Embajada de Alemania en Cuba iliminada con los colores de la bandera ucraniana tras la invasión de Rusia. Foto: Sadiel Mederos.
Realpolitik a la cubana, portazo a Ucrania
4 / enero / 2023
Se ha escrito bastante sobre la alta correlación entre los objetivos que persigue un Estado al interior de sus fronteras y los de política exterior. Rara vez existen contradicciones entre unos y otros. Mucho menos en los Estados de regímenes autocráticos o totalitarios.
Casi siempre hay coherencia de estrategias entre lo interno y lo exterior, no solo por la vocación o voluntad de poder inherente a cada Estado, sino porque las políticas que se establecen a nivel doméstico condicionan las que se definen para el espacio internacional.
Si se buscan ejemplos simples, habría que decir que un Estado incentiva y comercia lo que produce; importa lo que le es necesario e inevitable; emplea las ventajas comparativas que como sociedad y espacio económico posee; promueve el marco político e institucional que potencie las prioridades y objetivos que se ha propuesto; y busca apoyos y vínculos estables entre los que favorecen, o al menos no entorpecen, el orden interior en el poder.
La política exterior cubana de las últimas seis décadas ha atravesado variadas circunstancias, pero en todas ha respondido y ha estado condicionada por la voluntad del liderazgo en el poder. Debido a su muy alta discrecionalidad, a la inexistencia de balances y contrapesos, y a su rigidez, en diversas ocasiones ha caído en contradicciones insalvables. Pues, acepta la norma y el derecho cuando les resultan beneficiosos y los relega o ignora cuando no les son funcionales.
Son muchos los ejemplos en los que el poder en ejercicio en Cuba ha dado muestras de frialdad y apego a lo que se denomina en relaciones internacionales realpolitik. El concepto es central para quienes describen la política como una lucha por el poder y parten de análisis y prácticas «realistas».
La realpolitk, término de origen alemán, consiste en asumir la política desde criterios pragmáticos y al margen de ideologías. Sería lo que hace un Estado que utiliza los medios a su alcance para sostener o aumentar su poder, con independencia de las cuestiones de carácter jurídico, ético, declarativas o de apego a normas.
Un ejemplo de realismo y pragmatismo político lo constituyó el apoyo de Cuba a la invasión soviética a Checoslovaquia en 1968. En aquel momento, el entonces primer ministro Fidel Castro declaró que «el campo socialista tenía derecho a impedir que Checoslovaquia marchara al capitalismo». Además, que asistía el «derecho a impedirlo de una forma o de otra», en abierta contradicción con la retórica antiimperialista y la injerencia de un país en los asuntos internos de otros argumentos y principios que, supuestamente, estaban al centro de la política internacional del Gobierno revolucionario y le servían de justificación y legitimidad frente al orden interno existente. El líder cubano llegó a hablar entonces de la supremacía de los «juicios políticos sobre los juicios legales».
Otro momento en el que Cuba optó por apoyar a su aliado en detrimento de las normas del derecho internacional lo constituyó la invasión soviética a Afganistán en 1979. La isla tuvo que pagar el alto precio por tomar distancia del Movimiento de Países No Alineados (NOAL), organización que para colmo presidía. Además, perdió cuotas de legitimidad como país antiimperialista y del Tercer Mundo, contrario a las zonas de influencias y al uso de la fuerza en la resolución de conflictos. Aquel endoso provocó la renuncia de Cuba a su postulación como miembro del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas a inicios de 1980.
El proceso cubano no ha estado ajeno a eventos y situaciones inexplicables desde los valores que ha declarado defender. Tal es el caso de las relaciones amistosas con la dictadura de Franco, de comercio y coordinación bilateral para evitar denuncias internacionales en materia de derechos humanos con la junta militar argentina, entre otras muchas a lo largo de seis décadas.
En un texto relevante para la política exterior cubana de las últimas décadas titulado «Fundamentos Estratégicos de la Política Exterior de Cuba», de Carlos Rafael Rodríguez, se definen como esenciales y estratégicas (de importancia decisiva e incuestionable para el desarrollo de algo, casi inevitable) las relaciones que mantenía la isla con la Unión Soviética y los países del Campo Socialista. A las relaciones se subordinaban elementos geopolíticos y factuales que podrían haber sido puntos de partida y valores centrales para cualquier política exterior independiente enfocada en los intereses de la nación. Destacan entre esos elementos las obviedades de que Cuba es una isla, ubicada en el Caribe, en el hemisferio occidental, de tradición e idiosincrasia hispano-africana, a escasos kilómetros de la primera potencia mundial y único enemigo declarado.
El diferendo con Washington, vistos los objetivos del modelo desde lo internacional, impone una estrategia de enfrentamiento y sobrevivencia a la amenaza. Desde lo interno, justifica límites a las libertades individuales, civiles y políticas para constituir una «plaza sitiada» bajo condiciones excepcionales. O sea, se tiene una justificación que es funcional y coherente para varios propósitos, internos y externos.
Carlos Rafael, por cierto, era un estratega lo suficientemente instruido como para ignorar el desvarío de anteponer lo táctico a lo objetivo e inevitable. Pero aquello no era un error, sino la lectura más realista que le garantizaba control y gobernabilidad al grupo en el poder. Su función no era la de un librepensador, sino la de alguien que buscaba articular una estrategia exitosa, aunque para ello necesitara elevar las dosis de pragmatismo y reiterar sin descanso la «amistad inquebrantable con la URSS y el campo socialista». Confirma, a su vez, ahora desde una herramienta programática y argumental, que política externa e interna debían ser tan concordantes como sujeto y predicado y que el sostenimiento del sistema era más importante que los valores republicanos, los derechos civiles y políticos y la prosperidad ciudadana.
Algo muy semejante es lo que ha ocurrido después. En especial, luego de la desaparición de la URSS y el socialismo real en Europa, cuando Cuba se quedó sin alianzas estratégicas y buscó refugio internacional en las Cumbres Iberoamericanas, en América Latina, en la reanudación y profundización de los vínculos con varios Estados de la región, y en la actualización del único enfoque posible, de la mano de la inevitable geopolítica, los lazos socioculturales y la historia.
La Cuba de los años noventa era un país que tímidamente se abría al capital extranjero, que aceptaba a regañadientes la iniciativa privada, que buscaba adaptarse moderando su discurso, que negociaba en secreto con Estados Unidos y ampliaba sus vínculos exteriores. La superación de los peores años del Período Especial tuvo reflejo en una política exterior que fue premiada con la visita del papa Juan Pablo II («Que Cuba se abra al mundo y el mundo se abra a Cuba»), con la sede de la Cumbre Iberoamericana y de la primera reunión de alto nivel de la Asociación de Estados del Caribe (AEC), con la derrota de la resolución norteamericana de derechos humanos en Ginebra, y con la visita de decenas de presidentes, primeros ministros y cancilleres.
Con posterioridad al derribo de las avionetas de Hermanos al Rescate y la firma de la Ley Helms-Burton, en medio de la deriva mental de Fidel Castro y de la reconfiguración de un país que comenzaba una nueva alianza y una nueva dependencia, esta vez con Venezuela, se llegó al paroxismo de la Batalla de Ideas y, más tarde, a la llamada Revolución Energética. Las relaciones de privilegio con un inesperado pero muy conveniente socio regional, político, ideológico, comercial y de colaboración definieron las prioridades de la isla ante el mandato superior experimentado en períodos previos. Pero las resoluciones pragmáticas siguieron siendo iguales, al margen de otros criterios, como la defensa y sobrevivencia del proyecto a cualquier costo.
Continuidad, orden de combate y portazo a Ucrania
Los últimos cuatro años han sido muy gráficos para constatar que no son los tiempos en los que Cuba enviaba tropas y colaboradores a varios continentes, gozaba de cierto prestigio y apoyo entre los países del Tercer Mundo, se convertía en un jugador de peso en variados escenarios y formaba parte de un grupo de países con visiones políticas, ideológicas y económicas semejantes. Tampoco son los tiempos en los que pueda «exportar» un modelo que se encuentra en crisis estructural y que, dijo Fidel Castro, «no nos sirve ni a nosotros».
Pero es en tiempos de fragilidad y cuestionamientos, de pérdida creciente de valores simbólicos, de precariedad en la capacidad económica y productiva, y de menos anclajes en el ámbito internacional, en los que le toca actuar a la política exterior. De ahí que la política exterior de Díaz-Canel (como denominación que hace referencia a este momento específico y no a su carácter novedoso o creativo) no ha sido otra que la de la continuidad en medio de una profunda crisis en prácticamente todos los órdenes.
Si se toman en cuenta los antecedentes mencionados, la pérdida o debilidad relativa de los elementos de negociación con que ha contado el régimen cubano, la existencia de alianzas de menor peso relativo que en períodos previos, sumado a la falta de talento y de valentía política del liderazgo, no es extraordinario que Cuba sacrifique a Ucrania. De tal modo, da continuidad al apoyo de Fidel Castro a la invasión soviética a Checoslovaquia en 1968 y a la de Afganistán en 1979, así como a lo expuesto en los «Fundamentos…» de Carlos Rafael Rodríguez. El realismo político, que sería el camino más corto para quien se resiste al cambio, deviene postura incuestionable, inevitable.
El 24 de febrero de 2022 Rusia invadió Ucrania. Durante los días previos y posteriores al ataque a Kiev, los medios oficiales cubanos emplearon la retórica rusa que calificaba el numeroso despliegue militar, los bombardeos y la entrada de tropas en tierras ucranianas con el eufemismo de «operación militar especial».
Durante las jornadas siguientes, en medio del conflicto armado, La Habana se abstuvo de condenar el uso de la fuerza, la violación de la soberanía ucraniana y la no observancia de buena parte de las principales normas del derecho internacional en todos los ámbitos en los que se ha debatido o presentado el tema. Ha responsabilizado a Estados Unidos y a la OTAN por el quiebre de la paz bajo la escandalosa frase de «Rusia tiene derecho a defenderse».
La justificación de los propósitos rusos y el apoyo de la isla a Moscú, sin embargo, no fueron una sorpresa. Ocurrió durante la anexión rusa de Crimea en 2014, posicionamiento que provocó un deterioro significativo en las relaciones entre Cuba y Ucrania.
Tampoco es casual ni gratuito que en 2014 Rusia condonara el 90 % de la deuda contraída por Cuba con su anterior aliado estratégico, valorada en 35 300 millones de dólares; y que los nuevos préstamos a los que accedió la isla entre 2006 y 2019, por un valor de 2 300 millones de dólares para proyectos de energía, industria metalúrgica y transporte, fueran reestructurados y sus pagos prorrogados hasta 2027.
Rusia también ha enviado ayuda humanitaria a Cuba durante los últimos dos años: 200 toneladas en 2021 y alrededor de 100 en el primer semestre de 2022.
O sea, sin llegar al nivel de las relaciones de Cuba y la URSS, Rusia es hoy uno de los principales aliados políticos, económicos, comerciales y de emisión de crédito de la isla.
El apoyo político y diplomático de Cuba a la invasión rusa a Ucrania, a través de declaraciones, posicionamientos en organismos internacionales, eventos políticos y tergiversaciones y mentiras en televisión nacional se inscribe en la infame lista del cálculo de conveniencias por sobre la justicia y el derecho. También demuestra que las alianzas que ha tenido el sistema cubano han sido pragmáticas, utilitarias e instrumentales, no necesariamente ideológicas ni de principios.
La Tarea Ordenamiento, «la orden de combate está dada» y «Rusia tiene derecho a defenderse» poseen una coherencia que se corresponde con la visión totalitaria de administración de las responsabilidades públicas referidas a diversos ámbitos, ya sea la política económica, las cuestiones de seguridad y orden interior o la política internacional: la necesidad de no ceder cuotas de discrecionalidad y poder.
Son inseparables los elementos de continuidad, la orden de combate y el abandono a Ucrania, porque hay un mal de fondo en la política exterior cubana, congénito, que es coincidente con las deudas republicanas, democráticas, de renovación real del sistema y de elaboración de objetivos internacionales que respondan a los intereses de una nación y no a los de un Partido único que se impone como fuerza superior y única de la sociedad y el Estado.
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