Los rostros del I-220A: más allá de un documento migratorio

Los rostros del I-220A: más allá de un documento migratorio

26 / marzo / 2025

Ella es una de las primeras personas con quien hablo cada mañana. Nos unió el exilio, la migración y la maternidad. Entre audios apresurados y mensajes de voz, compartimos el día a día, los desvelos con los niños, los desafíos de criar lejos del país en el que nacimos. Su esposo y el mío son amigos desde el preuniversitario y ahora todos somos familia.

Pero últimamente, nuestras conversaciones han cambiado. Aunque intentamos seguir hablando de lo cotidiano, entre líneas se cuela el peso de la incertidumbre. Se nota en las pausas, en los suspiros, en los silencios que son más largos de lo habitual. Cuando ellos entraron a Estados Unidos les dieron un I-220A, y lo que antes era una espera cargada de esperanza, hoy se siente como estar en el limbo.

La angustia ha crecido en los últimos días. Aunque intentan seguir con sus rutinas y arropan a sus hijos por la noche, se hacen una pregunta que ninguno de los dos se atreve a decir en voz alta: «¿qué va a pasar con nosotros?».

El I-220A no se considera un parole, sino una orden de libertad bajo supervisión, lo cual significa que no otorga un estatus de admisión legal en Estados Unidos. Sin ese requisito, para los cubanos el ajuste de estatus a través de la Ley de Ajuste es imposible. Las alrededor de 500 000 personas nacidas en la isla que están en esa situación aún no tienen una solución definitiva para regularizarse.

Con los cambios recientes en las políticas migratorias estadounidenses, las personas con I-220A enfrentan una realidad cada vez más difícil de soportar. Algunas han acudido a sus citas con el Servicio de Control de Inmigración y Aduanas (ICE, por sus siglas en inglés) y, sin antecedentes ni explicación alguna, han quedado detenidas, lo que ha sembrado el miedo y la incertidumbre en la comunidad.

En cada paso que dan, muchos cubanos con I-220A llevan consigo el peso de un futuro incierto, mientras construyen sus vidas en lo que aún no pueden llamar un hogar seguro.

Tengo amigos con I-220A que son ingenieros, que diseñan edificios que sostendrán nuevas historias. Tengo amistades con I-220A que son maestras, que enseñan a nuestros hijos con la paciencia y el cariño de quien comprende lo que significa empezar de cero.

Se levantan temprano, reciben a los niños con una sonrisa; pero algunas llevan más de tres años sin ver a sus hijos, a quienes tuvieron que dejar en Cuba con la esperanza de que, algún día, el sueño de tener su residencia les permitiría reunirse con ellos.

Tengo amigos que trabajan de paralegales y ayudan a otros inmigrantes a navegar por un sistema que ellos mismos tuvieron que descifrar. Una amiga muy querida, por ejemplo, fue quien nos ayudó a entender los trámites migratorios cuando recién llegamos. Con su experiencia y generosidad, nos orientó en cada formulario y procedimiento, brindándonos la claridad y el apoyo que tanto necesitábamos. Su historia es un reflejo de la resiliencia de quienes, después de superar sus desafíos, se dedican a ayudar a otros a encontrar su camino en los laberintos legales.

Tengo amigos con I-220A que estudian con el sueño de construir un futuro mejor, que se desvelan entre libros de derecho, de enfermería, de programación, porque saben que cada página leída es un paso más hacia la estabilidad. Mentes brillantes que aportan su talento a este país que todavía los mira con desconfianza.

Tengo amigos con I-220A que han tenido hijos aquí, que han formado familias en esta tierra que un día los recibió. Sus hijos son ciudadanos estadounidenses y crecerán entre dos mundos, con raíces que se extienden más allá de la frontera. Y sus padres, trabajan cada día con la esperanza de que esos niños tengan un futuro lleno de oportunidades.

Todos cruzamos la línea invisible que separa a los países: algunos por mar, otros por tierra, otros en avión. Muchos vinimos de la misma manera. Pocos de nosotros sabíamos lo que nos esperaba del otro lado. Pocos conocían sobre paroles, sobre documentos con códigos y letras frías, sobre trámites interminables. Solo sabíamos que había que avanzar. Después de travesías, miedos y retenes, tocar suelo norteamericano era respirar de nuevo.

Hoy, esas personas que un día caminaron bajo el sol abrasador del desierto o esperaron horas en la línea de un puente, son parte de esta sociedad. No son cifras en un informe, no son nombres en un expediente. Son quienes levantan casas, cuidan enfermos, enseñan a los niños, abren caminos donde antes solo había puertas cerradas.

El I-220A es solo un papel. Lo que realmente importa es la historia que cada uno lleva consigo, la huella que dejan en este país que, poco a poco, también empieza a ser suyo.

Tengo amigos con I-220A que se han convertido en el refugio de este exilio, que han abierto sus puertas cuando más lo necesitábamos, que han sido los abrazos que sostienen en los días difíciles.

Tengo amigos con I-220A y no podría estar más orgullosa. No son solo compañeros de camino, son la prueba de que ningún documento define el valor de una persona. Han transformado la incertidumbre en propósito, el miedo en resiliencia y este país al que tanto aportan, en un hogar. No son estadísticas, no son expedientes. Para mí, más que amigos, son mi familia.


ELTOQUE ES UN ESPACIO DE CREACIÓN ABIERTO A DIFERENTES PUNTOS DE VISTA. ESTE MATERIAL RESPONDE A LA OPINIÓN DE SU AUTOR, LA CUAL NO NECESARIAMENTE REFLEJA LA POSTURA EDITORIAL DEL MEDIO.
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