierno cubano publicó en la Gaceta. Entre ellas, la que más me impactó fue la del Artículo 28. Técnicamente, dice que debo darle el cuatro por ciento de mi salario al Estado de allá. De lo contrario, pierdo mi residencia y por ende mis propiedades en Cuba (que se reducen al departamento en el Vedado de mi mamá).
Vi la directa que hizo Eloy para elTOQUE, en la cual explicaba minuciosamente todo el tema. Luego nos escribimos por WhatsApp un ratillo y terminó de aclararme ciertas dudas.
A pesar de que Eloy con su explicación me dio un poco de paz, este desequilibrio interior no se me ha quitado. Me ha subido la presión varias veces y, para rematar, tengo unos dolores de cabeza que la revientan. Tú sabes que yo vivo de la cabeza. Mi cabeza puede estar loca, puede sufrir, puede desangrarse intentando comprender. Pero mi cabeza no se puede reventar. Porque si revienta mi cabeza revienta mi corazón.
No había hablado nada de esto con nadie en Cuba. Sabes que mi mamá anda enferma y no quiero preocuparla. Ellos y gran parte de mis conocidos no saben nada sobre el Artículo 28. De hecho, ninguno ha leído jamás la Gaceta Oficial de Cuba. No saben cuáles son las leyes de esa isla porque, simplemente, no se respetan. El Estado cubano hace uso de su propia Constitución cuando le conviene. Cuando no, la viola.
Con mi papá no puedo ni mencionar estos temas. Él defiende a capa y espada todo. Y como sí lee y sí conoce las leyes, la Constitución y toda esa locura de allá, encuentra la forma de defender lo indefendible. Yo, personalmente, prefiero evitar esos debates porque el día que mi papá deje de creer en la Revolución, ahí mismo se va a morir. Él le dio todo a ese Gobierno, trabajó como diplomático la mitad de su vida, obviamente, en el Comité Central. Y el día que se le ocurrió hacer una sugerencia, lo destituyeron, lo encarcelaron, se defendió él solo, lo tuvieron que soltar, se disculparon y nunca más le devolvieron su puesto. Lo mandaron como jefe de una unidad de policías y ahí mismo dejó todo y se volvió alcohólico. Yo imagino que él, en su cabeza, obvia toda esa parte oscura y se queda con aquellos días en que se iba a la Sierra a luchar con el desgraciado del Ché; los días en que la Revolución le dijo que el Gobierno era su casa y nunca lo abandonaría; los días en que le hicieron creer que él era alguien dentro de un equipo sólido de trabajo que luchaba por los derechos de todos los pueblos oprimidos del mundo. Yo imagino que él esconde todo eso entre alcohol, cigarros, libros y películas. Se enajena tanto como leyó en El capital que se enajenaban los obreros. Entonces yo prefiero que siga así y contribuyo a eso: le mando remesas para que se siga enajenando y no se acuerde de la pérdida de tiempo que fue su vida. De paso, evito que le dé una cosa y tenga que ir yo para allá.
Yo no quiero ir para allá.
Y menos a ver cómo uno de mis padres terminó de reventarse por culpa de la Revolución.
Me tragué todo lo del Artículo 28 durante varios días. Decidí no platicar eso hasta que se me pasara. Y como a mí casi nadie me pregunta cómo estoy ni cómo me siento, pues yo igual olvido de vez en cuando cómo estoy y cómo me siento. Así todo pasa, como dice Leopardi, y el mundo se convierte en fango.
Pero resulta que ayer me escribió mi tía (una tía de esas que no ha recibido mucho del Gobierno, una tía a la que respeto y quiero) justo en un momento en que yo fumaba y pensaba en ese tema. Me preguntó cómo estaba, cómo me sentía.
Algo se disparó en mí.
Le hablé sobre el Artículo 28.
Le conté que, a pesar de estar hace muchos años en la Constitución, el Gobierno había decidido comenzar a implementarla a partir de 2021.
Le conté que solo estarían exoneradas de hacer ese pago aquellas personas que radicaran en países que tuvieran acuerdos bilaterales de no imposición. Le conté que México no estaba dentro de esos países. Le conté que yo prácticamente no tengo trabajo. Que vivo de una beca del Consejo Nacional de Investigadores. Le conté que en seis meses se me acaba. Le conté que en mi trabajo acá como profesora yo gano máximo cuatro mil pesos, de los cuales pago tres mil seiscientos de renta. Le conté que Gary también está trabajando poco. Le conté que no sabía qué iba a hacer porque no solo son los tres mil seiscientos de renta, sino las recargas a Cuba, las remesas a Cuba, los viajes a Cuba, las cosas que compro para los viajes a Cuba, el dinero que gasto en Cuba.
Ya, con falta de aire, le mandé otro mensaje de audio diciéndole que lo peor era que ese cuatro por ciento iría directamente para el Gobierno. Tan hipócrita que, a pesar de yo contribuir anualmente con un porciento monetario a MI país, no me daba el derecho ni de votar ni de tener acceso a jubilación, en caso de que quisiera retirarme en la isla.
Le dije que el Gobierno estaba haciendo esa mierda porque no hay dinero allá, no hay comida allá, no hay nada allá y que entonces quieren aprovecharse de todos los que estamos en otro lugar, que pagamos impuestos, que saben que tenemos personas viscerales en nuestro lugar de origen, que saben que odiamos que odiamos que odiamos que odiamos, pero que también amamos amamos amamos. Se quieren aprovechar de eso y subir las cuotas que nos cobran por tener la oportunidad de ser residentes en nuestro propio país. Nos quieren subir la renta del alquiler que significa ser cubano. Le dije que estaba supertriste, que no sabía cómo iba a ayudar a mí mamá, cómo iba a poder lograr tener el dinero para todo eso. Le dije que estaba desesperada, que me había subido la presión, que se me estaba reventando la cabeza, que la cabeza no se me podía reventar, cualquier cosa menos reventar. Le dije que quería gritar, gritar mucho. Le dije que había que hacer algo, que era una injusticia y una idiotez pagar algo cuando no tendrás derecho a prácticamente nada.
Terminé el audio con el corazón a full. Vi que ella me estaba escribiendo un mensaje:
“Compra una alcancía de cochinito y ve reuniendo cada mes para que pagues el cuatro por ciento. Tú sabes cómo son las cosas aquí”.
Y sí yo sé cómo son las cosas allá, yo sé cómo es el Gobierno. Pero también sé, y me duele saberlo, cómo es la mentalidad de un pueblo que lleva tantos años sin pensar. Que lleva tantos años bajo un Estado que como un cáncer se les mete en el cerebro.
Obviamente, después de esa plática me volvió a subir la presión.
Quizás ya soy hipertensa.
Te mando un beso. También al niño,
Amanda.
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Jorge