Teresa es una mujer cubana de 31 años que vive en Europa. En 2018 emigró de Cuba a Italia y en 2022, de Italia a España.
Teresa no se llama Teresa; escogió ese nombre para proteger su identidad.
Vivía en Cuba con Sofía, su gata siamesa de cuatro años. En 2018 dejó a su familia atrás, pero le prometió a Sofía que regresaría a buscarla. Y está a punto de lograrlo.
Aunque para muchos esa promesa no tenga sentido, para Teresa tiene toda la importancia del mundo: Sofía es su familia. Se conocieron cuando la gata tenía unos meses de edad, o quizá un año, y era parte de otro grupo de gatos que vivía en una casa cercana. Un día se encontraron y para Teresa hubo una conexión.
Sofía se perdió una vez, la robaron en otras dos ocasiones y Teresa siempre la encontró.
Teresa disfrutaba pasar el tiempo acostada en la cama con su gata. Prefería su compañía en lugar de salir de fiesta o a beber algo. Una vez, celebró un cumpleaños de Sofía con un pescado como cake. Por eso no es extraño que Teresa haya regresado a Cuba a «rescatarla», como ella misma dice. A principios de 2023 viajó a la isla para empezar los trámites.
Lo primero, ponerle la vacuna antirrábica a Sofía. La rabia todavía ocasiona escasos focos de infección en el país. Las normas de la Unión Europea para la entrada de animales de compañía exigen un análisis en un laboratorio certificado, para descartar la presencia de la enfermedad, y un período de cuarentena. También exigen insertarle un chip identificador debajo de la piel.
«La gata estuvo tranquila en todo el proceso», contó.
Después de un mes de la primera vacuna, hubo que sacar un poco de la sangre de Sofía y enviarla al Instituto Valenciano de Microbiología. El coste del test fue cercano a los 100 euros; una amiga le hizo el favor de trasladar la sangre en avión. El resultado fue negativo. Luego quedaba la cuarentena. Ambas tuvieron que esperar tres meses (de marzo a junio), el período mínimo establecido para que un animal pueda entrar a Europa.
Por primera vez, desde que emigró en 2018, Teresa tiene un lugar propio al que llevar a Sofía. Es una casita de un pueblo ubicado en la España rural. Antes de eso, vivió en una montaña en Italia. Allí trabajó en el campo, sobrevivió a la discriminación y estuvo en una situación de vulnerabilidad que prefiere no describir.
Ha pasado por mucho; pero siempre con la culpa de no haber podido darle una vida mejor a Sofía, hasta ahora.
La culpa es particularmente dolorosa para alguien a quien otros podrían llamar «la loca de los animales». Una persona capaz de rescatar y dar refugio a cuanto ser vivo malherido se encuentre. Alguien que, posiblemente, esté cansada de que le digan que los seres humanos son más importantes que los «bichos», como si ella fuera una niña.
Los trámites han ido bien, el papeleo ha estado relativamente rápido y no ha gastado tanto dinero.
Transporte de animales hacia Estados Unidos
Desde octubre de 2020, más de 400 000 cubanos han entrado por la frontera sur de Estados Unidos. ¿Cuántos de esos emigrantes tenían animales a su cargo? ¿Cuántos viven con esas mascotas ahora? ¿Cuántos quedaron en el camino? Aún no tenemos cifras exactas de emigrantes cubanos en el resto del mundo.
Una fuente que pidió el anonimato relató a elTOQUE que para llevar a sus mascotas a Estados Unidos (EE. UU.) gastó 3 000 dólares en total, 1 500 por cada una de ellas. Lo hizo con una agencia privada que se encargaba de todo: vacunas, documentación y viaje. Las mascotas primero volaban a México, donde les hacían un pasaporte de ese país, y de ahí volaban a EE. UU.
Aseguró que la agencia ahora cobra 2 500 dólares por cada animal. El valor del trámite creció con el éxodo de los cubanos hacia esa nación.
«A todos nos parece mucho dinero, pero el cariño de un animal afectivo no tiene precio», dijo.
Es un camino que conlleva muchos riesgos. La experiencia de Isabella Sierra, una usuaria de Facebook, lo ejemplifica. Confió la transportación de su «hija» perruna Fabia a House of the Travel World. La agencia le solicitó un pago inicial de 2 880 dólares, según ellos el 80 % del costo total.
Tras varios meses de «peloteos», retrasos y de solicitudes de más dinero, Isabella denunció a la agencia en sus redes. Como ella, varios usuarios reportaron el mismo problema: pagaron y su familia animal no llegaba.
House of the Travel World publica regularmente casos exitosos de mascotas transportadas desde Cuba, aunque las quejas sobre su trabajo no cesan. elTOQUE contactó a la agencia para saber su versión de los hechos, pero no hubo respuesta.
Unos días más tarde Isabella posteó que, finalmente, recibió todo su dinero de vuelta.
Los animales, la otra familia que queda atrás
A diferencia de Teresa, Sergio, de 27 años, no ha podido llevarse a su compañero felino. Salió de Cuba en 2021 con una visa de estudios, su destino también fue España.
A él siempre le gustaron los animales. Cuando tenía 10 años se encontró un gato pequeño cerca de un basurero. El animal, no acostumbrado a la brusquedad de un niño, lo arañó varias veces. Para evitar que lo botaran de la casa, Sergio curó sus propias heridas con pegamento. No fue suficiente y finalmente lo expulsaron.
Siendo un adulto, Sergio encontró a Rubio en el patio de la casa de su pareja. Tenía pocos meses de edad. Cuando lo entró al salón, el pequeño se clavó en su pecho —según la pareja de Sergio— para evitar ser sacado al patio de nuevo.
En medio de una crisis alimentaria constante y creciente, Rubio comía el pollo que los dos jóvenes lograban conseguir en mercados informales. A veces también comía jamonada de la bodega, pero si había pollo, eso tocaba.
Sergio hablaba como los «padres» de animales privilegiados en Cuba: «¡qué gato más malcriao!», «tiene que aprender a comer arroz y de todo».
Al final, cedía a los «caprichos» de Rubio y le echaba el agua de la cocción del pollo hervido en cada plato «para que se hidratara».
Solo diez meses vivieron Sergio y Rubio juntos, suficiente para que el humano aprendiera que algunos gatos apenas toman agua; lo que les puede causar enfermedades en los riñones. También supo que muchos prefieren morir de hambre antes que comer algo que no les gusta. Ideó estrategias para quitarle juguetes, llaveros y bombillos LED de la boca y estudió metódicamente su arenero como forma de prevenir enfermedades intestinales.
Rubio fue castrado, desparasitado y sufrió un cólico tan doloroso que Sergio pensó que al minino solo le quedaban horas de vida. En 2021, Sergio abandonó cualquier aspiración profesional que le quedaba en Cuba. Como tantos, centró su capacidad y esfuerzos en marcharse. Encontró una maestría en España, hizo los trámites, pagó a un precio elevadísimo los documentos académicos que tuvo que legalizar y vendió algunos recuerdos familiares.
Las restricciones de la COVID-19 en el verano de 2021 hicieron que muchos de los trámites para personas naturales demoraran un poco más de lo usual. «Si los papeles de las personas demoran, imagínate los de los animales», decía cuando le preguntaban si se llevaría a Rubio.
No tenía a mano veterinarios de confianza y averiguó por vías alternativas que las clínicas que expedían chips de identificación y certificados no estaban operativas. Además, no le quedaba mucho dinero y la fecha de vuelo se acercaba.
Después de preguntar a casi todos sus amigos y familiares, fue la vecina de al lado, una mujer en sus cincuenta, amable, atenta y empobrecida, la que lo apoyó. Ella y sus hijos acogieron a Rubio, primero llevándole comida y luego dejándolo entrar a su hogar.
Sergio y Rubio no pudieron despedirse. El día que Sergio voló fue mucha gente a su casa y Rubio, temeroso, se escondió en la habitación.
«Ninguno de los dos pensó que nos dejaríamos de ver tanto tiempo. Quizá esa sea la última vez que nos veamos en la vida. Él corrió a su lugar seguro y yo me tragué las ganas de llorar», recordó Sergio.
En España el dinero le alcanza para sobrevivir. A veces le manda un poco a su familia. Espera mudarse a otro departamento donde lo dejen llevar animales. Quizá algún día tenga casa propia. Hace casi dos años que no regresa a Cuba. Hace casi dos años que no ve a Rubio.
Abandonados por la migración
No todos los animales cuyos cuidadores emigran corren con buena suerte. Los grupos animalistas de Cuba reportan de manera frecuente abandonos en sus redes sociales.
El 7 de abril, por ejemplo, la iniciativa Cubanos en Defensa de los Animales (CEDA) visibilizó el caso de Loki, un perro de Cienfuegos cuya familia emigró. De alguna manera, Loki terminó «amarrado, expuesto al sol y a la lluvia». Enfermó de una de sus orejas, estaba mal alimentado y tuvo fiebre.
Otra perrita en estado de desnutrición tuvo mejor tránsito hacia su nuevo hogar. Esta vez no fue su maltratador quien tenía planes de emigrar, sino la persona que la acogió temporalmente en espera de que apareciera su hogar definitivo. CEDA tenía 20 días antes de que su cuidadora temporal se fuera del país. Si no encontraban nada, la perra tendría que volver al lugar donde sufrió maltratos; pero al final le encontraron casa.
Los voluntarios de CEDA lograron encontrarle un nuevo hogar antes de que se cumplieran los 20 días.
Desde el grupo Bienestar Animal Cuba (BAC) han elaborado un protocolo para asegurar, en la medida de lo posible, que quienes adopten sean personas responsables. Para hacerse cuidador de un animal se debe responder un cuestionario. «Mientras menos argumentadas sean sus respuestas en el formulario, más posibilidades de que el equipo de Adopciones rechace su solicitud», aseguran.
Las preguntas tienen que ser respondidas por quien se hará cargo del animal. No aceptan que se represente a terceros. Las respuestas y la firma digital son almacenadas en caso de que se necesiten en un proceso legal. Asimismo, no pueden adoptar los menores de edad.
BAC dijo a elTOQUE que «lo que más abunda son los animales abandonados por la emigración, ya sea por no tener dinero para llevárselos o porque no los ven como parte de la familia y es muy fácil desprenderse de ellos».
A las ferias de adopciones que organiza el grupo regularmente asisten muchos cuidadores que se van a ir del país para dejar sus mascotas. «Ponen a los grupos de protección animal en una encrucijada muy triste, porque tampoco se puede ayudar a todos. Los recursos no alcanzan», puntualizan.
Sergio teme que por cualquier causalidad Rubio termine sin hogar, en una feria de adopciones o peor: perdido, maltratado o asesinado. Trata de no pensar en eso. Teresa aprieta a Sofía contra su pecho. Planifica sus próximos pasos.
Sergio se toma su tiempo. Debe hacerlo por salud mental. Trata de definir el movimiento siguiente: ¿enviará el mes que viene 50 euros a su familia de sangre o a esa vecina que ahora cuida a su «hijo»?
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