El profesor cubanoamericano Carlos Lazo junto a sus estudiantes de Seattle, a quienes enseña español a través de la cultura cubana. Foto: Tomada de su perfil de Facebook.
Carlos Lazo: un maestro cubano en Estados Unidos que construye puentes de amor
18 / enero / 2020
Mi primer contacto con el profesor Carlos Lazo fue un mensaje en Messenger; un mensaje en el que yo disentía con una postura suya. No nos conocíamos. Par de reacciones comunes a algún post nos habían puesto en el mismo sitio. Nada más. Pero verlo cargado de adolescentes estadounidenses, vistiendo y portando banderas de EE. UU. y Cuba, haciendo música cubana en sus aulas, me dio la confianza suficiente como para “entrarle de frente” y mencionarle un asunto en el que no coincidíamos. No nos pusimos de acuerdo, pero él decidió ceder: “hasta el día que nos sentemos a hablar del tema y encontremos un lenguaje y una solución común que nos hermane”, me escribió.
UN SUEÑO PUEDE COMENZAR EN UNA BALSA
Carlos Lazo es un cubano que llegó en 1991 a Estados Unidos: en balsa. Antes de eso ya había pasado un año de prisión en Cuba por intento de salida ilegal. Nunca lo ha negado, nunca lo ha escondido. No es motivo de vergüenza.
Aunque siempre le gustó leer y estudiar, reconoce que su adolescencia fue un poco irregular. Solo alcanzó el preuniversitario.
“Eran los 80’s”, cuenta. “Los sucesos del Mariel y el consiguiente éxodo marcaron y, de cierto modo, traumatizaron la sociedad cubana. Mi familia no estuvo exenta del impacto de esos tiempos”.
De aquellos años Carlos recuerda la emigración de su hermano a Perú —había sido de los que “se metieron” en la embajada en La Habana—, y la decisión de su madre de “quedarse” en Estados Unidos tras viajar a ese país para visitar al padre de ella, enfermo. Los planes que siguieron tenían como propósito reunir al hijo que estaba en Perú y al que había quedado solo en Cuba: Carlos.
“Mis padres estaban divorciados, pero mi padre se ocupaba de mí. Él siempre estuvo ahí para orientarme. Lo visitaba en su casa. Yo vivía solo, en un apartamento. Todo ello hizo que mi vida estuviera un poco desestabilizada por esa época. Imagínate mi rendimiento académico, de chiripa pasé el preuniversitario”.
Fue detenido en 1988 tratando de salir ilegalmente del país. Cumplió un año de privación de libertad.
“Cuando salí de prisión, mis horizontes laborales se minimizaron por el estigma que conllevaba un expresidiario, y las razones de la condena”, recuerda.
Unos meses antes de salir definitivamente en balsa, Carlos hacía zapatos con unos amigos. Había sido estibador en los muelles de La Habana, dependiente de un puesto de viandas, dulcero y carnicero.
ENSEÑAR ES UNA VOCACIÓN
Cuando un adolescente baila con muletas en un escenario tiene que ser foco de atención. Detrás de la admirable reacción del muchacho que canta y salta de alegría y olvida su pie enyesado, su incomodidad y su dolor, hay un sentimiento telúrico que lo mueve irremediablemente: la pasión de un profesor.
Cuenta Carlos que el magisterio le gustó desde pequeño cuando solía improvisar discursos como si estuviera en un aula. Quizás por esa vocación infantil admiró siempre la labor de los educadores, sobre todo de aquellos que marcaron su vida de forma positiva.
“Recuerdo a un maestro de Geografía, su nombre es Rolando Ardiles, que siempre me apoyó (especialmente en esos tiempos en que yo era un adolescente que vivía solo en La Habana). Ardiles hasta su merienda compartía conmigo en la escuela y era una voz que en aquellos años siempre me defendía y orientaba”.
Carlos reconoce que su profesión como maestro inició con algunas experiencias no oficiales: en el ejército norteamericano donde estuvo por 10 años y muchas veces dio clases de cuidados médicos a los soldados; en las clases de español a alumnos de la Universidad de Washington (UW) mientras él era estudiante.
“De ahí en adelante lo demás fue enseñar”, dice. “Fui instructor en la UW por tres años y concluí también dos maestrías: una en Estudios hispánicos y otra en Pedagogía. Mientras hacía prácticas pedagógicas en escuelas secundarias, me di cuenta de que me encantaba enseñar a adolescentes”.
CUBA CABE EN UN AULA DE SEATTLE
La clase parece una fiesta. Una buena clase siempre debería ser una fiesta. El profesor pone música de Orishas y Buena Fe, de Celia Cruz y Gloria Stefan. El profesor habla de la isla en que nació y usa poemas de José Martí para las clases de Gramática y Cultura hispanoamericana. El profesor menciona, varias veces, la palabra Cuba. Cuba ya no es una palabra extraña.
“En específico, ellos no sabían mucho de Cuba”, cuenta Carlos. “Muchas veces la cultura hispanoamericana en EUA se percibe dependiendo de qué comunidades latinas son las que viven en nuestro entorno. En el área de Seattle hay muchas personas de origen mexicano, pero muy pocas de origen cubano”.
Aunque algunos han visitado Cuba, las clases del profe Carlos, sus vivencias, significan el verdadero viaje. “Les he hablado a mis estudiantes de Cuba, de mis experiencias de vida. Y como no es difícil hablar de las cosas que uno ama y que le son cercanas a uno, pues yo hablo y utilizo la cultura cubana, textos, música, etc., cada vez que puedo. Y a los muchachos les encanta.
Hace seis años, Carlos enseña español en escuelas públicas de Estados Unidos, donde ha impartido clases a estudiantes desde octavo al duodécimo grado.
LOS PUENTES VIRTUALES TAMBIÉN SON PUENTES
Esta historia comenzó en las redes sociales, en las que cada vez es más común que comiencen las historias. Porque sí, en estos tiempos, la historia que ocurre lejos, se desconoce hasta que nace en un post de Facebook o cualquier otra red social, y la gente la comparte o no.
Carlos también cree en el poder de las redes sociales para convertir el barrio o la escuela, en una comunidad global.
“Por ejemplo, mis alumnos aprenden canciones cubanas y, a través de las redes sociales, les hacen llegar esas canciones a los cubanos, a cualquiera alrededor del mundo. Es un mensaje de amor y amistad, es un mensaje con el cual, a través de la cultura, se crean puentes de amor que trascienden fronteras e ideologías”.
Aunque hay quien asegura que en las redes tiene más éxito el morbo, que el amor muchas veces empalaga, aburre, provoca rechazo, las historias de Carlos se comparten miles de veces.
“Mi experiencia de vida me ha demostrado que, sin amor, hasta los frutos más jugosos saben ácidos o amargos y hasta las más grandes conquistas humanas pierden su sentido”, reflexiona Carlos.
“Yo soy ejemplo vivo de alguien en quien conviven amores disímiles, el amor por mi tierra de nacimiento, su gente y su cultura y el amor por mi país adoptivo. Promover la cultura y la amistad entre las personas de esos dos países es como promover el amor entre los hijos de una misma familia; porque al final ¿qué es la humanidad sino una gran familia? Nos dividen fronteras, sistemas políticos, diferencias culturales, pero nos unen cosas más grandes, nos une nuestra esencia humana y nos une el amor.
CARLOS LAZO: ES POSIBLE FABRICAR SUEÑOS
Todo comenzó en octubre de 2017 en una clase de Español “que se tornaba aburrida”. Ni los versos sencillos de José Martí para ilustrar la conjugación de los verbos en presente (cultivo, da, arranca, etc.), ni la indicación de memorizar dos cuartetas mejoraban el ambiente.
“Tomé la guitarra y decidí enseñarles los versos cantando la Guantanamera”, cuenta Carlos. “En cuestión de días se los aprendieron bien. Entonces una niña me dijo:
ꟷ‘Sr. Lazo, ¿se imagina si los niños cubanos nos vieran cantar esta canción?’. ꟷ¿Por qué no?, le respondí”.
Y con su respuesta nació un sueño. Tres meses más tarde, con el apoyo de padres y la organización Cuba Educational Travel el profe “desembarcó” en la Habana con 40 estudiantes y padres.
Los estudiantes norteamericanos no solo cantaron para los niños cubanos sino con los niños cubanos, y así nació la Fábrica de Sueños. Luego recogieron dinero y donaciones para los habaneros damnificados por el tornado de enero de 2019 e hicieron un video de la canción Cuba Isla Bella, como homenaje a la patria primera de su profesor.
“La publicación en las redes se hizo viral. A partir de ahí, mis estudiantes han conocido a músicos cubanos de la talla de Descemer Bueno, Waldo Mendoza, La Reina y La Real, Frank Delgado, Cimafunk, Omara Portuondo, Buena Fe, así como otros artistas, pintores y escritores”, rememora Carlos.
Incluso, fueron invitados al concierto de Buena Fe en el teatro Karl Marx en noviembre pasado.
“Para los chicos, para sus padres (varios de los papás viajaron con nosotros) y para mí, fue una experiencia extraordinaria. Los estudiantes vieron hecho realidad su sueño de cantar con jóvenes cubanos. Verse queridos y aplaudidos por el público cubano, salir a las calles y que la gente los saludara de manera cordial y cariñosa, es una experiencia que no puede describirse con palabras”.
En menos de dos años, la Fábrica de Sueños ha visitado Cuba en cinco ocasiones trayendo a más de 200 personas entre estudiantes y padres. Algunos han visitado la Isla más de una vez. La Fábrica también trabaja con el proyecto Barrio Habana para incentivar la amistad y cooperación entre niños cubanos y norteamericanos.
“La Fábrica no solo lleva a Cuba a estudiantes que pueden pagarse sus pasajes y gastos. En nuestros grupos también viajan algunos niños norteamericanos que no cuentan con recursos para subvencionarse el viaje. La Fábrica de Sueños siempre tiene un sueño de amor entre manos, en camino a hacerse realidad”.
SIEMPRE QUEDA ALGO POR HACER
El documento en el que envió sus respuestas a mis preguntas se llamaba Lo que falta. No creo que haya sido casualidad un nombre así. A Carlos, a sus estudiantes, a mí, a los cubanos de aquí y de allá, nos falta mucho por hacer aún. Mucho por hacer para impedir que el odio y el rencor se apoderen del futuro, por más incierto que el mañana nos parezca.
“Como yo, hay muchísimos cubanos y cubanoamericanos —diría que la mayoría— que sienten amor por su país de origen y por su país adoptivo, que se sienten de aquí y de allá y que sueñan que las relaciones entre los pueblos de Cuba y Estados Unidos sean, no solo de respeto, sino de amistad y cooperación”.
Aun cuando cree que “el grado de ofensa debe ser definido por quien siente el agravio y no por quien lo provoca”, Carlos asegura que en ni en su vida o relaciones personales, ni en su página en Facebook, habrá jamás ofensas, ni siquiera contra aquellos hermanos que no estén de acuerdo con lo que hace.
No voy a negar que muchas veces yo misma soy una mujer pesimista. No voy a negar que muchas veces los intentos de Carlos me han parecido utópicos. No voy a negar tampoco que leerlo y ver a sus alumnos me trae cierta esperanza, me alivia y regocija. Carlos y yo comenzamos con una desavenencia, pero eso no significa que comenzamos mal. Por más cursi que parezca, ambos apostamos por el amor y por la utilidad.
“Tengo sueños, metas. Pero entiendo que, en la cadena del progreso humano, no siempre uno ve los resultados de las cosas por las que lucha”, confiesa Carlos.
“Lo importante es hacer algo por el mundo, poner un granito de arena, ser un eslabón en la cadena del progreso. Debemos comprender que todos los eslabones son importantes y que, sin el pequeño esfuerzo de alguien, los sueños humanos se derrumbarían. Lo que me falta por hacer es, con mi humilde esfuerzo, seguir haciendo”.
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