Varios emprendedores cubanos ya conocen el significado de la responsabilidad social de sus negocios y de su impacto en los espacios donde trabajan. Los protagonistas de estas historias han comprendido que la productividad no solo depende de sus ventajas técnicas; también son fundamentales el manejo ambiental y la estabilidad social de la comunidad en que se desarrollan.
Entre Los Sitios y Dragones, localidades del municipio Centro Habana que pocos dudan en calificar de marginal; a unos pasos del afamado Barrio Chino; en frente de un albergue; rodeado de calles estrechas y de gente con más penas que glorias; en un viejo almacén que parecía inservible, la naturaleza retoma su papel de madre en un lugar donde los altares son para un árbol.
Ya han pasado más de cinco años desde que Gisela Vilaboy y Carlos Martínez fundaron el Proyecto Bambú Centro y, aquella iniciativa que surgió de la necesidad de sus creadores de elevar su nivel adquisitivo y de la voluntad “de hacer algo para ayudar”, es hoy uno de los negocios privados de la capital cubana que, sin descuidar las ganancias económicas, asume un rol protagónico en los intentos por transformar el entorno comunitario desde la cultura y el arte.
“Nosotros comenzamos como un proyecto de desarrollo local y en el año 2015 fuimos aprobados como proyecto sociocultural, y aunque al principio teníamos mucha incertidumbre, siempre mantuvimos una premisa: es imposible crecer sin responsabilidad social”.
Del resultado de la transformación del bambú vive este matrimonio porque ellos, junto a cinco trabajadores, pueden lograr casi cualquier forma de ese árbol. “Hacemos muebles, trabajamos fibras textiles, decoraciones de interiores, en fin, creo que hacemos casi todo”, explica Gisela Vilaboy, quien parece el reverso de su compañero, porque su lenguaje corporal y su voz de locutora se roban todo el espacio.
De él son las estructuras y de ella la decoración, pero la filantropía es quizás lo que los une; por eso, juntos, a través del Bambú Centro, realizan talleres y actividades culturales con los niños de la comunidad, entablan puentes con las mujeres del barrio y le transmiten las fórmulas del oficio a los jóvenes desempleados; además, constantemente velan por la higiene de los alrededores.
“Parte de nuestro crecimiento empresarial es asumir la filosofía de que DAR no es una opción y mucho menos una obligación, sino un deber como seres humanos y actores sociales que pretenden contribuir en la formación de una sociedad mejor –dice Carlos- por eso para nosotros es imprescindible tener un impacto positivo en el barrio; la comunidad y hasta en el municipio”.
“Creo que parte de nuestra responsabilidad como ciudadanos es entender que existen circunstancias en las que nosotros no podemos incidir, primero porque no están a nuestro alcance y segundo porque no nos corresponde hacerlo. Pero eso no significa que nos crucemos de brazo ante lo que sí podamos mejorar y eso es lo que tratamos de hacer”, explica Carlos.
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Caridad Limonta era una prominente viceministra de la Industria Ligera cuando la salud comenzó a jugarle malas pasadas. Lo que era un ascendente puesto en la administración pública se convirtió en desempleo. Fue entonces cuando retomó la costura, porque máquina de coser tenía, al igual que un título en esa especialidad obtenido en la Unión Soviética en el año 1981.
“Al principio mi negocio era pequeño, pero mis ambiciones eran grandes. Se carece de buenos productos textiles en las tiendas cubanas y las cosas traídas de Ecuador, Panamá, o de cualquier otro país, no me gustaban, como tampoco a muchas personas que prefieren prendas más sueltas, colores menos llamativos, tejidos para nuestro clima; por eso aposté por un atelier”.
Gracias al consejo de unos amigos, la costurera llegó al Centro Cultural Padre Félix Varela en busca de un módulo de Desarrollo Humano, de los ofrecidos por CubaEmprende. Y ese curso le cambió la vida, no solo a ella, sino también a su familia. A partir de la experiencia, Caridad no fue más una cuentapropista, sino una pequeña empresaria más responsable ante la sociedad.
Junto a su hijo diseñador, Caridad registró la marca Procle —Productora Comercializadora Luisa Ewen, segundo nombre y apellido de la dueña—. En sus inicios, el taller de costura radicaba en su casa en Guanabacoa, muy alejada del centro de la ciudad. Entonces apareció la oportunidad de rentar un local en el Vedado, justamente al frente de Parque John Lennon.
“En esa zona había muchas tiendas de ropa, pero no atelieres. Así, comenzamos a arreglar las piezas que nos traían, con la idea del que venía a una cosa, se interesaba por otra.”
A partir de la alianza creada con la Delegada de la Circunscripción, Procle asumió, sin cobrar un centavo, parte de la canastilla de las embarazadas de la zona y la confección de piezas para ancianas que viven solas; está presente en actividades comunitarias, en los desfiles de moda por el día de los niños realizados en el parque John Lennon, además de apadrinar un centro de niños sin amparo filial en 10 de Octubre. También atiende un círculo social en una escuela primaria de la localidad.
“Al impartir las clases de costura he notado que aún nuestra sociedad es muy machista. He tenido alumnos varones que me dicen que no van a realizar las actividades porque su papá no los deja. Entonces tengo que explicarles que la costura no es labor exclusiva de mujeres, que en la vida hay que estar preparados para cualquier situación, y que es importante saber pegar un botón”.
Hoy en el atelier de Procle desfilan artistas, periodistas, cuerpo diplomático de Etiopía, Italia y Estados Unidos, porque saben que van a encontrar un buen servicio.
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Hace cuatro años que Juanky´s Pan abrió sus puertas, y desde entonces no ha cerrado más. Juan Carlos, el dueño de esa Hamburguesera, se graduó en la Universidad de Ciencias Informáticas (UCI), y mientras trabajaba como Jefe de Laboratorio, incursionaba en la venta de hamburguesas, porque más que una necesidad económica, a él le gustaba cocinar.
Ya tenía clientes fijos, casi los mismos siempre, y cuando la cosa se le “puso mala” en la UCI, la idea de abrir su propio negocio fue el camino expedito. “El garaje de la casa fue nuestro local, porque no había mucho dinero para grandes inversiones, así que mi papá y yo nos pusimos las pilas y trabajamos hasta de albañiles para sacar el negocio a delante.”
El primer contacto de Juanky´s Pan con la comunidad fue una obra de teatro. Junto a su novia y su padre, Juan Carlos creó un guion. Los niños del barrio representaron a los animales del bosque que se unieron para crear una cafetería, más o menos lo mismo que habían hecho ellos un tiempo atrás.
No solo la buena presencia de su establecimiento de hamburguesas le interesa a Juan Carlos, también la limpieza de la calle, mantener el alumbrado público, eliminar el basurero de la esquina, forman parte de su trabajo.
“Ahora estamos trabajando en el basurero que tenemos cerca, queremos hacer un parque de reciclaje. La idea no es quitar el basurero, porque en algún lugar hay botar las cosas, la idea va más allá: fomentar la cultura del reciclaje. En esta tarea se han sumado otros establecimientos no estatales, una pizzería, una barbería y una organizadora de eventos, porque queremos sumar”.
En Juanky´s Pan hay una central de carga para motos eléctricas, libre de pago para los clientes que llegan hasta la Ave 23a / 202 y 212 en la Coronela. En la pared le aconsejan a los clientes: “Garantice su carga para el regreso”, aunque su carga puede ser la comida y la energía para las motos.
“El 4 de abril fue la más reciente interacción con la comunidad. Ese día ocurrió algo bonito, en medio de la fiesta que le preparamos a todos los niños del barrio, un vecino nuestro, que desde el inicio manifestó incomodidad con todo lo que hacíamos, nos felicitó por las acciones que desarrollábamos. Esa actitud nos gratificó, supimos que estábamos por el camino correcto, que ya habíamos ganado otro amigo, que a lo mejor ahora, ya no le molestaba tanto la música, los carros que llegan… Creo que al final entendió que no trabajamos para hacernos los buenos”.
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