Gabriela Reguera, Alfredo Carmenate y Conner Gorry. Foto: Sabrina López
Cuba Libro: filantropía a pesar de la distancia
26 / junio / 2020
Aunque está cerca de la populosa avenida 23, muchos consideran a Cuba Libro un oasis dentro de la ciudad: un columpio, muchos libros, un jardín, poco ruido.
El pasado 20 de marzo, cuando el país reportaba 21 casos de COVID-19, este café privado publicó en su página de Facebook: “Hoy será nuestro último día abierto al público. Hemos tomado la difícil decisión de cerrar voluntariamente hasta nuevo aviso. A pesar de las medidas sanitarias, esta decisión se tomó como equipo para proteger aún más la salud colectiva y de nuestra comunidad”.
Una semana antes, el epidemiólogo local había visitado el café. Siguiendo sus orientaciones, Conner Gorry, dueña del negocio, estableció que quien entrara debía enjuagarse las manos con hipoclorito, lavárselas antes de comer, mantener distanciamiento. Los objetos de servicio se higienizarían con una solución de jabón y cloro y se desinfectarían todas las superficies posibles: encimera, manijas de puertas, accesorios de baño.
“Hay miembros del grupo con ciertos riesgos: asma, hipertensión. Además, tenemos familiares y amigos en países donde la pandemia estaba arrasando y temíamos mucho”, cuenta Conner, periodista neoyorquina que reside en Cuba hace más de 15 años.
Después del cierre, ella asumió el pago del primer salario mínimo a los seis miembros del equipo de trabajo y la recarga de sus teléfonos móviles. Para el segundo mes inició una campaña de recaudación de fondos. “Somos muy conscientes de las dificultades que todo el mundo está enfrentando ahora. Pero si usted está dispuesto a hacer una pequeña donación hará una gran diferencia para mantener el avance de nuestra comunidad”, escribió en Facebook.
A pesar de las trabas para el pago en línea, debido a las restricciones del bloqueo estadounidense, la respuesta a este post dejó atónita a Conner. “Cuando fundé Cuba Libro, en 2013, nunca imaginé que creceríamos hasta ser una comunidad solidaria, humanista y desinteresada. No estaba preparada para tantas respuestas positivas”, dice. “Paypal, por ejemplo, nos ha bloqueado porque estamos en Cuba, pero hemos logrado tener el salario mínimo y recargar los móviles en estos momentos tan difíciles”.
Conner valora su emprendimiento como un negocio socialmente responsable por sus precios bajos, la prohibición de alcohol, el ambiente tranquilo, artístico, inclusivo, y su compromiso social. “Nuestras donaciones vienen del exterior. Hacemos inventarios y luego cooperamos con quienes más lo necesitan. En tiempos de coronavirus, hemos podido identificar y ayudar a poblaciones vulnerables”, comenta.
Dafnee, por ejemplo, embarazada de ocho semanas, consiguió sus pastillas prenatales gracias al programa de donaciones de Cuba Libro. También alcanzaron a cubrir las necesidades de este medicamento otras diez embarazadas inscritas en el consultorio médico número 9, del municipio Playa.
A través de un grupo de WhatsApp también han organizado distribuciones de guantes quirúrgicos, gel de manos, jabón, pasta dental, almohadillas sanitarias, tampones, condones, cepillos de dientes y medicamentos. Para recibir estas donaciones solo se exige ir con nasobuco y mantener el distanciamiento.
“Tratamos de minimizar las carencias. En las farmacias, por ejemplo, se forman colas gigantes, pero si necesitas algo concreto, es probable que lo encuentres aquí”, explica Gabriela Reguera, trabajadora del café.
Ella, que estudia licenciatura en Fisioterapia y Rehabilitación pediátrica, durante los primeros días de la pandemia pesquisó por iniciativa propia a los más vulnerables de su barrio. “Chequeé la presión arterial, tomé la temperatura y pregunté qué necesitaban mis vecinos más ancianos, la gente que vive sola. Lo hice cada día hasta que llegaron los médicos y estudiantes autorizados”, dice.
El 16 de mayo Cuba Libro abrió sus puertas para una donación masiva. A las 11:00 a.m llegaron cerca de 15 personas: amigos, clientes, vecinos, gente que supo de la iniciativa. Conner abrió una maleta que contenía cepillos de dientes, guantes, condones, tampones, medicinas. Repartió todo. “Cuando el mundo vuelva a la normalidad, ya tenemos una lista definida con las prioridades de nuestra comunidad”, asegura.
“Entregar café a domicilio es un servicio que no sé concretar por la imposibilidad de encontrar envases rápidamente. No obstante, cuando reabra el negocio estará disponible ‘Quédate en casa’, una bebida caliente y ‘El Durán’, una bebida fría. Queremos que el recuerdo de esta época no sea constantemente negativo”, especifica Conner.
Mientras tanto, Alfredo Carmenate, trabajador de Cuba Libro, ha liderado en este tiempo un equipo de seis voluntarios que transportan productos a personas que no pueden salir de sus casas.
El primer caso –recuerda– fue una muchacha del Vedado cuya madre de 83 años, discapacitada, diabética, vive en el Cotorro. “La hija no tenía cómo llevarle distintos artículos y me ofrecí para hacerlo. Luego descubrí que al lado de la señora vivía otra anciana sola y a través del grupo de WhatsApp una amiga se ofreció a hacerle compras para que yo se las llevara”.
Alfredo va en bicicleta cuatro veces por semana desde Centro Habana, donde vive, hasta el Cotorro. Siempre por la tarde. El reloj de su bicicleta marca regularmente 80 o 90 kilómetros de recorrido. También ha auxiliado a personas en Lawton, La Lisa, Guanabacoa.
Laura y Olivia son amigas del café. Ellas decidieron ocuparse de un señor de 71 años que vive con su madre de 98. Les buscan mandados, las medicinas, pasan tiempo con ellos.
Así sucede con cada nuevo caso, alguien da el paso adelante para ayudar. A pesar de la distancia, la filantropía los mantiene unidos. “Seguiremos haciéndolo mientras podamos”, asegura Alfredo.
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