Fotograma de la película «Vicenta B». Foto: Tomada de Internet.
«Vicenta B»: entre el cine, los afectos y el análisis social
20 / junio / 2023
Vicenta B es la historia de numerosas madres y abuelas cubanas que encuentra forma en el lente del equipo de realización liderado por Carlos Lechuga. La trama de la película se torna íntima, remite a los últimos días en la isla de cualquier emigrante. Refleja, además, la ruptura que viven los familiares al ver salir a sus hijos mientras ellos quedan atrás, en medio de soledades, crisis de fe y vulnerabilidad social. Pero también es nuestra historia, porque muchos de los espectadores hemos sentido el vacío que produce el acto de poner tu vida en una maleta (mientras tus padres observan) o sostener un último abrazo y conversación en el mismo espacio físico.
El filme cuenta la historia de una cartomántica (Vicenta) que se dispone a ayudar en su jornada cotidiana a las personas necesitadas de consuelo espiritual en una nación en la que el materialismo fue ordenanza estatal. Con Vicenta, la película se adentra en el universo sociorreligioso cubano y evidencia sus complejidades. A su vez, en Vicenta se concreta la ruptura del quedarse y el sismo de la soledad. La película, que puede ser enmarcada como cine social, ofrece en sus 77 minutos un análisis sociológico de la Cuba actual que contempla tres ejes temáticos: el hecho religioso, los efectos de la migración y la vulnerabilidad social.
Vulnerabilidad social
Una de las aristas de la vida cotidiana que logra reflejar la película es la situación de vulnerabilidad social que afecta a un alto porcentaje de la población cubana, producto de la precariedad económica generada por la crisis del sistema político imperante en el país. El filme expone la situación de las comunidades populares, en particular su sector racializado, al hacer énfasis en sus principales disyuntivas: empobrecimiento del entorno poblacional, carencia de bienestar debido a los bajos salarios, imposibilidad de acceso a una vivienda digna, sobrecarga del papel sostenedor de la mujer, ausencia de políticas públicas y suicidio juvenil, entre otras urgencias sociales.
Carlos Lechuga, además, extiende el escenario de la trama a otros puntos geográficos de La Habana, al deconstruir el mito oficialista de la localización de la pobreza. Para reflejar la tesis se vale de la protagonista: el deterioro de su residencia, las dificultades con el transporte público y el empleo de la bicicleta para realizar desplazamientos largos, la alimentación o las brechas sociales entre el bienestar de las amigas y su anciana madrina de religión.
La vulnerabilidad que enfrenta la tercera edad en la isla es otra de las problemáticas reflejadas en el largometraje, que se concreta en los personajes del abuelo de Mónica y la madrina de Vicenta. En la persona del anciano encamado (si bien finge su invalidez) se evidencia la precariedad del sistema de cuidados y la sanidad en Cuba, situación que se agudiza debido a la débil economía familiar. En la anciana santera toma forma un sujeto social recurrente en la cotidianidad insular: el adulto mayor que intenta sostenerse afectiva y económicamente.
El núcleo familiar conformado por Mónica, su madre y su abuelo constituye un reflejo de un hogar cubano empobrecido. Una madre que es el principal sostén y proveedora del hogar. Una joven que recurre al suicidio ante la falta de oportunidades y la desesperación por el contexto en que vive, conjugados con los dilemas existenciales (de los cuales intenta buscar respuesta mediante la visita a la cartomántica Vicenta B). A los conflictos de Mónica se le suman los efectos de tener a un aciano encamado en un país donde las políticas públicas en materia de sanidad y atención a la tercera edad cada vez están más ausentes.
El filme es el resultado de una aproximación analítica y un ejercicio de observación participante de la realidad de las comunidades populares en el archipiélago caribeño, que a su vez se combina con un enfoque detallado de la interrelación entre el universo religioso y el coste afectivo-social de la emigración.
Hecho religioso y migración familiar
Después de 1959 Cuba se ha transformado en un país emisor de emigrantes, el proceso de movilidad humana ha condicionado varias facetas de la vida cotidiana de la nación. A su vez, la religión se convirtió en un rezago del pasado burgués, pues «el hombre nuevo» debía estar alejado de todo «vicio ideológico asociado al pasado neocolonial». Sin dudas, Vicenta B es una película que expone complejidades y dilemas existenciales. Por eso, refleja la ruptura emocional que causa la emigración y que repercute en el momento de mayor desolación espiritual de un creyente: la crisis de fe.
El punto de partida del análisis sociorreligioso es la vida de una cartomántica. Para lo cual el equipo de filmación realizó un amplio estudio (reflejado en el producto audiovisual) sobre el fenómeno religioso en general y sobre las religiones cubanas de matriz africana en particular. La mujer dedicada al servicio del otro a través de la lectura del tarot y de la consulta espiritual siente una inmensa desolación con la partida de su hijo y la inseguridad de un pronto retorno. El suceso altera sus afectos y por ende su universo simbólico, lo cual trastoca su relación con la divinidad —reflejada en el vacío que le impide ejercer la cartomancia—.
En una nación altamente transculturada y dispersa como Cuba, la partida de la prole reconfigura el entorno familiar y las relaciones interpersonales (como bien se refleja en la historia de Vicenta, que van desde roces con su expareja, una búsqueda de la soledad y cierta aspereza para frecuentar los espacios de sociabilidad).
La película presenta uno de los efectos más difíciles de la emigración: la reconfiguración de los roles en el hogar. Al igual que el de Vicenta, miles de hogares han tenido que adaptarse a las nuevas realidades: envejecimiento poblacional y aumento del papel de los abuelos como cabeza del hogar ante la emigración de los padres; crisis económica familiar debido a la privación de un grupo de recursos económicos destinados a costear la salida al extranjero de un hijo o nieto; los efectos de la inflación; la imposibilidad de enviar remesas del recién emigrado; y la muerte o los episodios de violencia que viven durante la travesía cientos de emigrantes.
El anterior es el contexto que genera la crisis de fe de Vicenta. Su historia se repite en muchos emigrados cubanos que hemos sido obligados a salir del país, ya sea por causas políticas o por la ausencia de un proyecto de vida digna. La crisis de fe reflejada en el filme se repite a lo largo de la isla y toma un carácter ecuménico, pues afecta a numerosos sujetos que piden a su divinidad por sus familiares y que muchas veces no encuentran respuestas.
La historia de la cartomántica encierra fragmentos de los últimos días en Cuba de miles de hombres y mujeres que han salido de la isla totalitaria, pero a su vez es el relato de nuestros familiares que se han quedado en medio de un contexto económico desfavorable y que muchas veces se niegan a contar a quienes vivimos en la diáspora.
Vicenta B constituye una oportunidad para entender desde el cine el costo emocional que paga la parte de Cuba que tanto necesita ser entendida: los que se quedaron.
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