Nadie en Cuba ha podido torear a mil personas —en serio, mil personas—para hacerles una foto. No ha existido para Eduardo rival en esto.
-¡A ver! –voceó en el verano de 2012, sobre una torreta de tanques de agua-, ¡córranse un poquito más a la derecha!
-¡Eduardo, cuidado! –gritaba su esposa 12 metros abajo. Los tanques lloraban sin consuelo de flotantes. Ella veía a su marido pasar de uno a otro con un ojo en el visor y el otro entrecerrado.
Las 999 personas a su alrededor se organizaban tras unas líneas blancas sobre el césped. Unas líneas que se alargaban por 30 metros del pueblo de Miller.
Eduardo, para aquel entonces, ya era simplemente Eddos; quizá para salir del apellido más futbolístico del castellano (das una patada y saltan veinte Pérez). Había dejado la comodidad de su casa-estudio en El Vedado, rodado por cuatro horas sobre un asfalto humeante, enfilado luego a este villorrio huérfano, cercano al Escambray, para tomar una foto. Una bendita foto, literalmente: una foto con cristianos.
En eso se resumían los últimos meses de obsesión creativa: documentar las acciones y el crecimiento de la comunidad evangélica cubana.
El tema es que el treintañero pensó hacer algo como lo de Miller. Pero no en Miller, sino en La Habana. Ya había tanteado precios de grúas, rumiaba la idea de hacer un shoot cenital, abajo las mil gentes, sonriendo. Ese fue el lío, ¿cómo convocas tantas sonrisas para un mismo día en la capital del desajuste? Eddos no es Jacob Forever, ni hay un metro en La Habana.
Ahí se quedó la idea, en su cabeza, chocando con otras ideas que se fueron haciendo foto y acabaron retocadas, ampliadas y debidamente enmarcadas. La de las mil sonrisas se iba quedando sola, como el niño “difícil”, al que la profe retrasa la salida del aula.
Entonces se enteró, o ya sabía, que verano tras verano caravanas de camiones se movían por Cuba repletas de cristianos. Muchachos y muchachas de 12 a 30 años, que se van de campamento durante una semana.
-¿Y cuántos son?… ¡Mil!
El campamento de Miller, el más grande del país, iba a recibir, ese 2012, la mayor cantidad de jóvenes en su historia. Eddos vislumbró en el nombre del campamento una oferta: Canaán. La idea “difícil” se alborotó en el aula y garabateó en la pizarra: la Tierra Prometida.
Con cuatro amigos zanjó el césped tierno de Canaán y lo rellenó con gravilla. El borde que fueron marcando a machetazo y rastrillo describía curvaturas familiares: la bota de la Ciénaga, la barriga de Camagüey. Los curiosos se apilaron fuera de la Isla.
Eddos se trepó en la torreta de agua y ayudado por los cuatro amigos hizo que la muchedumbre entrara al país. Hubo quien llegó y al poco rato se fue. Que si había mucha gente, poco espacio, tanto sol, que afuera se estaba mejor. Alguien lo hizo regresar con aquello de que –siempre hay alguien así- con todos, Cuba se ve más alegre, que hacíamos falta, al menos para la foto.
Los movimientos limitados de Eddos apenas le ofrecían variaciones milimétricas de un mismo encuadre. La cámara obturó una decena de veces. Él estaba ansioso: sabía que esa iba a ser la fresa en la punta del cake de la expo que preparaba.
Y su mujer, desde una punta de la Isla de la Juventud:
-¡Eduardo! ¡Te vas a caer!
-¡Que nadie quede fuera! –replicaba Eddos poseso de sí mismo- ¡Que nadie quede fuera del mapa!
Ya había editado en su Mac a cientos de mujeres formando una corona, docenas de metodistas orando por una bandera, unos cuantos niños que imitaban una flor. Pero la de los mil, esa era la cumbre, a riesgo de la vida, incluso.
Eddos es, en Cuba, uno de los jóvenes artistas visuales más peculiares. Lo hacen único las fotografías performáticas multitudinarias; esas en que el autor no solo obtura, sino que prepara una formación que tiene significado y donde el fotografiado es el escenario en sí.
La isla de Cuba, mientras Eddos disparaba, hacía una ola polícroma de Guantánamo a Pinar, y luego en reversa.
Hace poco, ya con los pies en el suelo, volví a encontrar al artista. Cambió de cámara, un hijo le había nacido, y la expo que iba a hacer fue un éxito de público en una galería capitalina. Han pasado cinco años de la foto del millar, y Eddos aún sigue a los cientos de cristianos que se abrazan en el país.
-Estoy cazando actividades multitudinarias a nivel nacional, para que queden registros –me ha contado-. Queremos que las personas del Oriente y el Centro del país conozcan lo que se está haciendo en La Habana, y viceversa. Cada vez que tengo una oportunidad le enseño a otros que somos más de lo que ellos creen, que se están haciendo más cosas de las que pensamos, que Dios está abriendo más puertas de lo que cada uno individualmente imagina.
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