La ciudad china de Wuhan. Foto: @WillySier/Twitter. Tomada de OnCuba
Notas de un cubano en Wuhan. Sin derecho a un beso
31 / enero / 2020
“Wuhan different everyday”, así se alza el eslogan de la ciudad que cálidamente me recibiera cinco años atrás, y del cual tiramos muchos de los que aquí residimos para aliñar con un poco de humor la cotidianeidad y lo sui generis y cambiante de sus situaciones.
Wuhan, ciudad de cientos de lagos, con una superficie similar a la de Londres, es famosa por los noodles secos. En 2018 fue descrita como la más feliz de China. Es también líder en el desarrollo de la fibra óptica y de la industria automotriz: de Dongfeng, Citroën, Renault y Peugeot, entre otras marcas.
Una ciudad que abraza al caminante y le brinda completa seguridad; de bares y de cafés en la ladera del río Yangtsé. Ciudad de la cual nadie te habló nunca, y que ahora se hace famosa bajo el prisma de la desventura: aquí ha comenzado la epidemia de coronavirus.
Recuerdo haber escuchado acerca de un posible virus a finales de diciembre de 2019 y, evidentemente, lo tomé a la ligera.
Mi confianza en el gobierno local para la resolución de problemas de impacto era alta, pues ya había pasado por ciertos eventos de esta índole como inundaciones, nevadas densas y olas de calor. Las respuestas administrativas y colectivas han sido admirables en todas sus fases, y suelen culminar con la pronta recuperación de la vida habitual, de todas sus relaciones e interacciones.
Así se fueron pasando los días. Mi novia me leía y advertía acerca de las distintas informaciones que leía en las redes sociales, mientras yo continuaba escéptico. Me sorprendió que un día llegara a mi apartamento un paquete con máscaras respiratorias. Mi novia las había comprado, y yo creía que era exageración y me negaba a usarlas, pues hay que ver lo incómodas que son.
Algunos se refieren al consumo de animales crudos o semicrudos como “la cobra china”, el murciélago, pero pudiera haber también otras especies involucradas en la cadena de transmisión.
Para aquellos no familiarizados con la cultura china, es crucial decir que en China existe una relación desarmonizada y controversial entre desarrollo tecnológico, patrones sociales y de comportamiento, tradiciones y costumbres. Las tecnologías van muy a la vanguardia en comparación con los estándares de conducta, un poco rezagados para una sociedad con infraestructuras del primer mundo y donde las tradiciones y costumbres juegan un papel cimero en la interacción social.
Comencé, entonces, a protegerme más del contacto personal, y a observar el comportamiento de los residentes. Casi todos lucían ajenos y desinteresados, al parecer, por la falta de información y por el hecho de que se había comunicado oficialmente que la transmisión inter humanos no estaba confirmada. El rigor y la disciplina cívica no es precisamente una cualidad de los habitantes de esta ciudad.
Iba tomando conciencia de la posible repercusión de la epidemia al despertar cada mañana y al leer comentarios y noticias sobre el crecimiento de las cifras de personas contagiadas. Aun así, continuaba observando en las calles y lugares públicos a personas adultas y a niños sin llevar máscaras respiratorias.
Como bola de nieve comenzó a crecer el número de pacientes, y dentro de ellos el número de fallecidos. También creció el impacto mediático y entonces fue cuando las autoridades y las personas asumieron la situación de forma más seria. Cerraron los trabajos, los comercios, las escuelas, pero también se inició el tradicional flujo migratorio característico de las celebraciones por el nuevo año chino, y ello trajo la mayor expansión del virus.
Todavía en ese momento me sentía optimista en relación con una pronta atenuación y control de la epidemia, pero me estalló la burbuja cuando leí un artículo del prestigioso experto chino en virología Guan Qi, quien había estado en Wuhan para evaluar la magnitud del evento y dictar pautas para contrarrestar las consecuencias del virus. Qi decía que se había marchado mostrando su decepción ante los procederes epidemiológicos y argumentaba que las cifras en relación a la transmisión eran diez veces mayor que las registradas. Él dijo que por primera vez en su vida tenía miedo.
No es que me haya derrumbado, pero sí sentí la fuerza de gravedad un poco más intensa sobre mis hombros. El virus se transmitía por contacto humano, a través de las vías respiratorias, fluidos corporales, y resistía en el aire en condiciones favorables.
Decidí que debía ya tomar medidas más extremas: el casi completo aislamiento, y para ello debía prepararme. Entonces, bien cubierto y protegido, me dirigí al mercado para comprar provisiones suficientes con las cuales sobrevivir en reclusión por unos cuantos días. Ya todos llevaban máscaras.
Noté que en la calle y lugares públicos todos se miraban temerosos, cada persona representaba un potencial emisor o transmisor, todos evitaban un acercamiento, lo que inevitablemente genera una sensación de soledad, egoísmo y dicotomía en cuanto a tu esencia social y empática en relación a la protección y ponderación del ego. Había, por lo menos en mi caso, suficientes provisiones: pollo, res, huevos, arroz, y otros. Vegetales y frutas, no.
A la mañana siguiente declararon el bloqueo de la ciudad, y posteriormente el de otras ciudades aledañas dentro de la provincia de Hubei. Si alguna vez valoramos marcharnos, ya no era opción.
El hecho de estar en el epicentro de una epidemia y bloqueado o limitado en tus libertades no alimenta precisamente la idea de seguridad. Las calles se han tornado cada vez más desiertas. Hay poco tránsito de vehículos, y casi ningún peatón, todo ello dentro de un paisaje grisáceo típico del invierno en la ciudad.
Los videos y comentarios que llegan desde los hospitales por vías no formales no son alentadores. Se observa un colapso de las instalaciones médicas, del personal, y de los insumos y recursos. Normalmente, los hospitales de Wuhan gozaban de gran prestigio en el centro de China, además de contar con altas tecnologías y personal calificado.
En un lunes ordinario se sobresaturaban de pacientes. Por ello no me extraña que en muy pocos días se produzca un quebrantamiento del sistema de asistencia médica y sanitaria. Se dice que el personal sufre de ataques de estrés o angustia, además de un excesivo agotamiento, y que unos pocos renuncian a sus funciones. Hay una percepción de catastrofismo general.
Los enfermos reales, los enfermos con otras patologías semejantes, pero distintas al virus, y la hipocondriasis ansiosa se cruzan en los salones abarrotados de los hospitales, y el que padecía un simple resfriado eleva altamente su riesgo de infección.
Las autoridades sanitarias ruegan a los residentes permanecer en sus casas y que si se presumen infestadas se aíslen del resto de la familia, lo cual sería un poco impracticable tomando en consideración que una casa promedio es de 80 m² y un núcleo familiar se compone de cuatro o cinco personas.
El panorama no es consolador, pero la gestión administrativa se va intensificando, junto a la idea de la responsabilidad en la conciencia de los locales. Según expertos, el virus no sobrevive en condiciones de altas temperatura, por lo que se espera que se erradique totalmente durante el verano.
Mientras tanto, el pánico y la incertidumbre deambulan, rociando al azar la desdicha sobre mi ciudad, que no reflejará durante un tiempo sus portentoso colores y luces en las aguas del río Yangtsé.
La resignación palmea la espalda del que resiste e invita a la aceptación de la realidad impuesta. De nosotros dependerá remontar esta realidad, con prudencia, paciencia y esperanza.
Este texto fue publicado originalmente en OnCubaNews y su autor es Samuel Junco Vila. Se republica íntegramente en elTOQUE con la intención de ofrecer contenidos e ideas variadas y desde diferentes perspectivas a nuestras audiencias. Lo que aquí se reproduce no es necesariamente la postura editorial de nuestro medio.
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