¡Pongan la corriente, pin…! fue una demanda hecha conga tras quince horas de apagón en la Universidad de Camagüey (UC). El video, que se esparció por las redes sociales, mostró una realidad que no es nueva en los centros de educación superior de Cuba.
«Todo pasó el día 15 de junio. Desde las seis de la mañana no había corriente, y la pusieron a las siete de la noche. Supuestamente eran doce horas, pero la quitaron de nuevo quince minutos después», cuenta un estudiante camagüeyano. «La gente se molestó por eso y empezó a cantar desde los balcones hasta que bajaron a la Plaza Cultural y ahí se armó la conga que se vio en Internet.
Según el alumno de tercer año de Ingeniería Eléctrica, ese día la comida había sido una sopa con arroz blanco y tortilla, lo que hizo que los muchachos estuvieran más molestos.
«No sé si tuvo que ver con el apagón, pero llegar sudado y cansado de los Taínos —juegos deportivos—, y no tener corriente ni agua para bañarte, era demasiado», dijo.
Como en el resto de la provincia, en la Universidad de Camagüey se afecta el fluido eléctrico entre ocho y doce horas diarias desde que comenzó la crisis energética en marzo.
«Estos molestos apagones también perjudican el sistema de abasto de agua en la institución, volviéndose prácticamente imposible que llegue a los pisos tres y cuatro de las residencias en la última semana», informó en una nota el semanario Adelante.
Sin embargo, la extensión por casi tres horas más no se debió a la planificación de la empresa eléctrica (UNE), sino a una sobrecarga en el bloque residencial que incluye la sede Agramonte.
Aunque la información del semanario y la página institucional de la Universidad difieren en cuanto al tiempo de restablecimiento del fluido eléctrico, el periódico local reconoció que la reacción de los responsables de solucionar el problema eléctrico llegó «retrasada».
Apagar el autoestudio
Es la una de la madrugada y hay dos muchachas en la sala de estar de la residencia de hembras de una universidad cubana cualquiera. A primer turno tienen prueba de Cálculo y sienten que no han estudiado lo suficiente. Tiradas en el piso, con la luz de la única lámpara del pasillo, repasan las fórmulas del libro y la libreta. La corriente llegó hace dos horas, antes no pudieron estudiar.
«No es que seamos finalistas, es que también hemos tenido que repasar para otras asignaturas», explica en un audio de WhatsApp Martha Elena. «Los primeros años de Ingeniería Mecánica son los más difíciles, pero entre los problemas de alimentación, el agua y los apagones, terminar el curso es una proeza».
«No hacer nada», «pasar trabajo»c y «tratar de seguir con las actividades docentes y recreativas que no requieran de electricidad» fueron las respuestas de algunos estudiantes a la pregunta ¿qué hacen cuando hay apagón? y otras pertenecientes a un formulario previo a la redacción de este texto.
Se constató que en varias universidades del país la situación es similar: los apagones en las tarde-noches son los más molestos porque dificultan el autoestudio y las actividades recreativas.
«Tenemos que sentarnos en una escalera, un pasillo o algún sitio donde haya electricidad», comenta un alumno de Periodismo de la Universidad Central «Martha Abreu» de Las Villas. «A veces es incluso peligroso, porque hay que transitar por lugares que son tan oscuros que parecen una “boca de lobo”. ¡Menos mal que existen los celulares con linterna!».
Los jóvenes universitarios de casi todas las generaciones saben de apagones: ya sea por irregularidades en el Sistema Energético Nacional (SEN) o por problemas estructurales y sobreconsumo en las residencias estudiantiles a partir de cocinas y calentadores improvisados que se encienden en «horario pico».
Bombas de cisternas, cámaras frías en los comedores, calderas, sistemas de vapor y de iluminación son equipos altos consumidores de energía en los centros educacionales cubanos. Muchos detienen su funcionamiento durante los apagones. También locales y servicios asociados al proceso docente educativo como laboratorios, bibliotecas, conexiones wifi, etcétera.
«De los apagones no nos salva ni el estar en la “zona hospitalaria” de la ciudad», cuenta Jorge López, un estudiante de la Universidad de Ciencias Médicas en Las Tunas. «Cuando sé que habrá apagón toda la noche y necesito estudiar me voy a la casa de mi tía, pero no todos los becados tienen esa oportunidad».
Según cuenta, otra alternativa es aprovechar la luz del sol en las tardes libres para estudiar o en las noches reunirse alrededor de la laptop de algún compañero. «Pero no hay batería ni vista que aguante», dice.
¿Qué pasa en la universidad?
En varias universidades cubanas existe un Sistema de Gestión Total Eficiente de Energía (SGTEE), con personas encargadas de controlar el consumo y forzar el ahorro mediante la disminución de los horarios de los laboratorios, el apagado de equipos de climatización y otras medidas que disminuyen el gasto de energía, pero perjudican el funcionamiento de los equipos y procesos.
Aunque un estudio de la Universidad de Matanzas demostró que el responsable de la SGTEE no permanecía en la plaza por movimientos a otras mejor remuneradas y era necesaria una constante preparación de los responsables, durante las crisis energéticas no basta con establecer medidas internas de ahorro. Los centros de enseñanza se incluyen en los bloques y circuitos establecidos por territorios y también tienen su calendario de apagón.
La Universidad de Camagüey, por ejemplo, se inserta en cuatro circuitos, pero dos de ellos son primarios residenciales con un calendario de afectación: el 103 que alimenta la sede José Martí y el 105 que alcanza a la cocina-comedor y las residencias estudiantiles de la sede Agramonte. Los dos restantes no tienen programación establecida: se apagan cuando hace falta.
Róger Castro conoce bien esta diferenciación. Él estudia en la sede central y su novia en la otrora universidad de Ciencias Pedagógicas, ambas separadas solo por una avenida. «En dependencia de donde sea el apagón yo me “escabullo” a su facultad o ella a la mía», cuenta.
Tras la conga del 15 de junio, las autoridades del centro educacional realizaron intercambios con los estudiantes para «explicarles» las causas de los apagones.
En una entrevista al departamento de Comunicación, el doctor en ciencias Davel Borges Vasconcellos, responsable del programa de Eficiencia Energética y Fuentes Renovables de Energía, explicó que buscan alternativas para que el corte de electricidad no limite el bombeo del agua a las residencias estudiantiles.
Agregó que uno de los proyectos «busca emplear el Grupo Electrógeno que alimenta la cocina-comedor, también en la residencia. Una vez que esté conectado, aunque no haya servicio eléctrico en ningún área, sí pudiéramos tener electricidad en la beca y por tanto bombear agua».
Añadió que ese es ambicioso y requiere más recursos y tiempo, pero tienen el apoyo institucional para lograrlo.
La concreción de las posibles soluciones anunciadas tras el «escándalo» de la conga estudiantil pudieran extenderse en el tiempo, o como suele suceder en muchos casos, caer en saco roto.
Un estudio de 2012 de la Universidad de Las Tunas reveló como los principales problemas en el uso de la energía la «existencia de múltiples salideros de agua en la red interna y externa que implicaban un trabajo adicional de las bombas de agua y el mal estado del aislamiento de cámaras frías y áreas climatizadas».
También se diagnosticó un alto consumo de energía eléctrica en la Residencia Estudiantil, poco uso de las posibilidades de ahorro de las computadoras y un registro deficiente y poco frecuente del consumo de energía eléctrica.
Una década después, varios de los problemas continúan sin solución o se han agravado bajo el argumento de las limitaciones económicas de Cuba.
Los cortes de electricidad o la modificación en los horarios de los servicios para ahorrar electricidad durante «coyunturas energéticas», forman parte del karma de la enseñanza superior en Cuba. La imagen se repite por años y parece un déjà vu: en noches de calor y de apagón, es común ver a los estudiantes becados sentados en los bancos y áreas al aire libre. Otros prefieren quedarse en las «salas de estar», «batallando» también con los mosquitos.
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