Base de Supertanqueros de Matanzas después del incendio. Foto: Ricardo López Hevia / Facebook.
Más transparencia y menos triunfalismo
12 / agosto / 2022
«Victoria genera victoria». Así se regocijó el gobernante cubano Miguel Mario Díaz-Canel Bermúdez, tras anunciar que, después de cinco días de iniciado el incendio en la Base de Supertanqueros de Matanzas, había sido controlado.
Desde la primera noche del siniestro (5 de agosto de 2022), la primera secretaria del Partido Comunista en Matanzas, Susely Morfa y quienes la acompañaban, disminuyeron la importancia del suceso. Ese día, la funcionaria partidista ―célebre por declarar de manera histérica que había pagado su pasaje para asistir a la Cumbre de las Américas en Panamá, 2015― pidió confianza y anunció que la situación sería controlada a pesar de ―como se demostró con posterioridad― no tener ni la más mínima idea de las reales implicaciones del siniestro. El incendio de Matanzas dejó nuevamente en evidencia a los burócratas cubanos. Demostró que su «confianza en el triunfo» no es otra cosa que negligencia disfrazada.
A pesar de la verborragia, la victoria que anunció Díaz-Canel y que Susely Morfa respalda con los brazos levantados mientras a sus espaldas están por encontrar aún los restos de 14 bomberos calcinados no es ni siquiera pírrica. Cuba no ganó nada más allá de experiencia con el incendio de la Base de Supertanqueros. Si se atiende a la crisis y la historia del modelo de gestión gubernamental cubano, tampoco existen garantías de que esa experiencia vaya a traducirse en acciones que permitan la no repetición de sucesos como este.
No hay victoria en Matanzas, solo debacle. Los resultados hablan por sí solos. Al menos 17 muertos y más de 120 lesionados que incluyen al ministro de Energía y Minas. Todavía están por determinarse las proporciones del desastre ambiental derivado del incendio. El fuego destruyó la mitad de los tanques más grandes con los que se disponía de un depósito único de su tipo en Cuba.
Estos datos no se comparan con desastres similares traídos a colación para disminuir la magnitud del suceso y destacar la gestión de la crisis por parte del Gobierno cubano.
René González Schewerert, uno de los cinco agentes cubanos juzgados en los Estados Unidos y declarado Héroe de la República de Cuba, ha dicho que quienes «se deleitan hablando cáscara» deberían saber que en 2019 los estadounidenses demoraron seis días en apagar el incendio de ITC Deer Park, una zona industrial química del área de Houston.
Ese argumento se reprodujo entre quienes apoyan al Gobierno cubano como una forma de justificar las dificultades que implicaba la gestión de un desastre como el de Matanzas. Sin embargo, más allá de que la comparación entre la magnitud de los incidentes (en el ITC se incendiaron ocho tanques que contenían, además, productos más volátiles que el petróleo como la nafta y el xileno) el argumento esgrimido por René González es contraproducente y demuestra poco respeto por la vida. Él y quienes utilizaron su idea para defender la respuesta gubernamental al incendio, olvidan mencionar que en el incidente de ITC no se reportó un solo lesionado ni un solo fallecido.
Por el contrario, en Cuba muy probablemente el espíritu triunfalista de los dirigentes fue el que los llevó ―incluso sabiéndose sin los recursos― a minimizar la gravedad del siniestro, mantener personal innecesario en el lugar y enviar bomberos, con más deseos que técnica, a apagar el primer depósito incendiado.
Ante la ausencia de victoria real, el poder necesita contar otra historia. Trasladar la mirada a la heroicidad con la que sus dirigentes y bomberos se han comportado ante el fuego desatado. Con la épica, se desvía la atención de las causas de las cosas, de la incapacidad que otra vez han mostrado para prevenir desastres o gestionarlos lo mejor posible cuando se producen.
Durante los últimos días se ha llamado a no politizar el siniestro y sus efectos, a no exigir cuentas hasta pasada la crisis, a concentrarnos en las víctimas. Pero lo cierto es que, para el régimen del Partido Comunista, nunca es un buen tiempo para que el soberano exija. Los tiempos siempre son los que ellos consideran oportunos y muchas veces nunca llegan.
Por ejemplo, la ciudadanía ha exigido que se ofrezcan las cifras reales y se identifique a los desaparecidos o se confirme su muerte. Algunos voceros oficiales han responsabilizado por la dilación a los familiares de las víctimas. Sin embargo, mientras el Gobierno guarda silencio, algunos familiares de las víctimas han salido a mostrar su dolor y a exigir responsabilidades por la muerte de sus seres queridos. Sobre todo, los familiares de los jóvenes reclutas del Servicio Militar Obligatorio que, probablemente en contra de su deseo, fueron enviados a enfrentar un incendio de proporciones históricas, sin recursos y sin entrenamiento.
Quienes sufren y exigen respuestas no son herméticos ni opacos. Esas son actitudes del totalitarismo cubano. La inconformidad expresada por los familiares de las víctimas es también un rechazo a la impunidad.
El lenguaje victorioso, el poner deliberada y privilegiadamente la atención en la heroicidad de los bomberos y autoridades, el pedir concentración en el suceso y no en sus causas y reales posibilidades de repetición ha sido un mecanismo empleado muchas veces por los Gobiernos del socialismo cubano para profundizar la impunidad que permite su supervivencia.
Una impunidad que no solo es individual, sino de todo el sistema. Lo que se busca en estas circunstancias no es la protección de este o aquel sujeto, sino la de todo un modelo que es incompatible con la eficiencia.
La impunidad del modelo se persiguió cuando Díaz-Canel dijo que se investigarían «los sucesos» del accidente del avión que se cayó en 2018. En aquel momento afirmó que «se daría toda la información» al respecto. Sin embargo, todavía hoy los cubanos esperamos TODA la información prometida por el primer secretario del Partido Comunista. Esperamos una información que vaya más allá del parco informe que sobre el siniestro publicaron las autoridades cubanas y que coloca la responsabilidad en la tripulación de la aeronave, pero no determina quién fue el responsable, por parte del Gobierno cubano, de contratar a una compañía como Global Air.
Una compañía sobre la cual ―de acuerdo con un reporte del periódico mexicano Milenio― Cuba había recibido consejos desde 2010 «para que dejara de chartear» sus aviones por fallas e irregularidades. Fallas e irregularidades que fueron denunciadas antes y después del siniestro del avión por los trabajadores de la aerolínea y que incluían falta de mantenimientos a las aeronaves y de entrenamiento de los pilotos.
De igual manera, los cubanos seguimos esperando conocer de quién fue la responsabilidad de resarcir a los familiares de las víctimas y en qué forma se produjo ese resarcimiento. Un dato que resulta trascendental a raíz de las denuncias formuladas por la única sobreviviente del accidente, quien demostró las dificultades que enfrenta para acceder a los recursos y medicamentos necesarios para mantener su calidad de vida.
Pero si sabemos poco de lo que ocurrió con un suceso de 2018, menos sabemos de los resultados de la investigación sobre la explosión del hotel Saratoga, ocurrida unos meses antes del incendio en Matanzas.
El lenguaje triunfalista de los dirigentes cubanos y de la propaganda, más que el reflejo de la satisfacción lógica que se siente al saber que ha terminado una pesadilla, es, en mi opinión, una muestra más de la enajenación con la que viven y la impunidad de la que disfrutan. Una enajenación que los lleva a confundir el alivio con victoria y una impunidad que les permite venderla porque saben que no pagarán precio alguno ―ni político ni penal― por la muerte y el daño que su gestión provoca.
No hay victoria alguna en este accionar del Gobierno. Al menos no la hay para la ciudadanía. Con estos desastres la gente no gana. La práctica indica que los desastres profundizan el menoscabo de los pocos derechos que conservan los cubanos. Las personas tienen derecho a saber y no de acuerdo con los criterios de oportunidad que maneja el Gobierno cubano. Las personas tienen derecho a saber por qué los desastres en Cuba y sus manejos han demostrado que el saber para los cubanos es cada vez menos un lujo y más una cuestión de supervivencia.
EL TOQUE ES UN ESPACIO ABIERTO A DIFERENTES PUNTOS DE VISTA. ESTE MATERIAL RESPONDE A LAS OPINIONES DE SU AUTOR, LAS CUALES NO NECESARIAMENTE REFLEJAN LA POSTURA EDITORIAL DEL MEDIO.
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