David, como decidió llamarse el protagonista de esta historia, forma parte del gran porciento de orientales que ha resuelto emigrar hacia La Habana en busca de una vida mejor. Él renunció a los sacrificios de ser un estudiante de Ingeniería Automática de la Universidad de Oriente, en Santiago de Cuba, y decidió abrirse camino en la capital.
“Yo hago cualquier pinchita que aparezca. He enviado mi currículum a algunos negocios por cuenta propia pero nunca me han llamado porque exigen graduados universitarios y todavía no he terminado la carrera.”
Pidió la baja cuando cursaba el segundo año. En La Habana pasó otro, desvinculado, esperando volver a los estudios en el Curso por encuentros, cuando se inició como “alquimista” en la elaboración particular de refrescos gaseados.
Cuenta David que aprender la técnica fue tan fácil como abrir una lata de Coca Cola, un refresco que, curiosamente, nunca ha probado. Cuando habla, en la cara le aparece una sonrisa que refresca su rostro de 24 años.
“Me uní a un socio que tenía un negocio de refrescos y empezamos a inventar para ganarnos la vida”.
El amigo, quien ya tenía experiencia en la materia, se encargó de la infraestructura y la compra de los productos, mientras David hacía la magia.
“La máquina con que trabajamos es un invento muy cubano. Conectamos un balón de dióxido de carbono (CO2) al pedal de una máquina de coser puesta boca abajo y lo unimos a un motor de lavadora rusa con una correa que impulsa la rueda de la máquina, mueve el pedal y sacude los pomos”.
En el proceso el punto más complicado es la gestión de la materia prima. La ayuda proviene de una mano amiga que resuelve “por la izquierda” lo que haga falta para sacar adelante la producción de lo que el cubano llama jocosamente la Coca Cola criolla.
“Los ingredientes salen carísimos y solo se consiguen en bolsa negra”- dice David, y ya no exhibe la sonrisa pícara.
Los riesgos son enormes para este alquimista improvisado. La actividad que ejerce no está comprendida entre las más de 150 legisladas en la Gaceta Oficial No. 027 Extraordinaria del 2013. Por tanto, no paga los impuestos establecidos en la Ley No. 113 del Sistema Tributario ni está sujeto a inspecciones sanitarias ni controles de calidad.
“Cuando viene alguien de Salud Pública muchas veces no llega hasta el cuarto donde trabajamos porque atrás hay perros. Otras veces preguntan y se les dice que es un cuarto de desahogo donde solo hay tarecos.”
“También está el lío de la distribución -dice mientras cruza los brazos sobre el pecho-. Metemos los pomos en sacos y nos movemos en bicicletas o carretillas pequeñas.”
–¿Y si te para la policía?
-Yo suelo decir que llevo los pomos para el cumpleaños de un familiar, pero todo es cuestión de suerte.
Pese a los riesgos, David se aferra a su trabajo más estable hasta ahora. La pequeña industria no solo aporta ganancias a sus productores sino que logra satisfacer la demanda de aquellos clientes que no pueden pagar el producto original en CUC. Quien lo compra muchas veces pasa por alto el riesgo de una contaminación sanitaria o la procedencia del producto; muchas veces a penas se fija en el ligero ahorro que le produce adquirirlo más barato.
Sin embargo, tal profundidad de pensamiento no parece estar en David, quien, con los refrescos, ha logrado aliviar sus problemas monetarios y no abandonar el sueño de ser ingeniero.
“Asisto a clases los sábados y durante la semana hago refrescos. Con esto he podido sustentar mi estancia en La Habana, comprarme la comida y algún que otro par de zapatos, sin darle tanta carga a mi mamá”. En la casa lo espera un libro de Circuitos Microelectrónicos, el necesario para la próxima prueba en la facultad.
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