Liev es muchas cosas. Tiene nombre ruso, pero es un mulato enorme, de unos dos metros de alto. Fue oficial de las FAR, y en el 2007 ante la disyuntiva de elegir entre seguir en la profesión o continuar en los caminos de su fe religiosa sin temores a manifestarse, escogió esta última.
Tanto amor tiene a sus sagrados orichas, que actualmente es el presidente de la Filial granmense de la Asociación Cultural Yoruba de Cuba. Liev es graduado en la especialidad de Mecánica y también tiene una pequeña cafetería para garantizar el sustento familiar, a la cual le puso de nombre “Club Grandes Ligas”, porque su gran pasión es la pelota.
Su ídolo es La Potencia, Yoenis Céspedes.
Y no es el único fanático de bateador cubano. Los granmenses siguen más atentos la carrera del titán negro —El Alazán de la Gran Manzana— que de ningún otro pelotero del terruño. Quizás porque, como a muchos otros, no tuvimos la oportunidad de verlo convertirse en el “caballo” de pelotero en que se ha convertido. Y, aunque no se ha cansado de mandar implementos deportivos para los muchachos de categorías inferiores, eso no se menciona.
Quienes lo seguimos, que no somos pocos, hemos llegado a pensar que algo malo ha hecho, pues no hay partido de las Grandes Ligas en que La Potencia juegue, que hayan pasado por la televisión estatal.
Como muchos fans, Liev trató de comunicarse con Céspedes; pero a diferencia de todos los demás que se babean por conocerlo, él sí lo logró. A través de Facebook, encontró el camino a una de las primas del pelotero de los Mets de Nueva York. El vínculo espiritual fue creciendo y alcanzó categoría de relación mística, pues Liev, ayudado por sus santos, dice él que “predijo” a Céspedes y a su familia varias de las lesiones que la estrella ha sufrido en la última temporada.
Esta inusual relación se tornó casi íntima, los correos de aquí para allá y de allá para acá no cesaron, hasta que Liev comunicó a Céspedes, a través de su familia, que para mejorar la salud, independientemente del poder y las atenciones médicas, debía venir a “su tierra”, y hacer aquí un fortalecimiento espiritual. En la distancia, parece, los santos no funcionan del mismo modo.
Pero un problema mayor impide que la fe de ambos se concrete en encuentro espiritual: Céspedes no puede pisar la isla en ocho años, desde que salió ilegalmente.
A pesar de eso, Liev recibió un regalo inesperado: una camiseta firmada por el mismísimo campeón, y un mensaje donde le anunciaba la intención de visitarlo cuando pudiera por fin volver a Cuba, para “hacerse el trabajo”.
Sin embargo, ahora también otro drama impedirá que Liev y Céspedes se encuentren. Al día siguiente de recibir tan valioso regalo, le fue confirmada una sanción de privación de libertad durante un año, por responsabilidades administrativas — de las cuáles se defiende y niega cualquier implicación.
Lamento, amargamente, no haber fotografiado el pulóver de Liev en ese momento, ni sus ojos brillantes, ni los collares de sus manos. “Yoenis Céspedes es mi amigo, compay”, me había dicho mientras me mostraba la camiseta azul, firmada por La Potencia.
Tal vez en 2019, cuando ambos hayan terminado de cumplir sus respectivas (e impuestas) condenas, coincidan el líder religioso y el campeón en una ceremonia yoruba donde se curen mágicamente sus lesiones —las de los dos—, y se den entonces un abrazo de hermanos separados por las leyes y la política; que se juntan por la fuerza de la sangre que corre por la venas de los cubanos que luchamos, todos los días, por ser lo más libres posible.
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Joao Fariñas
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